El mundo está colonizado por un exceso de palabras e imágenes. Se habla demasiado, se muestra demasiado. Todos tenemos algo que decir o mostrar, pero no porque tengamos algo que decir o mostrar. Decir hoy no es equivalente a expresarse. “Decir” hoy es sacar a pasear el Yo por las conversaciones de feria.
La fórmula que sale de todo esto es más que obvia: si se dice mucho, se escucha poco. No es que nadie escucha pero si el mandato es “decir”, el mundo se perfecciona en educarnos para eso. Las apps nos dan filtros, esquemas en los cuales “decir lo nuestro” (“es todo lo que está bien” y fórmulas del estilo), gestos, bailes, formas de movernos y, sobre todo, memes. El meme es la estrella, la referencia cultural absoluta de nuestra época. Un meme hace más en un político, por poner un caso, que reiteradas entrevistas en el programa serio de la noche. No importa lo vano o sin gracia de lo que se dice, pero si tiene formato de meme funciona (al menos para ser dicho).
Decir hoy no es equivalente a expresarse. “Decir” hoy es sacar a pasear el Yo por las conversaciones de feria.
No se trata de no expresarse o escribir menos. Pero sí de escuchar más, es decir, de poder habitar un mundo más sutil. Sin esa escucha no es posible la poesía ni ninguna clase de literatura. Ya lo había escrito Emerson, un autor norteamericano del 1800, que decía: “El mar, la cresta de montaña, el Niágara y cada lecho de flor preexiste en preencantos que navegan con olores en el aire. Cuando un hombre va con un oído lo suficientemente fino, las caza. Y trata de escribir las notas, sin disminuirlas ni corromperlas”.
Sin escucha somos menos que nada. Percibir para escribir. Escuchar para hablar. Pero esta educación no es una propiedad de “las redes”. El facilismo encuentra siempre un medio para echarle culpas como antes se hacía con la televisión. Es la época misma la que nos pone a “no escuchar”. Con Pablo Fisher, experto en podcasts, hablábamos si es viable que los niños escuchen podcasts. La respuesta (provisoria como todo) puede ser negativa. Porque escuchar hoy es, básicamente, ver. Por ejemplo, la escucha de radio parece haber cambiado. Ya es frecuente que muchas radios transmitan por YouTube o que se escuche el programa en otras plataformas.
El hombre es una ópera dispersa. Mirar televisión scrolleando o tuiteando o instagrameando… y muchos neologismos espantosos más
El sentido de eso que llamamos “los medios” y “las redes” ha cambiado. El modo en que el mundo nos da forma y nosotros le damos forma al mundo hace que no podamos habitar un solo dispositivo. El mecanismo parece funcionar para que estemos conectados a todo y a nada al mismo tiempo. El hombre es una ópera dispersa. Mirar televisión scrolleando o tuiteando o instagrameando… y muchos neologismos espantosos más. Si Freud había reducido la conciencia del hombre al mínimo, nuestra época partió en mil pedazos lo poco que nos quedaba.
Somos una percepción estallada, agotada pero hiperactivada. Todo eso hace que sea difícil escuchar. Porque escuchar no existe más. La escucha necesita un foco, una atención que no podemos ejercer. No es que la gente no escucha, sino que la sociedad dejó de construir socialmente ese lugar, ese oído. Ahora lo que se fabrican son enlaces de sentido, simultaneidades, multiplicidades, un picadito de significantes. Escuchar es enlazar: ver, capturar, hablar, es todo eso pero junto. Escuchar ya no es un acto único, es un acto que acontece para desplazarse, para acompañar o ser acompañado por otro acto. ¿Cuántos estamos en un bar con un amigo y con el teléfono al mismo tiempo por ejemplo? No es algo del orden del comportamiento, sino del modo de ser que se expresa en cómo actuamos. Es como decían Deleuze y Guattari: “Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos”. Si antes nos creíamos músicas que íbamos en otros, como decía Osvaldo Soriano, ahora somos mil notas dispersas que se confunden y se pierden en el aire, como cualquier otra cosa.
Fuente: Panamá