• 19 de abril de 2024, 7:47
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La Corte de los Milagros

Por Carlos Caramello*


“Corte de los Milagros, 

allí vais a estar: 

Donde el cojo huyó, 

donde el ciego vio, 

pero el muerto no” 

 El Jorobado de Notre-Dame (1996)


París. Principios del Siglo XVIII. Días del Rey Sol (le Roi Soleil) o Luis el Grande. Miles de migrantes provenientes de las zonas rurales cercanas se instalaban en los barrios marginales de la Ciudad Luz. Su única posibilidad de supervivencia resultaba la mendicidad y como era más fácil pedir siendo un tullido o un discapacitado, muchos de aquellos mendigos simulaban alguna invalidez. Pero al regresar a las áreas donde residían, dejaban de actuar su papel y, mágicamente, se curaban. Por eso y porque muchos de esos barrios estaban cercanos a Notre Dame o el convento de Filles-Dieu, se ganaron el mote de La Corte de los Milagros. 

Llegaron a tener tal grado de organización que elegían a su propio rey, al que llamaban el Roi des Thunes (o Gran Coesre, algo así como Gran César en slang). Su  "poder" era descomunal, tanto que  ni el ejército se atrevía a penetrar en sus dominios. Es más, cuando en 1630 Luis XIII, a manera de desafío, ordenó construir una nueva calle que atravesara la zona, toda la cuadrilla de trabajadores fue asesinada y el proyecto se canceló.

Traigo a colación una idea que muchos refieren y pocos saben de qué se trata porque la Corte Suprema de Justicia que los argentinos supimos conseguir, en sus distintas formaciones y configuraciones, ha sido milagrera… por lo menos a partir de 1930, cuando legalizaron un golpe de Estado con una acordada que en un párrafo rezaba “el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país [para poner fin al gobierno democrático del presidente Hipólito Yrigoyen], es, pues, un gobierno de facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas, en cuanto ejercita la función administrativa y política derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social”. Y con esto convalidaba el rosario de asonadas y fragotes que nos llevarían hasta el 24 de marzo negro de 1976.

Cada una de las Supremas que siguieron a la que cometió este estropicio, hizo su milagro. Determinar, por ejemplo, que un contrabandista no era un contrabandista porque ya había sido juzgado por contrabandista, es, a todas luces, un prodigio cercano al portento. Cajonear la decisión sobre el corralito que afectaba a millones de argentinos más allá de la resolución de la crisis política que lo había provocado (empobreciendo a muchos ciudadanos) alcanza las características de fenómeno teológico, y  declarar inconstitucional a la Constitución porque tenés más de 90 años y deberías haberte jubilado a los 75 pero querés quedarte para joder al gobierno de turno… ahhhh, eso te eleva a las esferas del éxtasis escolástico.

Ahora bien: milagros, pero milagros propiamente dichos, son los que ha realizado la Corte que preside el Sub-Supremo Rosenkrantz, -y digo “sub” porque todos sabemos que él tiene su propio “supremo”-. 

Pero esta última, la de los 2 jueces metidos por el ventiluz, la jueza con fecha de vencimiento borrada -como los productos de algunos supermercados- y ese juez que quería ser presidente y no le daba el cuero es, a no dudarlo che, la verdadera Corte de los Milagros. 

Y no lo digo porque al estilo de la vieja Cour des Miracles  haya “organizado una contra-sociedad dedicada al crimen y al robo con su propia jerarquía e instituciones ” -cosa que habrá que analizar alguna vez- sino porque sólo auténticas y certificadas deidades pueden, por ejemplo, abocarse al tratamiento de los recursos iniciados por los jueces Bruglia y Bertuzzi, fallar que sus señorías están ocupando lugares que no les corresponden pero, a su vez, dictaminar que mientras no aparezca el verdadero dueño, pueden quedarse usufructuando de ese choreo. Y, además, convencer a la sociedad que eso es impartir Justicia. Eso es verdaderamente milagroso.

Sus cinco miembros, con algo de habitantes del Olympo y otro poco de aprendices de brujo, son los únicos capaces de sacar de sus bonetes un artículo 280 y decir que ni piensan analizar si la condena del ex vicepresidente de la Nación es legal o fue producto de una causa armada con un testigo falso que cobró un millón y medio de pesos por declarar.  

Supremos a los que les frega que Milagro Sala esté hace 5 años presa ya que, lejos de tratar las denuncias que en realidad importan en este caso, apenas si confirmaron una condena de 2 años (que están cumplidos, claro) por la venta de unas bombachas supuestamente robadas. 

Pero el último milagro, el de esta semana, el que más cotiza para que en pocos años más sean canonizados los cinco, Rosenkrantz incluido y sin beatificar, es el fallo con el que le acaban de avisar al Presidente de la República que, como en la presentación hecha por el Poder Ejecutivo no queda claro que haya una Pandemia, entonces tiene razón la Ciudad de Buenos Aires… palabras más, conceptos menos. O sea, le enrostran a Alberto lo que Alberto hasta ahora no había querido ver, que es que no lo quieren ni lo van a querer, aunque él los defienda, piropee y les mande espejitos de colores. 

O sea que, ya no hay dudas: convivimos con La Corte de los Milagros, donde algunos no ven lo que no quieren ver, otros renguean… para la derecha, otros estiran la mano pidiendo una moneda más y todos forman parte de un submundo con sus propias leyes, que no reconoce ni siquiera a la Constitución Nacional.

Eso es nuestra Corte de los Milagros, prodigiosa y milagrera… porque de verdad que es un milagro que esos jueces sigan en sus cargos. 


Licenciado en Letras, escritor y autor junto a Aníbal Fernández de los libros “Zonceras argentinas al sol” y “Zonceras argentinas y otras yerbas”,  y “Los profetas del odio”. Su último libro editado es  “Zonceras del Cambio, o delicias del medio pelo argentino”.

"La corte de los milagros", una ilustración de Gustave Doré inspirada por la visión romántico-medieval de las obras de Victor Hugo.

Fuente: Liliana López Foresi

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