En un texto fundamental para
comprender la generalización del neoliberalismo, Pierre Bourdieu, junto a un
grupo de colegas realizó miles de entrevistas con el objetivo de indagar qué le
sucede a la víctima con las nuevas políticas impuestas desde los años ´70 del
siglo pasado. Uno de los fenómenos mas relevantes del proceso es la inoculación
en la subjetividad del acostumbramiento a la pobreza, y a la carencia. El
neoliberalismo necesita tomar ese atajo en los cuerpos: hacerlo flácidos de
dignidad. Someternos a la creencia aceptada de que su destino es el único
posible. Y de ser posible agregarle el componente de la autoculpabilidad: su
subalternidad se debe a su condición de “loser” de perdedor. No hizo lo
adecuado (nunca deberá estar claro qué es lo que eso significa) para ser
merecedor de una vida digna. Deberá naturalizar su estado sin aspirar a otro
mundo que al naturalizado pro el poder.
El/la perdedor/a, además tiene
enemigos cercanos: los otrxs pobre que lo rodean. Que son tan perdedores como
el/ella pero que la mediatización instituye como enemigos. El mundo de la
carencia se impone de la mano del peligro y el miedo. El delito y la ausencia
de empatía, compasión y solidaridad se imponen como moneda de cambio de un
sistema en el que se instituye una ley de la selva cruel y ajena a los lazos
afectivos. Las mujeres son usadas, dominadas, sometidas, violentadas, acosadas,
abusadas. Todo está permitido en la gran caja deshumanizada del dinero y la
sobrevivencia miserable. Las mujeres son compelidas a destruir su tiempo en las
arcas de clausura, repetitivas, de las tareas de cuidado, autoimpuestas como un
formato innegable de sus genitalidades. El encierro de feminiza. La autoodio
masculina del fracaso se viste de macho y se reconvierte en violencia. Ambo son
funcionales a la continuidad del modelo neoliberal de atomización y siembra del
lobo del hombre.
Para dominar se requiere sujetos
mansos, destruidos, carentes de orgullo y dignidad. Una mujer feminista tiene
menos posibilidad de ser asesinada que una no feminista. Simplemente porque
está más atenta a las sujeciones patriarcales y aprieta el botón social de
ayuda antes que sus congéneres acostumbradas al sometimiento. Los pañuelos
verdes no están fuera del cuchillo femicida. Solo que lo conoce incluso antes
de haberlo visto frente a ellas.
Durante los últimos 25 siglos en
una inmensa parte de la geografía global, la esclavitud era algo
incuestionable, legitimado por la “ley natural del dios” y/o la autoridad
terrenal en boga. Cuando algunos intentaron cuestionar esa estructura dada, ese
acostumbramiento, los catalogaron de asesinos, subversivos, bárbaros,
terroristas o sujetos carentes de condición divina.
Para ser libre hay que objetivar
las condiciones del encierro. El pez no se da cuenta que está en la pecera. Por
eso no se le ocurre tratar de escaparse. Se apropincuó en su cárcel de
naturalidad. Sólo quienes conocen las
causas de su dolor pueden hacer algo para curarse. El neoliberalismo, la forma
de aplicación de capitalismo monopólico global es funcional al patriarcado y
ambos se retroalimentan. El feminismo es una grieta estructural que daña la
continuidad del sistema, de la misma forma, en forma paralela, que lo hace toda
lucha emancipatoria. Se concatenan unas con otras. Si el chavismo recite la invasión
ganan las mujeres el todo el mundo. Y si una piba se conecta con un grupo
feminista, aprende sus derechos y enfrenta al patriarcado, está también
salvando potencialmente muchas vidas.
Buscan que nos acostumbremos a la
basura. A que la miseria sea una posibilidad “decente”. Pretenden que no veamos
en eso un insulto a la condición humana. Desde Metzadá y Espartaco algunos
pensamos lo contrario: no hay dignidad en la domesticación. Ahí solo hay
violencia, dolor, depresión y muerte. Sólo hay luz en la lucha, la solidaridad,
la empatía y la esperanza común. Muchxs
de lxs que conozco ponen en valor esas búsquedas a través de una de las
actividades humanas más hermosas, puras y maravillosas creadas y ejercidas por
sujetos entrañables: el activismo y la militancia. Un lugar, un espacio y una
práctica donde la miseria del mundo no tiene lugar. O si lo tiene es solo para
convertirse en eso que hay que suplir para hacer de este trayecto vital algo
más ligado al amor y a la belleza que al sufrimiento y a la pena.