La credibilidad, o confianza, son fundamentales en las instituciones fundamentales. Si no se confía en ellas la sensación es la de no tener suelo firme. No tener donde afirmarse, estar seguros.
En la Biblia se alude a uno de los términos fundamentales tanto de la Biblia hebrea como cristiana. En hebreo el verbo/sustantivo ‘aman/‘amén y en griego pisteuô/pistis suele traducirse por “creer/fe”, pero también es credibilidad y confianza.
Es muy interesante que, en los textos, especialmente de los profetas, cualquier cosa en la que se ponga la confianza o la seguridad que no sea estrictamente y sólo en Dios es tenida por idolatría; aunque se trate de cosas maravillosas, o incluso religiosas, como la alianza, el sábado, el templo… Sólo en Dios tiene sentido poner la confianza. De “confianza” religiosa hablamos, por cierto. Hay otra. Y no pretendo ser novedoso, porque “todos lo sabíamos”, sólo que nunca lo pudimos saber tan explícita y tan claramente. No es malo, eso.
Empecemos por casa, entonces. La Iglesia necesita ser creíble. No que se “crea” en ella, ya que no es en la Iglesia en la que se cree, sino solo en Dios, pero debe ser creíble. ¿Cómo predicar si no nos creen? ¿Cómo poder decir una palabra si no somos confiables? Y, debemos reconocerlo con dolor, pero con claridad, la institución, ha causado, en muchísimos ambientes, una herida que debe sanar antes de pretender (volver a) ser confiable. Y me voy a referir a dos casos concretos que creo que no son totalmente diferentes: la Iglesia cómplice de los poderosos (sea en la dictadura o de los poderes económicos) pierde credibilidad porque no se vislumbra independencia o transparencia. Una Iglesia que calló en la dictadura (sabemos que no fueron todos, pero “casi”), o que calla frente a los planes económicos de genocidio planificado, de hambre y de muerte, sin duda no será escuchada. No interesa. Lo mismo ha de decirse ante los casos de pederastia o pedofilia. Que también se trata de “poder”. La sensación es que la Iglesia quiso, de un modo miope, preservarse del escándalo sin tomar (en ninguno de ambos casos) una clara partida en favor de las víctimas. Y – debo decirlo – creo que todavía hoy sigue siendo la actitud de la mayoría. Si habla y se preocupa por el “tema” no siempre parece hacerlo por empatía y solidaridad con las víctimas sino por el escándalo. Por el descrédito.
En su “homilía” inaugural del año judicial, el presidente de la corte suprema de Justicia, Carlos Rosenkrantz habló del descrédito del poder judicial. Sin ninguna autocrítica personal, por cierto (lo que aumenta el descrédito). Que él haya aceptado, en un principio, entrar por la ventana trasera a la Corte, contra todo lo establecido por la Constitución, pareciera según él que no hace mella en el descrédito. Que surjan fiscales y jueces que violan las leyes, por ejemplo, parece que no figura dentro del tema, ya que la misma Corte no reacciona frente a estos hechos. Y, dicen, “el que calla otorga”. Que aparezcan jueces que no ostentan ni la más pequeña pizca de objetividad e independencia, y pretendan por todos los medios (legales o no) juzgar, condenar y encarcelar a sus “adversarias”, no parece demasiado “justo”, por cierto. Que un fiscal (o más de uno) aparezca en casos resonantes de extorsión y espionaje ilegal, y que no se someta a derecho ante una indagatoria, no transforma en demasiado “creíble” o “confiable” al poder judicial (así, con minúscula).
En solicitadas (con muchos menos nombres de los que cabía esperar, es cierto) se hace una apología y defensa de un periodista que ha demostrado, incluso públicamente, que no se ha dedicado a informar sino a “operar”. El “cuarto poder”, el periodismo, está en una decadencia absoluta, aunque conserve todavía poder de daño. Dudosamente se trata de un solo sujeto sospechado; hay medios enteros (o multi, para ser precisos) beneficiados por la derogación de una ley de Servicios de comunicación audiovisual, criticada desde la mediocridad o la obsecuencia. No es sensato enfrentarse públicamente con el todopoderoso. Los que lo hicieron, todavía hoy pagan las consecuencias ¿No, Liliana? La supuesta comunicación de “la verdad” que se espera de los Medios se manifiesta, claramente, y en estos casos, de un modo patente, como no confiable, no creíble. Y no se trata, que es legítimo, que se comunique un dato real y luego se lo interprete de una u otra manera, sino de que no se den datos, o se den datos inexistentes, como cuentas secretas, ¿no, Daniel? Cuando los periodistas son más “operadores” que comunicadores, ¿no, Jorge?, la verdad está en duda.
La policía se supone una fuerza pública, al servicio del poder judicial, para garantizar la libertad, la seguridad, la vida, la propiedad… Claro que cuando parece más dedicada a la propiedad de los poderosos que la vida de los demás (¿no, Chocobar?) empezamos con un problema, por lo menos de escala de valores. Cuando vemos que, ante la orden de reprimir, pareciera que muchos lo hacen con saña y placer, seguimos teniendo otro problema. Y cuando dos grupos policiales se enfrentan a tiros porque uno de ellos participaba de una extorsión por drogas, el problema es más grande todavía.
Quiero dejar claro… conozco curas, conozco personajes del poder judicial, conozco periodistas y policías que no son como “esos”. Y esto me hace decir que no es “el clero”, “el poder judicial”, “los periodistas”, “la policía”. Pero también es cierto que “estos” curas, policías, periodistas o jueces/fiscales pudren la confianza y la credibilidad. Sería de desear que las mismas instituciones arbitren los medios para sacar el pus, para purificarse, limpiarse, ser lo que la sociedad toda espera de ellas.
Pero no esperamos maquillajes o cirugías estéticas sino reformas. Claro, recordamos que – por ejemplo – cuando hubo un intento serio de transformación de la policía de la provincia de Buenos Aires, desarticulado por el gobernador Scioli, debemos decirlo, fue Carlos Stornelli, ministro de seguridad, quien deshizo todo para volver a la vieja policía. Esta policía. Lo mismo ha de decirse de los casos de abuso sexual dentro de la Iglesia, con frecuencia tapados con oportunos transados y silencios (“todos somos pecadores”, [sic]). Tampoco deseamos simulaciones periodísticas. Recuerdo que cuando conseguimos la democracia, Clarín tenía que despegarse (o hacer creer que se despegaba) de su complicidad y entonces “despidió” al que era su periodista estrella, Joaquín Morales Solá. Escuché decir que le dieron unos cuantos pesos a cambio que por un buen tiempo no escribiera en ningún medio público. Luego de pasado ese tiempo empezó a escribir, obviamente, en La Nación, y ahora tiene un programa de TV en el grupo Clarín, lo que revela que su “conversión” fue meramente “pour la gallerie”. Con el Poder Judicial es más difícil todavía… son Todopoderosos, y cuando el ejecutivo y el legislativo proponen una reforma judicial, les basta con declararlo inconstitucional y “¡listo!” ¡Talcahuano definió!
A lo mejor estemos en una etapa terminal de nuestro presente, y puede ser bueno. Ojalá así lo sea. “Lo más oscuro de la noche es antes del amanecer” dicen los zapatistas (los cito expresamente para no parecerme a un dicho semejante – no idéntico – de un personaje que ni de lecturas (sic) ni de perspectivas quisiera estar cerca). Ojalá estas crisis sirvan para encarar y poder disfrutar reformas en las que podamos caminar en tierra firme. El verbo ‘amán en hebreo, alude a “estar firme”, a los cimientos, las raíces… por cierto (por suerte) la fe solo la ponemos en Dios y no en los seres humanos, ni presidentes ni papas, ni jueces ni periodistas, ni policías ni fiscales y eso nos da otros espacios de libertad. Espacios de vida. De vivir se trata.
Foto: Deposiphotos
Fuente: Blog 2 de Eduardo de la Serna