• 21 de noviembre de 2024, 6:49
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La Patria enrejada (y el rey está desnudo)

Por Jorge Elbaum


De un lado de la ciudad las rejas rodean pedazos de territorios que los movimientos sociales conquistaron durante gran parte del siglo XX. La Plaza de Mayo ha sido cercada por la superficialidad escéptica y vacía de una territorialidad neoliberal cuya existencia se sustenta en la visibilidad y no en la ocupación. La manifestación urbana de los Larreta y los Macri es para consumo turístico y para manifestar un Orden disciplinario. Ambas motivaciones excluyen a las amplias mayorías que ven ampliarse las cercas sobre las trayectorias urbanas que alguna vez sintieron propias. Meses atrás se desmontaron los pañuelos pintados en las baldosas que rodeaban la pirámide de Mayo. Sus retazos fueron esparcidos por las Madres en diferentes espacios solidarios, para perpetuar la memoria de lxs 30.000 compañerxs y la lucha que iniciaron sus progenitoras en derredor de la pirámide.

Frente a la Plaza, en la catedral de Buenos Aires, el arzobispo Mario Poli recordó, el sábado pasado, a Zaqueo, el cobrador de impuestos, enviado por el imperio romano para despojar al pueblo judío de su trabajo y de su soberanía. La opresión, en aquella ocasión, generó distintos tipos de resistencias sociales y políticas. Una de ellas fue la liderada por el nazareno Ieshu ben Iosef (Jesús para los romanos). Otra fue la sostenida por Eliazer ben Yair quien decidió la muerte colectiva de su comunidad antes de entregarse a la esclavitud que imponían las tropas comandadas por Flavio Sabino Vespasiano (Tito).

La plaza supone, para la tradición occidental, el lugar del encuentro. La geografía del debate público. El “ágora”, el espacio donde se manifiestan las peticiones y se comparten los temas de la “polis”, del país, de la Patria. La plaza enrejada aparece como un dato coherente con las imágenes del silencio ensordecedor de un presidente que se asoma a ella para saludar a nadie. La ausencia de pueblo es la metáfora de una opción política que se enfrenta crecientemente al señalamiento estridente de un despojo disimulado durante dos años y medio: “el rey está desnudo”, gritan a pocas cuadras cientos de miles de ciudadanxs que hacen de la Patria un contenido plural, multitudinario y fraterno.

El arzobispo dice: “La indiferencia y el egoísmo de los ricos frente a los pobres no pasan inadvertidos frente a los ojos de Dios”. Tampoco de quienes empiezan a reconocerse nuevamente en la posibilidad de recuperar algo que estos sátrapas han puesto forzadamente en peligro con la apertura al FMI (Zaqueo) y el continuo desprecio a los mas vulnerables.  Años atrás la Plaza de Mayo entraba incluso en los patios internos de la casa rosada. Existía una continuidad –quizás parcial, e incluso algo militantista—pero exponía la parábola de la casa abierta a sus verdaderos dueños. Hoy, parafraseando al Julito Cortázar, la casa está tomada, y no precisamente por las mayorías populares (que vienen a apropiarse de lo que verdaderamente les pertenece).  Está tomada por la fracción posmoderna de la oligarquía: su versión financiera, trasnacional y ceocrática, heredera de acumulaciones previas (agrícolas, ganaderas y de contratistas del Estado).

El titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi, afirmó el sábado –una vez finalizado el acto-- que en la movilización del obelisco “el kirchnerismo duro (…) se escondía detrás de los artistas”. La imagen elegida por el exministro de Fernando de la Rúa supone un hallazgo escenográfico: cientos de miles de argentinxs cantando un himno detrás de artistas populares, contrapuestos a un presidente interpelado en una Catedral, desamparado de acompañamiento humano y patriótico. Un empresario devenido en coordinador “del mejor equipo” que cada vez está más aislado y cuyas opciones de gobierno retrotraen a las vísperas del 2001. Un ingeniero de universidad privada que, luego de transitar la escuela media por prestigiosos pupitres católicos olvida el ademán de la persignación.

Están bloqueando la plaza. Rodean su verde con hierro. Ese cerco es la expresión más auténtica de una hostilidad geográfica lanzada contra el protagonismo popular. Supone la expulsión, la frontera, la necesidad de separar y segregar a quienes han sido los dueños simbólicos –de ese territorio-- durante decenios. Con ese destierro se pretende anular su presencia masiva, su acción colectiva que acompañó todas las medidas democráticas y que repudió atentados a la democracia y a la vida. Que cantó canciones con lágrimas en los ojos. A esa pretendida expropiación le corresponde la ausencia y el silencio. Quieren nuestro vacío, Nuestra nueva desaparición como sujeto histórico desfilando hacia esa plaza.  

Mientras se clausura el lugar del encuentro masivo, el presidente elije como socio prioritario a los seguidores de Vespasiano. Y se niega a divisar a los auténticos herederos de Ieshu (entre ellos, a mis hermanos, los Curas en Opción por los Pobres). Elude advertir sobre los pecados del privilegio y el desprecio a los más humildes. Se tapa los oídos para no sentir los murmullos de un cansancio que empieza a ser atronador. El CEO empieza a estar totalmente desnudo. Se lo gritan en todos los puntos cardinales. Lo riman melodiosamente en las concentraciones artísticas y futbolísticas cada semana. Macri evidencia una desnudez mucho más obscena que la corporal. Una carencia de sensibilidad, una negación de la empatía, una celebración del egoísmo, cosas que ninguna indumentaria lograrán revestir. Nunca.  



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