Los medios de comunicación presentan el discurso de Javier Milei como anarcocapitalista pero se trata de una candidatura neofascista. Si gana, su gobierno será incompatible con las libertades democráticas conquistadas tras la caída de la última dictadura militar.
Un volcán político ha entrado en erupción en Argentina. Los medios de comunicación presentan el discurso de Javier Milei, con indulgencia irresponsable, como anarcocapitalista, pero se trata de una candidatura neofascista. Si Javier Milei gana, su gobierno será incompatible con las libertades democráticas conquistadas dramáticamente tras la caída de la última dictadura militar. Una política de choque antipopular tan brutal no es posible sin romper la columna vertebral del movimiento sindical y popular más fuerte del continente. No puede imponerse sin violencia y, por tanto, sin un cambio de régimen.
El reciente resultado de las PASO parece haber sido totalmente inesperado. Algunos lo atribuyen a un «voto bronca». Debe haber un «grano» de verdad en esta idea de protesta, pero parece ser mucho más grave. Nadie previó que un movimiento tan profundo de «placas tectónicas» sociales era inminente, y que podría subvertir cualitativamente las relaciones de poder político. Lamentablemente, una ingenua subestimación de la extrema derecha ha vuelto a imponerse, como ocurrió con Jair Bolsonaro en 2018. Lo que honestamente debería inquietarnos y llevarnos a preguntarnos: ¿por qué?
En lo que respecta a Brasil, fue complicado y polémico. Era muy difícil admitir que, después de trece años de gobiernos liderados por el PT, pero en permanente concertación con fracciones de la clase dominante, el país estaba fracturado por el giro de la «masa de la burguesía» hacia la oposición y el golpismo, el desplazamiento de la mayoría de las clases medias, agotadas por el rencor social, hacia el antipetismo, y la división de la clase trabajadora ante la ofensiva de la operación Lava Jato que criminalizaba a la izquierda como corrupta. Las ilusiones ciegan cuando la realidad es demasiado cruel.
En cuanto al fenómeno de Javier Milei y su partido La Libertad Avanza, el mejor criterio internacionalista es esperar las respuestas que vendrán de la izquierda argentina. Al fin y al cabo, nunca hemos visto una bestialidad antisocial tan descarada. Un feroz programa ultraliberal, un thatcherismo con «fiebre de 44 grados», que propugna la privatización de la educación y la salud pública, la suspensión de todos los programas de asistencia social, un ataque demoledor a los derechos laborales y a las jubilaciones, la defensa de las privatizaciones ilimitadas, el libre acceso a las armas generalizadas y el apoyo irrestricto a la violencia policial, la derogación del derecho al aborto, la eliminación de los ministerios de educación, salud pública, cultura, medio ambiente, ciencia y tecnología, la dolarización y el fin del Banco Central. Un horror.
El bufonesco Javier Milei, con su pelo calculadamente despeinado, su ensayado histrionismo pop, una retórica exaltada contra todo y contra todos, mucha demagogia extremista y propuestas disparatadas, atrajo los votos de millones. Mucho más allá de las apariencias y los disfraces, el voto reveló una profunda fractura social que debe ser analizada y explicada.
A pesar de que la primera vuelta sólo se celebrará a finales de octubre, y de que la lucha electoral está aún por librar, no se puede dejar de tomar en serio el peligro «real e inmediato» de que un fascista esté en la segunda vuelta. Y sería una frivolidad imperdonable descartar la posibilidad de que Javier Milei gane las elecciones. No se puede luchar contra todos los enemigos al mismo tiempo, con la misma intensidad. En el terreno de la táctica es donde hay que elegir. Nada es más importante que luchar para impedir que gane el fascista.
Esta nueva realidad enciende una alerta roja en la izquierda argentina y sudamericana, por dos razones. En primer lugar, porque la posibilidad de la victoria de Javier Milei señala la precipitación de una apocalíptica ofensiva contrarrevolucionaria contra los trabajadores y el pueblo cuyo desenlace es imprevisible y tal vez el peligro de una derrota histórica.
En segundo lugar, porque demuestra que la amenaza fascista sigue presente, incluso después de victorias electorales como las de Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y Lula en Brasil. Si el gobierno del frente amplio liderado por el PT fracasa, el peligro de que el movimiento político-social de extrema derecha, incluso sin Jair Bolsonaro como candidato, pueda disputar el poder en 2026 es real.
En Argentina, la derrota del gobierno de Mauricio Macri no ha enterrado a la derecha. Al contrario, la erosión del gobierno peronista liderado por Alberto Fernández, ante la putrefacta crisis social, no ha favorecido a la izquierda anticapitalista. Ha potenciado la vertiginosa conquista de audiencias masivas por parte de la extrema derecha. ¿Por qué? Seguramente hay factores nacionales que explican por qué el «péndulo» de la correlación de fuerzas políticas ha oscilado hacia el neofascismo y no hacia la izquierda. Es necesario hacer balance, identificar responsabilidades y extraer lecciones, sin disolver la evaluación de lo ocurrido en discusiones circulares – «ellos ganaron porque nosotros perdimos»-.
Pero la realidad es que el avance del neofascismo ha sido uno de los rasgos fundamentales de la situación internacional durante diez años. Algo ha cambiado, y profundamente. Todo indica que la etapa abierta por la restauración capitalista entre 1989/91, que podemos llamar globalización, ha terminado. El mundo se ha vuelto más peligroso.
Las últimas crisis confirman que los límites históricos del capitalismo se están estrechando. La «vida útil» histórica del capitalismo se ha acortado. Aumentan los peligros del estancamiento económico a largo plazo, el empobrecimiento, el desplazamiento de refugiados y las crisis sociales catastróficas, el calentamiento global, la pugna por la supremacía política mundial y el ascenso del fascismo.
Pero no son equivalentes ni tienen la misma urgencia. En la lucha de clases, el ritmo de los procesos es central, porque así es como se desarrolla la experiencia práctica de millones de personas y tiene lugar la contienda por la conciencia. La lucha contra el surgimiento de un partido fascista que llegue al poder es una prioridad ineludible. Trump, Marine Le Pen y el crecimiento de la AfD en Alemania tampoco pueden ser subestimados.
Algunas de las «certezas» de los marxistas del siglo XIX han acabado derrumbándose por el camino: hoy sabemos más, y sabemos que es más difícil. Uno de los problemas centrales son las formas degeneradas de la contrarrevolución moderna. Para Marx y sus contemporáneos, la barbarie era una de las posibilidades de evolución del capitalismo, a menos que triunfara la revolución socialista: pero un proceso degradado como el nazifascismo, contrarrevolución imperialista con métodos genocidas, era impensable.
Para quienes las hayan leído, sean socialistas o no, son inolvidables las páginas de El 18 Brumario de Luis Bonaparte en las que explica con horror las monstruosidades del régimen contrarrevolucionario bonapartista en Francia tras la derrota de 1848. Pero el bonapartismo del siglo XIX no puede compararse ni remotamente con el horror de la contrarrevolución del siglo XX. Quizá podría decirse lo mismo de Lenin, que, sin embargo, procedía de un país donde los pogromos eran frecuentes. Si no le sorprendió la puesta en marcha de la Primera Guerra Mundial por los imperialismos modernos, y sus diez millones de muertos, tampoco conocía los grotescos desfiles y marchas nazifascistas, ni el horror de los campos de exterminio del Holocausto como método y política de Estado.
La derrota del nazifascismo fue una de las victorias más extraordinarias de la lucha obrera y popular del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial fue la guerra revolucionaria más importante y extraordinaria de la historia. Su resultado definió la segunda mitad del siglo. Desde un punto de vista marxista, no puede reducirse a una disputa interimperialista por la hegemonía en el mundo o por el control del mercado mundial. Un enfoque esencialmente económico para explicarla simplifica las diferencias entre los bloques en pugna e ignora el lugar del nazifascismo.
No sólo por la invasión alemana de la URSS en 1941 y la amenaza de restauración capitalista y colonización que ella preparaba, o por el genocidio de limpieza étnica judía, lo que en sí mismo la hacía cualitativamente diferente de la Primera Guerra Mundial. Por primera vez en la historia, se produjo una batalla despiadada entre potencias imperialistas por dos regímenes políticos. Por un lado, el régimen más avanzado conquistado por la civilización, con excepción del régimen de Octubre en sus inicios, la democracia republicana burguesa, y por otro, el más degenerado, el fascismo.
El más aberrante y regresivo, porque su proyecto político iba mucho más allá del aplastamiento de la revolución obrera en Alemania: el nuevo Reich exigía la esclavización de pueblos enteros, como los eslavos, y el genocidio de otros, como los judíos y los gitanos, así como la repugnante homofobia transformada en política de represión estatal.
Javier Milei debe ser derrotado.
Foto: Javier Milei en el lanzamiento de La Libertad Avanza, en agosto de 2021. (Wikimedia commons)
Fuente: Revista Jacobin