De un lado de la ciudad las rejas rodean
pedazos de territorios que los movimientos sociales conquistaron durante gran
parte del siglo XX. La Plaza de Mayo ha sido cercada por la superficialidad escéptica
y vacía de una territorialidad neoliberal cuya existencia se sustenta en la
visibilidad y no en la ocupación. La manifestación urbana de los Larreta y los
Macri es para consumo turístico y para manifestar un Orden disciplinario. Ambas
motivaciones excluyen a las amplias mayorías que ven ampliarse las cercas sobre
las trayectorias urbanas que alguna vez sintieron propias. Meses atrás se
desmontaron los pañuelos pintados en las baldosas que rodeaban la pirámide de
Mayo. Sus retazos fueron esparcidos por las Madres en diferentes espacios
solidarios, para perpetuar la memoria de lxs 30.000 compañerxs y la lucha que
iniciaron sus progenitoras en derredor de la pirámide.
Frente a la Plaza, en la catedral de Buenos
Aires, el arzobispo Mario Poli recordó, el sábado pasado, a Zaqueo, el cobrador
de impuestos, enviado por el imperio romano para despojar al pueblo judío de su
trabajo y de su soberanía. La opresión, en aquella ocasión, generó distintos
tipos de resistencias sociales y políticas. Una de ellas fue la liderada por el
nazareno Ieshu ben Iosef (Jesús para los romanos). Otra fue la sostenida por Eliazer
ben Yair quien decidió la muerte colectiva de su comunidad antes de entregarse
a la esclavitud que imponían las tropas comandadas por Flavio Sabino Vespasiano
(Tito).
La plaza supone, para la tradición
occidental, el lugar del encuentro. La geografía del debate público. El
“ágora”, el espacio donde se manifiestan las peticiones y se comparten los
temas de la “polis”, del país, de la Patria. La plaza enrejada aparece como un
dato coherente con las imágenes del silencio ensordecedor de un presidente que
se asoma a ella para saludar a nadie. La ausencia de pueblo es la metáfora de
una opción política que se enfrenta crecientemente al señalamiento estridente
de un despojo disimulado durante dos años y medio: “el rey está desnudo”,
gritan a pocas cuadras cientos de miles de ciudadanxs que hacen de la Patria un
contenido plural, multitudinario y fraterno.
El arzobispo dice: “La indiferencia y el
egoísmo de los ricos frente a los pobres no pasan inadvertidos frente a los
ojos de Dios”. Tampoco de quienes empiezan a reconocerse nuevamente en la
posibilidad de recuperar algo que estos sátrapas han puesto forzadamente en
peligro con la apertura al FMI (Zaqueo) y el continuo desprecio a los mas
vulnerables. Años atrás la Plaza de Mayo
entraba incluso en los patios internos de la casa rosada. Existía una
continuidad –quizás parcial, e incluso algo militantista—pero exponía la
parábola de la casa abierta a sus verdaderos dueños. Hoy, parafraseando al
Julito Cortázar, la casa está tomada, y no precisamente por las mayorías
populares (que vienen a apropiarse de lo que verdaderamente les
pertenece). Está tomada por la fracción
posmoderna de la oligarquía: su versión financiera, trasnacional y ceocrática,
heredera de acumulaciones previas (agrícolas, ganaderas y de contratistas del Estado).
El titular del Sistema Federal de Medios y
Contenidos Públicos, Hernán Lombardi, afirmó el sábado –una vez finalizado el
acto-- que en la movilización del obelisco “el kirchnerismo duro (…) se
escondía detrás de los artistas”. La imagen elegida por el exministro de
Fernando de la Rúa supone un hallazgo escenográfico: cientos de miles de
argentinxs cantando un himno detrás de artistas populares, contrapuestos a un
presidente interpelado en una Catedral, desamparado de acompañamiento humano y
patriótico. Un empresario devenido en coordinador “del mejor equipo” que cada
vez está más aislado y cuyas opciones de gobierno retrotraen a las vísperas del
2001. Un ingeniero de universidad privada que, luego de transitar la escuela
media por prestigiosos pupitres católicos olvida el ademán de la persignación.
Están bloqueando la plaza. Rodean su verde
con hierro. Ese cerco es la expresión más auténtica de una hostilidad
geográfica lanzada contra el protagonismo popular. Supone la expulsión, la
frontera, la necesidad de separar y segregar a quienes han sido los dueños
simbólicos –de ese territorio-- durante decenios. Con ese destierro se pretende
anular su presencia masiva, su acción colectiva que acompañó todas las medidas
democráticas y que repudió atentados a la democracia y a la vida. Que cantó
canciones con lágrimas en los ojos. A esa pretendida expropiación le
corresponde la ausencia y el silencio. Quieren nuestro vacío, Nuestra nueva
desaparición como sujeto histórico desfilando hacia esa plaza.
Mientras se clausura el lugar del encuentro masivo, el presidente elije como socio prioritario a los seguidores de Vespasiano. Y se niega a divisar a los auténticos herederos de Ieshu (entre ellos, a mis hermanos, los Curas en Opción por los Pobres). Elude advertir sobre los pecados del privilegio y el desprecio a los más humildes. Se tapa los oídos para no sentir los murmullos de un cansancio que empieza a ser atronador. El CEO empieza a estar totalmente desnudo. Se lo gritan en todos los puntos cardinales. Lo riman melodiosamente en las concentraciones artísticas y futbolísticas cada semana. Macri evidencia una desnudez mucho más obscena que la corporal. Una carencia de sensibilidad, una negación de la empatía, una celebración del egoísmo, cosas que ninguna indumentaria lograrán revestir. Nunca.