“La muerte en las calles” es una película argentina filmada en la década del 50. Transcurría durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Las invasiones posteriores se conformaron con el control del puerto de Buenos Aires y algunos empréstitos. En esa película se relataba la resistencia del pueblo de la ciudad de Buenos Aires contra los invasores. No podría decir si había conciencia de clase, pero al menos había conciencia de algo. Lo que era propio, aunque sea un virreinato, y lo ajeno, el invasor.
En esos lejanos tiempos el enemigo era visible, o sea, lo combates eran cuerpo a cuerpo. Entre soldados más profesionales, o más improvisados. Pero soldados. Los crímenes de todas las guerras son el asesinato de población civil. El combate tiene su ética, su estética y su épica. Las masacres, las cacerías nocturnas, el exterminio directo o solapado, es otra cosa.
Freud describe que en los pueblos denominados primitivos, los heridos en combate, las mujeres, los niños y niñas, los ancianos, todos los desvalidos, eran tabú. O sea: una prohibición absoluta impedía que fueran agredidos.
Toda guerra es violenta. La crueldad es otra cosa. La defino como la planificación sistemática del sufrimiento. En la ejecución de Túpac Amaru, de Caupolicán, hubo profunda crueldad. Y el objetivo de la crueldad no es el triunfo sobre el enemigo, sino implantar el terror en aquellos que pudieran simpatizar con sus ideas. Ibérico Saint Jean, usurpador de facto del gobierno de la provincia de buenos aires, lo detalló con la precisión de los sádicos seriales.
La muerte en las calles tiene hoy muchas formas de expresarse. La creatividad de los verdugos es inagotable. Desde los accidentes de tránsito hasta el calvario del helado dormir en las noches de invierno. Desde el deambular buscando ese mango aunque no te haga morfar, hasta el refugio de estaciones de subterráneo para protegerse del bombardeo inflacionario y devaluatorio. No hablamos de sobrevida. Apenas de sobremuerte.
Aquellos fugaces momentos en los cuales una moneda, un pedazo de pan, algún resto de comida, alguna frazada agujereada, prolonga la sentencia de muerte que las democracias que supimos conseguir pero que no supimos construir, han convertido en decretos de necesidad y urgencia. Los invasores derrotados en 1806 pudieron invadir luego del primer gobierno patrio que desde el comienzo, respondía a varias patrias.
“Cambiemos” dijo Cornelio Saavedra y mandó asesinar a Mariano Moreno. Pero te equivocaste, Cornelio. Hubo mucha agua, pero nunca logró apagar el fuego. Castelli, el orador de la república dijo: “No Cambiemos” y mandó fusilar a Santiago de Liniers por actividades contrarrevolucionarias. Los traidores nunca se lo perdonaron. Inicio de las guerras civiles que nunca terminaron, por más centralismo o federalismo que se invoque. En las calles impera la muerte. Pero también gobierna la vida. La Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil, la Marcha de los estudiantes y gremios docentes, y tantas otras más allá y más acá de quienes convocan, son a mi criterio un analizador histórico de que la única vida que merece ser vivida está en las calles. No aparece de frente el invasor. Más bien se esconde detrás de gendarmes, policías e infiltrados. Los invasores vienen de otros países invitados por los invasores anfitriones del nuestro. Aunque nunca fue del todo nuestro, porque no solamente las vaquitas son ajenas.
Yo encuentro la vida en las calles. Cuando veo madres con sus hijos abrazados, cochecitos de bebe, ancianas y ancianos que siguen gritando y luchando. Yo veo y siento y palpito la vida en las calles. Que esos todos que marchan en las calles nunca se vayan. No hay lucha que sea una sola. En el mejor de los casos, son muchas luchas y muchas formas diferentes de vencer en esas luchas. No estamos a la intemperie, no habrá desamparo final, mientras la vida siga en las calles
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