La maldicen hasta sentirse mal. Les produce escozor su
nombre y pueden llegar a arruinarse el día si acaso escuchan su voz o la ven en
una mínima ráfaga televisiva.
Ella representa todo lo que temen de manera exasperada: concentran
en su imagen toda posibilidad horrorosa
de que algún día puedan llegar a ser igualados con aquellos que desprecian.
Ella expresa – advierten – la horrorosa probabilidad de que
se pierda una jerarquía instituida durante siglos, estabilizada por guturales
compartimentos de inferiorización hacia los sectores populares, hacia lxs
pobres, hacia la chusma, hacia lxs cabecitas negra, hacia lxs choriplanerxs.
El pánico que les produce la potencial horizontalidad y paridad
los reconvierte en portadores de una aversión irracional.
La aborrecen hasta el límite de descomponerse. Les puede
caer mal la comida si se ven sorprendidos con alguna de sus precisiones
políticas caracterizadas por una justeza quirúrgica a la hora de la cena.
Lxs atormenta el hecho de que sea insumisa y rompa con el
hábito estilizado de la politicidad correcta. Sienten que les rompe los platos
apilados de su íntima costumbre normalizada. Y que los hace astillas –incluso– con un dejo de desdén
altanero.
Pero no hay nada que lxs perturbe más que verla en su
formato iracundo. Su escenificación de espíritu sublevado, instalado en el lugar de
las profundas convicciones, lxs transforma en sujetos capaces de cometer
crímenes. Los angustia porque lxs enfrenta al contraste absoluto de su
identidad (la de lxs privilegiadxs) que creen ser parte de una superioridad
indubitable.
Para peor, esa convicción es declarada sin pedir permiso,
sin respetar las formalidades modosas de una actuación decorosa. Esa realidad
objetiva puede llevarlos a sufrir dolores estomacales agudos ni bien asumen que,
además, no acepta los designios previstos de ninguna claudicación. Su orgullo e
integridad son parte de los atributos que más los descompone.
Tampoco soportan que sea bella, incluso en los marcos de lo
que ellos mismos han instituido como belleza. No pueden procesar el hecho de
que su fortaleza contenga hebras de
algunas historias que han buscado solapar, silenciar y ocultar: les resulta
indigesto comprobar que una parte de su mirada siempre estuvo habitada por ese
ancho y entrañable subsuelo de Patria.
Ellxs creyeron que las estructuras del sometimiento debían
permanecer impolutas y garantizadas. Y que sus víctimas siempre estarían
dispuestas a aceptar su destino. Pero ella –asumiendo rebeldías a veces deshilachadas–
siempre les cantó retruco.
También la detestan porque le temen. Asumen que es la
referencia de algo irreprimible. De una pasión (que en sus percepciones) es siempre peligrosa. Lo popular debe ser
limitado, encorsetado –apuestan– porque de lo contrario las mayorías pueden
irrumpir como desorden. O peor aún, con otros orden. Uno que no los beneficie.
La denigran, además, por su capacidad para resistir tejiendo
futuros: saben que una gran parte de los líderes populares anteriores fueron
despojados por Golpes de Estado (Yrigoyen y Perón). Pero con su tenacidad no
pudieron.
La difaman porque no se llama silencio. Porque no responde a
los cánones que siempre han esperado de una profesional universitaria. Lxs saca
de eje. No pueden negar que es lúcida, pero esa capacidad analítica la hace
doblemente odiable. La racionalidad no es un atributo que deba/pueda asociarse
al lego: sienten que la disposición a la inteligencia les ha sido escamoteada
en aras de algo que no coincide con su concepción de la civilización. Aquella
donde el orden y las inferiorizaciones construyen un entorno civilizado.
La ultrajan, cada vez que la nombran, porque no soportan que
sea peronista, eso que sigue siendo la maldición de su civilidad pretenciosa.
La insultan porque ser indomable la vincula a Evita y eso es
una piedra enorme en el zapato de la estabilidad emocional de lxs intelectuales
orgánicos biempensantes adscriptos a las diversas formas de autoridad mediática
y neocolonial.
Recelan de ella porque les resulta incontrolable. Y les
resulta intolerable su autonomía. Ella se les escapa. Y además instituye una
verdad que rompe con las pretendidas creencias de superioridad incuestionada. "¿Acaso lxs
negros, lxs pobres, los desarrapados llegarán a ser similares e iguales que
nosotros?, --se preguntan— ¿Nos tendremos que confundir con ellos como si fuésemos
de la misma especie?"
La denigran porque ella expresa la posibilidad del fin de su
privilegio naturalizado. La consumación de algo que fue desafiado por las
generaciones del 60 y el 70, cuando unos jóvenes irredentos arrancaron a tomar
el cielo por asalto, a costa de sí mismos, de sus cuerpos, de sus vidas.
Por la misma razón les resulta antipática su convergencia con/hacia
el feminismo. Eso completa el malestar de quienes la ofenden: ella se mueve y
no para el lado que esperan.
El resentimiento que le deparan incluye la asunción resentida
de que ella no es solamente ella: viene acompañada de un amor que sopla
multitudes, hecho que la hace más estigmatizable aún. Para más disgusto no
dejan de asumir, desde hace décadas, que además de testaruda es incomprable. Y
esa certificación los enfrenta a sus fraseologías serviles respecto a que “todos
los hombres tienen un precio”. Pero ella, no. Es mujer.
Para más retorcijones, la abominan visceralmente
porque insinúa algo que fue previamente soñado por generaciones de simples
trabajadores: lo que identifican en ella es un fantasma ancestral cuya fortaleza
radica en que fue un deseo forjado por compasiones varias, todas ellas
dispuestas a reconvertirse algún día en
Derechos. Y eso es una de las cosas que les resulta más intolerable. Lo
que puede quedar instituido. Una pesadilla Inconcebible. Por todo eso, la odian.