• 21 de noviembre de 2024, 6:44
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La miseria del mundo

Por Jorge Elbaum

 

En un texto fundamental para comprender la generalización del neoliberalismo, Pierre Bourdieu, junto a un grupo de colegas realizó miles de entrevistas con el objetivo de indagar qué le sucede a la víctima con las nuevas políticas impuestas desde los años ´70 del siglo pasado. Uno de los fenómenos mas relevantes del proceso es la inoculación en la subjetividad del acostumbramiento a la pobreza, y a la carencia. El neoliberalismo necesita tomar ese atajo en los cuerpos: hacerlo flácidos de dignidad. Someternos a la creencia aceptada de que su destino es el único posible. Y de ser posible agregarle el componente de la autoculpabilidad: su subalternidad se debe a su condición de “loser” de perdedor. No hizo lo adecuado (nunca deberá estar claro qué es lo que eso significa) para ser merecedor de una vida digna. Deberá naturalizar su estado sin aspirar a otro mundo que al naturalizado pro el poder.

El/la perdedor/a, además tiene enemigos cercanos: los otrxs pobre que lo rodean. Que son tan perdedores como el/ella pero que la mediatización instituye como enemigos. El mundo de la carencia se impone de la mano del peligro y el miedo. El delito y la ausencia de empatía, compasión y solidaridad se imponen como moneda de cambio de un sistema en el que se instituye una ley de la selva cruel y ajena a los lazos afectivos. Las mujeres son usadas, dominadas, sometidas, violentadas, acosadas, abusadas. Todo está permitido en la gran caja deshumanizada del dinero y la sobrevivencia miserable. Las mujeres son compelidas a destruir su tiempo en las arcas de clausura, repetitivas, de las tareas de cuidado, autoimpuestas como un formato innegable de sus genitalidades. El encierro de feminiza. La autoodio masculina del fracaso se viste de macho y se reconvierte en violencia. Ambo son funcionales a la continuidad del modelo neoliberal de atomización y siembra del lobo del hombre.

Para dominar se requiere sujetos mansos, destruidos, carentes de orgullo y dignidad. Una mujer feminista tiene menos posibilidad de ser asesinada que una no feminista. Simplemente porque está más atenta a las sujeciones patriarcales y aprieta el botón social de ayuda antes que sus congéneres acostumbradas al sometimiento. Los pañuelos verdes no están fuera del cuchillo femicida. Solo que lo conoce incluso antes de haberlo visto frente a ellas.

Durante los últimos 25 siglos en una inmensa parte de la geografía global, la esclavitud era algo incuestionable, legitimado por la “ley natural del dios” y/o la autoridad terrenal en boga. Cuando algunos intentaron cuestionar esa estructura dada, ese acostumbramiento, los catalogaron de asesinos, subversivos, bárbaros, terroristas o sujetos carentes de condición divina.

Para ser libre hay que objetivar las condiciones del encierro. El pez no se da cuenta que está en la pecera. Por eso no se le ocurre tratar de escaparse. Se apropincuó en su cárcel de naturalidad.  Sólo quienes conocen las causas de su dolor pueden hacer algo para curarse. El neoliberalismo, la forma de aplicación de capitalismo monopólico global es funcional al patriarcado y ambos se retroalimentan. El feminismo es una grieta estructural que daña la continuidad del sistema, de la misma forma, en forma paralela, que lo hace toda lucha emancipatoria. Se concatenan unas con otras. Si el chavismo recite la invasión ganan las mujeres el todo el mundo. Y si una piba se conecta con un grupo feminista, aprende sus derechos y enfrenta al patriarcado, está también salvando potencialmente muchas vidas.

Buscan que nos acostumbremos a la basura. A que la miseria sea una posibilidad “decente”. Pretenden que no veamos en eso un insulto a la condición humana. Desde Metzadá y Espartaco algunos pensamos lo contrario: no hay dignidad en la domesticación. Ahí solo hay violencia, dolor, depresión y muerte. Sólo hay luz en la lucha, la solidaridad, la empatía y la esperanza común.  Muchxs de lxs que conozco ponen en valor esas búsquedas a través de una de las actividades humanas más hermosas, puras y maravillosas creadas y ejercidas por sujetos entrañables: el activismo y la militancia. Un lugar, un espacio y una práctica donde la miseria del mundo no tiene lugar. O si lo tiene es solo para convertirse en eso que hay que suplir para hacer de este trayecto vital algo más ligado al amor y a la belleza que al sufrimiento y a la pena. 


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