El famoso alegato de Fidel Castro apeló a que el devenir revolucionario de la historia de los pueblos sería la absolución de los delitos por los que era juzgado. El delito tiene también la marca de la lucha de clases y de la dimensión cuantitativa. Los asesinos seriales son habitualmente apresados y condenados. Los funcionarios seriales, que tienen el poder de asesinar en una escala mucho más alta, a lo sumo son renunciables.
Creo que las políticas deben ser juzgadas cuando implican daños permanentes y su ejercicio atenta contra todos y cada uno de los derechos humanos. En particular, el derecho a una vida digna y saludable. Los crímenes contra la humanidad no se verifican solamente en los tiempos de la guerra. Hay crímenes monstruosos y atroces en los tiempos de la paz. Nosotros decimos que si no se trata de política sino de guerra, no podemos hablar de paz sino de tregua. Y esa tregua, que puede durar décadas, la denominamos democracia.
La democracia deviene continuación de la guerra por otros medios. De las bayonetas y tanques a las urnas electorales. Más allá de los fraudes patrióticos, votar tiene el símbolo de la pacífica convivencia entre sectores diferentes. El problema es que encubre la diabólica complicidad con sectores incompatibles. Una madre asesina a su hija de 9 años y conmueve, indigna, promueve el llamado a especialistas, alimenta especulaciones sobre grave patología mental. Un funcionario o varios asesinan a cientos de miles, a millones de niñas y niños en incómodas cuotas a través del hambre crónica, la desnutrición, la total ausencia de amparo sanitario, educacional, habitacional, y nadie llama a un especialista para que nos explique cuál es la patología mental que habilite mantener el más cobarde de los genocidios. Seguir produciendo niños y niñas sin niñez.
La nena de 9 años asesinada por su madre es tan deplorable, tan desgarradora, tan siniestra, como los cientos de miles de niños, niñas, ancianos que son exterminados con la miserable coartada que se denomina “plan de ajuste”. O tarifazos. Nos alegramos porque las mega empresas cobrarán por los bonos emitidos por el Estado, aunque para pagar el Estado si seremos todos. O sea: todos los que pagamos porque los fueros, los privilegios también incluyen a la hora de poner porque los platos no los paga el que los rompe.
La denominada macro economía es una operación masacre encubierta, camuflada, disimulada. Reaccionamos ante los casos puntuales, ante el minimalismo de la brutalidad. Robos reiterados a un kiosco por parte de delincuentes sin proyección ministerial. Intolerable. Pobres contra pobres es un logro absoluto de la cultura represora. Pobres contra ricos es una utopía que fue sepultada con los escombros de la caída del socialismo real. Hay un socialismo no real, o sea ideal, o sea, abstracto. Algunos lo llaman socialdemocracia, centro izquierda, socialcristianismo, izquierda electoralista. Este socialismo ideal es funcional al fascismo real. O sea: la cancha donde los partidos gastan plata ajena en alianzas, frentes electorales para la victoria, contra frentes electorales para la derrota, es donde la cultura represora juega siempre de local.
Algunos llaman a esto aportantes truchos. Pero lo trucho además de los aportantes son los partidos políticos, el sistema de representación canallesca, la impunidad que permite que Menen sea absuelto de un crimen contra la humanidad. El dúo Pimpinela No Cambiamos entre Lilita y Mauricio es una patética versión de las para mí, hermosas canciones de los hermanos Galán. Todo queda reducido a enfrentamientos personales y el ministro Garavano tiene el mismo protagonismo o quizá menor que el Poroto Cubero. No esperemos nada, pero nada, salvo sangre, sudor y lágrimas nuestras de estos caciques de los pueblos anti originarios. Lo originario nada tiene que ver ni con el fondo monetario, donde hay una Ali Babá con mucho más de 40 ladrones, ni las criptomonedas, ni las acciones en la bolsa de valores.
Lo originario siempre fue la niñez respetada y cuidada, lo originario fue curar al enfermo, lo originario es dar comida al hambriento. Lo originario es dar de beber al sediento. Cuando lo originario queda sepultado, la cultura no puede sobrevivir ni lo merece. Y esto lo escribió Sigmund Freud. Esta cultura represora está condenada al fracaso. Pero nosotros podemos estar condenados a nuestro propio y definitivo sometimiento. Hay muchos colectivos, que siguen sosteniendo que lo originario es por lo único que la lucha debe ser permanente. Tierra, aire, agua, solidaridad, amor al compañero, odio al enemigo. El Encuentro Nacional de Mujeres es una marca indeleble de esa lucha. Y la mejor señal de que sin Encuentro la Unidad es una marca registrada de la estafa por venir. Y tengamos no la certeza, pero si la más profunda convicción, de que a todas, todos, todes los que pretenden y consiguen arrasar con lo originario, la historia de los pueblos nunca más los absolverá.
Fuente: Agencia de noticias Pelota de Trapo