La dictadura del capital
Según Marx, las fuerzas
productivas (la fuerza de trabajo, el
modo de trabajo y los medios de producción materiales), en un determinado nivel
de su desarrollo, entran en contradicción con las relaciones de producción
dominantes (relaciones de propiedad y dominación). Esto ocurre porque las
fuerzas productivas progresan continuamente. Así, la industrialización genera
nuevas fuerzas productivas que entran en contradicción con las relaciones de
propiedad y dominación de tipo feudal, lo que conduce a crisis sociales que
presionan para promover un cambio de las relaciones de producción. La contradicción se elimina mediante
la lucha del proletariado contra la
burguesía, que genera el orden social comunista.
Frente a la presunción de
Marx, no es posible superar la
contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones productivas
mediante una revolución comunista. Es insuperable.
El capitalismo, precisamente por esta condición intrínseca de carácter
permanente, escapa hacia el futuro. De este modo, el capitalismo industrial
muta en neoliberalismo o capitalismo financiero con modos de producción
posindustriales, inmateriales, en lugar de trocarse en comunismo.
El neoliberalismo, como una
forma de mutación del capitalismo, convierte al trabajador en empresario. El neoliberalismo, y
no la revolución comunista, elimina la clase trabajadora sometida a la explotación ajena. Hoy cada uno es un trabajador que se explota
a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una
persona. También la lucha de clases se transforma en una lucha interna consigo mismo.
No es la multitude cooperante que Antonio Negri
eleva a sucesora posmarxista del «proletariado», sino la solitude del
«Imperio parasitario» y construye un
orden social comunista. Este esquema marxista, al que Negri se aferra, se
mostrará de nuevo como una ilusión.
Ya no es posible
sostener la distinción entre proletariado y burguesía. El proletario es literalmente
aquel que tiene a sus hijos como única posesión. Su autoproducción se limita únicamente a la reproducción biológica. Hoy, por el contrario, se extiende la ilusión
de que cada uno, en cuanto proyecto
libre de sí mismo, es capaz de una
autoproducción ilimitada. En la actualidad es estructuralmente
imposible la «dictadura del proletariado». Hoy todos estamos dominados por una
dictadura del capital.
El régimen neoliberal
transforma la explotación ajena en la autoexplotación que afecta a todas las
«clases». La autoexplotación sin clases le es totalmente extraña a Marx. Esta
hace imposible la revolución social, que descansa en la distinción entre
explotadores y explotados. Y por el aislamiento del sujeto de rendimiento,
explotador de sí mismo, no se forma ningún nosotros
político con capacidad para una acción común.
Quien fracasa en la sociedad
neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en
lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial
inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna
contra el sistema. En el régimen de la explotación ajena, por el contrario, es
posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el
explotador. Precisamente en esta lógica se basa la idea de Marx de la
«dictadura del proletariado». Sin embargo, esta lógica presupone relaciones de
dominación represivas. En el régimen
neoliberal de la autoexplotación uno dirige
la agresión hacia sí mismo. Esta
autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo.
Ya no trabajamos para nuestras necesidades, sino para el capital. El capital genera sus propias necesidades, que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias. El capital representa una nueva trascendencia, una nueva forma de subjetivización. De nuevo somos arrojados del nivel de la inmanencia de la vida, donde la vida se relacionaría consigo misma en lugar de someterse a un fin extrínseco.
La política moderna se caracteriza por la emancipación del orden trascendente, esto es, de las premisas fundamentadas religiosamente. Solo en la Modernidad, en la que los recursos de fundamentación trascendentes ya no tuvieran validez alguna, sería posible una política, una politización completa de la sociedad. De este modo, las normas de acción se podrían negociar libremente. La trascendencia cedería ante el discurso inmanente a la sociedad. Así, la sociedad tendría que levantarse de nuevo desde su inmanencia. Por el contrario, se abandona de nuevo la libertad en el momento en que el capital se erige en una nueva trascendencia, en un nuevo amo. La política acaba convirtiéndose de nuevo en esclavitud. Se convierte en un esbirro del capital.
¿Queremos ser realmente libres? ¿Acaso no hemos inventado a Dios para no tener que ser libres? Frente a Dios todos somos culpables. Pero la culpa* elimina la libertad. Hoy los políticos acusan al elevado endeudamiento de que su libertad de acción esté enormemente limitada. Si estamos libres de deuda, vale decir, si somos plenamente libres, tenemos que actuar de verdad. Quizás incluso nos endeudamos permanentemente para no tener que actuar, esto es, para no tener que ser libres ni responsables. ¿Acaso no son las elevadas deudas una prueba de que no tenemos en nuestro haber el ser libres? ¿No es el capital un nuevo Dios que otra vez nos hace culpables? Walter Benjamin concibe el capitalismo como una religión. Es el «primer caso de un culto que no es expiatorio sino culpabilizador». Porque no es posible liquidar las deudas, se perpetua el estado de falta de libertad: «Una terrible conciencia de culpa que no sabe cómo expiarse, recurre al culto no para expiar la culpa sino para hacerla universal».5
Dictadura de la transparencia
Al principio se celebró la red
digital como un medio de libertad ilimitada. El primer eslogan
publicitario de Microsoft, Where do you want to go today?, sugería una libertad y
movilidad ilimitadas en la web. Pues bien, esta euforia inicial se muestra hoy
como una ilusión. La libertad y la comunicación ilimitadas se convierten en
control y vigilancia totales. También los medios sociales se equiparan cada vez
más a los panópticos digitales que vigilan y explotan lo social de forma
despiadada. Cuando apenas acabamos de
liberarnos del panóptico disciplinario, nos adentramos en uno nuevo aún más eficiente.
A los reclusos del panóptico benthamiano
se los aislaba con
También se reclama
transparencia en nombre de la libertad de comunicación. La transparencia es en
realidad un dispositivo neoliberal.
De forma violenta vuelve todo hacia el exterior para convertirlo en información. En el modo actual de
producción inmaterial, más información y comunicación significan más
productividad, aceleración y crecimiento. La información es una positividad que
puede circular sin contexto por
carecer de interioridad. De esta forma es posible acelerar la circulación de
información.
El secreto, la extrañeza o
la otredad representan obstáculos para una comunicación ilimitada. De ahí que
sean desarticulados en nombre de la transparencia. La comunicación se acelera
cuando se allana, esto es, cuando se eliminan todas las barreras, muros y abismos.
También a las personas se las desinterioriza,
porque la interioridad obstaculiza y ralentiza la comunicación. Esta
desinteriorización no sucede de forma violenta. Tiene lugar de forma voluntaria. Se desinterioriza la negatividad de la otredad o de la extrañeza en
pos de la diferencia o de la diversidad comunicable o consumible. El
dispositivo de la transparencia obliga a una exterioridad total con el fin de
acelerar la circulación de la
información y la comunicación. La apertura sirve en última instancia
para la comunicación ilimitada, ya que el cierre, el hermetismo y la
interioridad bloquean la comunicación.
Una conformidad total es una
consecuencia adicional del dispositivo de la transparencia. Reprimir las
desviaciones es constitutivo de la economía de la transparencia. La red y la
comunicación totales tienen ya como tales
un efecto allanador. Generan un efecto
de conformidad, como si cada uno
vigilara al otro, y
ello previamente a cualquier
vigilancia y control por servicios secretos. Hoy la vigilancia tiene lugar también
sin vigilancia. Como
El neoliberalismo convierte
al ciudadano en consumidor. La libertad
del ciudadano cede ante la pasividad del consumidor. El votante, en cuanto
consumidor, no tiene un interés real por la política, por la configuración
activa de la comunidad. No está dispuesto ni capacitado para la acción
política común. Solo reacciona de forma pasiva a la política,
refunfuñando y quejándose, igual que el consumidor ante las mercancías y los
servicios que le desagradan. Los políticos y los partidos también siguen esta
lógica del consumo. Tienen que proveer. De
este modo, se degradan a proveedores que han de satisfacer a los votantes en
cuanto consumidores o clientes.
La transparencia que hoy se exige de los políticos es todo menos una
reivindicación política. No se exige
transparencia frente a los procesos políticos
de decisión, por los que no se interesa ningún consumidor. El imperativo de
la transparencia sirve sobre todo para desnudar a los políticos, para
desenmascararlos, para convertirlos en objeto de escándalo. La
reivindicación de la transparencia presupone la posición de un espectador que
se escandaliza. No es la reivindicación de un ciudadano con iniciativa, sino la
de un espectador pasivo. La
participación tiene lugar en la forma de reclamación y queja. La sociedad de la
transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores, funda una democracia de espectadores.
La autodeterminación informativa
es una parte esencial de la libertad. Ya en la sentencia del Tribunal
Constitucional de Alemania sobre el censo nacional, en 1984, se afirma lo
siguiente:
Serían incompatibles con el
derecho a la autodeterminación informativa un orden social y su respectivo
orden jurídico en los que el ciudadano no pudiera saber quién sabe de él, así
como tampoco qué, cuándo y en qué ocasión se sabe de él.
No obstante, se trataba de una época en la que se creía que había que enfrentarse al Estado como a una instancia de dominación que arrebataba información a los ciudadanos contra su voluntad. Hace mucho que esa época quedó atrás. Hoy nos ponemos al desnudo sin ningún tipo de coacción ni de prescripción. Subimos a la red todo tipo de datos e informaciones sin saber quién, ni qué, ni cuándo, ni en qué lugar se sabe de nosotros. Este descontrol representa una crisis de la libertad que se ha de tomar en serio. En vista de la cantidad y el tipo de información que de forma voluntaria se lanza a la red indiscriminadamente, el concepto de protección de datos se vuelve obsoleto.
Nos dirigimos a la época de
la psicopolítica digital. Avanza desde una vigilancia pasiva hacia un control
activo. Nos precipita a una crisis de la libertad con mayor alcance, pues ahora
afecta a la misma voluntad libre. El Big
Data es un instrumento psicopolítico muy eficiente que permite adquirir un
conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la
comunicación. Se trata de un conocimiento
de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla a un
nivel prerreflexivo.
La apertura del futuro es
constitutiva de la libertad de acción.
Sin embargo, el Big Data permite
hacer pronósticos sobre el comportamiento humano. De este modo, el futuro se
convierte en predecible y controlable. La psicopolítica digital transforma la
negatividad de la decisión libre en la positividad
de un estado de cosas. La persona misma se positiviza en
cosa, que es cuantificable,
mensurable y controlable. Sin embargo, ninguna cosa es libre. Sin duda alguna,
la cosa es más transparente que la
persona. El Big Data anuncia el fin de la persona y de la voluntad libre.
Todo dispositivo, toda técnica de dominación, genera objetos de devoción que se introducen con el fin de someter. Materializan y estabilizan el dominio. «Devoto» significa «sumiso». El smartphone es un objeto digital de devoción, incluso un objeto de devoción de lo digital en general. En cuanto aparato de subjetivación, funciona como el rosario, que es también, en su manejabilidad, una especie de móvil. Ambos sirven para examinarse y controlarse a sí mismo. La dominación aumenta su eficacia al delegar a cada uno la vigilancia. El me gusta es el amén digital. Cuando hacemos clic en el botón de me gusta nos sometemos a un entramado de dominación. El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. Facebook es la iglesia, la sinagoga global (literalmente, la congregación) de lo digital.
1. K. Marx, Ideología
alemana, Montevideo, Pueblos Unidos, 1958, p. 82.
2. Íd., Elementos fundamentales para la crítica de la
economía política, tomo II, Buenos Aires, Siglo XXI, p. 167.
3. Ibíd.
4. K. Marx, El capital, tomo I, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2005,
1. W. Benjamin, «Kapitalismus als Religion», en Gesammelte
Schriften, tomo IV, Frankfurt del
Meno, 1992, p. 100.
* En alemán, el término Schuld significa a la vez «culpa» y
«deuda». (N. del T.)
Ilustración: GettyImage
Extracto del libro "Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas del poder"- Traducción de Alfredo Bergés- Edición PENSAMIENTO HERDER, dirigida por Manuel Cruz