Ohio, 1934. Abanderada de la lucha antiglobalización, no ceja en su empeño de prevenirnos de un futuro apocalíptico: hay que acometer una transición verde para atajar la devastación del planeta y, de paso, generar empleo en un mundo laboral precarizado. Filósofa, politóloga y presidenta de honor de ATTAC Francia, a los veinte años se fue a estudiar a París y allí se quedó.
¿Quién es el enemigo?
Las corporaciones transnacionales. Actualmente, están sujetas a menos regulaciones, al tiempo que presionan en las negociaciones comerciales. Son quienes están cambiando Europa, pero de una manera perjudicial. Y va a peor, porque cada día son escuchadas por más y más Gobiernos. Incluso la élite de Davos ha comenzado a pensar que no es bueno que en Europa haya cinco Gobiernos populistas. Su papel ha sido trascendental, aunque ni siquiera se llaman a sí mismas lobby porque ya tienen acceso directo: sólo tienen que descolgar el teléfono y llamar a los presidentes.
El Brexit, la Liga Norte, Trump… ¿Contexto de crisis o simple coincidencia?
Depende de lo que llames crisis. En origen, es una palabra griega que significa enfermedad. O sea, que llegado un momento te curas o te mueres. Pero una crisis no dura diez años: esto es el resultado de las políticas neoliberales y de la austeridad, que no significan otra cosa que quitarle el dinero a la gente y dárselo a los ricos o, como dice Bernie Sanders, a la clase multimillonaria. Es una situación crónica que fue planeada y comenzó con los bancos transnacionales totalmente fuera de control y mintiendo a todo el mundo.
¿Por qué triunfa el discurso hegemónico de la derecha frente al de la izquierda?
Surgió en Estados Unidos y fue copiado en todo el mundo. Yo he bautizado a esos ricos e intelectuales como la derecha gramsciana, porque han sabido desarrollar el concepto de hegemonía cultural.Inocularon su ideología en las universidades y en los medios para convencer a la población de que sus tesis apelan al sentido común. Se han gastado cientos de millones, pero el éxito ha sido tan apabullante que han exportado el modelo a Europa. Trump persigue lo que Steve Bannon ha llamado la “deconstrucción del Estado administrativo”.
O sea, privatizar lo público, porque el capitalismo necesita hacer dinero con todo lo que esté a su alcance. Algunos movimientos populistas siguen ese camino, aunque la izquierda blanda debería advertir de que es necesario modificar esas políticas porque van en una dirección equivocada.
¿Con “izquierda blanda” se refiere a los socialdemócratas?
Claro. La socialdemocracia se está desmoronando y no han faltado motivos: el declive comenzó con Tony Blair en el Reino Unido y luego François Hollande la mató en Francia. Quizás la excepción fuese España, porque Zapatero lo hizo un poco mejor.
En cambio, países del sur como el nuestro asisten a la quiebra del estado de bienestar mucho antes de alcanzar las cotas sociales de algunas naciones del norte de Europa.
Sin embargo, en los países nórdicos campan los movimientos populistas. Volvamos a las causas: desde mediados de los setenta, los asalariados han perdido poder adquisitivo y se ha fomentado la desigualdad, mientras que las rentas del capital han aumentado. En algunos países como España la situación es alarmante.
La pobreza provocada por sus políticas genera inseguridad. Puede parecer ingenuo, pero ¿no les convendría ganar un poco menos a cambio de poder pasear tranquilos por la calle?
No creo en la lucha de clases, porque no veo a los trabajadores del mundo unidos. Marx se equivocó en ese sentido: si no están unidos en su propio país, cómo van a estarlo en Europa o en el mundo. ¿Cuál debería ser el método de lucha del 99%? Hay muchos, como la campaña contra el TTIP. También deberíamos combatir la evasión fiscal. La lucha es posible siempre y cuando la gente sepa quién es el enemigo. No son los Estados, sino las grandes empresas, porque las autoridades gobiernan en su beneficio.
El neoliberalismo reniega del Estado, hasta que…
Al contrario, les gusta el Estado. No les interesa el engranaje burocrático ni el mantenimiento de las infraestructuras, pero sí que les otorguen autopistas de peaje y otras concesiones.
Cuando algo falla, llama a la puerta del Estado para que acuda en su ayuda. En caso de quiebra, como ha ocurrido con la banca, se socializan las pérdidas y al final pagamos todos.
En 2008, el Banco de Inglaterra estimó el coste de la crisis bancaria en catorce billones de dólares. Imagínate que se emplease ese dinero en luchar contra el hambre y la pobreza, lo que redundaría en una vida mejor para todos. Sin embargo, para los bancos sí que hay dinero o, si es necesario, se fabrica.
¿Dónde debería estar hoy la izquierda?
No creo que sea una buena idea dejar la Unión Europea, porque estratégicamente seríamos devorados por China, Rusia y EEUU. Ningún país podría valerse por sí solo. Para tener algún peso, hay que estar unidos. La izquierda debería concentrarse en construir una Europa mejor, empezando por las propias condiciones de cada Estado miembro. Una victoria sería entendida rápidamente en los restantes países: “Si ellos han podido hacerlo, nosotros también podemos”. Recuperar lo perdido, forzar al Gobierno a que sus políticas sean justas, etcétera. En todo caso, creo que la mayor amenaza es el cambio climático. Deberíamos organizarnos globalmente para exigir una transición verde de la economía, porque resolvería muchos problemas, incluido el desempleo.
¿Llegará esa transición verde demasiado tarde?
Nadie lo sabe, porque quizás ahora mismo ya lo sea. Pero mis nietos algún día tendrán mi edad y la perspectiva es aterradora. Forcemos a los Estados a que no gobiernen sólo para las multinacionales y no permitamos que siga aumentando la desigualdad. Tras abordar el cambio climático, habría que adoptar medidas sociales, como aumentar el salario de los trabajadores y el poder adquisitivo de las familias, lo que estimularía la economía.
¿Cómo ve el futuro? ¿Un túnel? ¿Al final hay luz?
No lo sé. Quizás en otro momento habría respondido que todavía hay tiempo para cambiar las cosas. Que, aunque todo fuese a peor social y políticamente hablando, siempre tendríamos la oportunidad de cambiar las cosas. Ahora no lo tengo tan claro, porque nadie sabe siquiera si seguiremos aquí dentro de cien años.
Y usted, después de tantas décadas de lucha, ¿conserva la esperanza?
Cuando me preguntan si soy optimista o pesimista, respondo que ni una cosa ni otra. No sé qué pasará en el futuro, pero tengo esperanza.
Entonces es más bien optimista.
No, porque no puedo saber si todo será horrible, algo que podría suceder fácilmente: vivir en una anarquía total, matarnos unos a otros en las calles, acabar con todo… Algo espantoso.
Sostiene que no es necesaria una revolución para cambiar las cosas.
Porque no sé cuál es la revolución. Ahora bien, si me dices cuál es la dirección del zar y del Palacio de Invierno, iré contigo.
Me imagino que considera que quedarse en Europa fue una decisión acertada. ¿Volvería a vivir en Estados Unidos?
Cada día me digo: “¡Qué lista fui al irme!”. Toda la gente que conozco allí está desolada. A ver qué pasa en las elecciones legislativas de noviembre, porque hay muchas mujeres, representantes de minorías y personas muy interesantes que se presentarán como candidatos. Una vez más, contribuiré a la campaña de Bernie Sanders, porque él es lo mejor que le ha pasado a Estados Unidos desde Roosevelt.
¿Qué opina de Obama? ¿Ha dejado algún legado?
Una gran decepción. Cuando fue elegido, lloré, porque nunca había pensado que vería a un presidente negro en Estados Unidos. Fue muy emotivo, algo increíble. Luego voté a Hillary, aunque nunca me ha gustado. Cuando vi los votos a Trump en algunos estados, me di cuenta de que todo estaba perdido. De hecho, ya había predicho su victoria desde que escuché su mensaje populista.
El terreno estaba abonado: Obama no había logrado grandes avances; las personas sin formación no encontraba trabajo; se sintieron abandonadas y pensaron que no le importaban un bledo a nadie. Hillary, en cambio, tenía un perfil demasiado tecnócrata, y el resultado final ya es conocido…
Fuente: Público, vía El Pájaro Rojo