Dijeron que venían por el cambio. Much@s le creyeron. En términos semánticos no mentían. Uno puede mutar de varias formas. Y una de ellas mediante la conversión hacia el pasado. Cambiar derechos por privilegios. Cambiar autonomía financiera por sometimiento al FMI. Cambiar el discurso colectivo por el emprendedor ismo individual (en desocupación permanente). Cambiar ciencia y satélites en órbita por shopping tecnológicos descartables. Cambiar autonomía por capitulación. Cambiar integración latinoamericana por relaciones prioritarias con el Reino Unido, EE. UU. e Israel. Cambiar mejoras jubilatorias y salariales por paritarias “a la baja” junto a sistemáticos deterioros de salarios para los más vulnerables.
Cambiar UNASUR por guerrerismo
internacional. Cambiar trabajo argentino por apertura de importaciones. Cambiar
ahorro argentino por fuga de capitales. Es verdad, se trata de un cambio. La
pregunta es si este cambio (que tiene los antecedentes del Alsogaray, el rodrigazo,
Martínez de Hoz, Cavallo, Sourrouille, el menemismo y de Fernando de la Rúa) es
el que realmente acepta y avala la mayoría de la sociedad argentina. En todas
las ocasiones anteriores, donde las banderas del ajuste fueron impulsadas por
sectores de las oligarquías o de la especulación financiera, se debió mentirle
al pueblo para evitar una oposición inicial a esos planes de ajuste. Les fue
necesitó mentir y/o reprimir, fundamentalmente, por la preeminencia de una
estructuración cultural que se ubica en las antípodas de los ajustes, de la
austeridad, del combate a la inflación mediante el fomento de la desocupación.
De la preeminencia del endeudamiento por sobre el ahorro nacional
Efectivamente es un cambio. Pero todos los
cambios anteriores supusieron un final de abismo. Todos repercutieron en las
condiciones de vida, específicamente de los sectores más vulnerables. El nudo
de este entuerto –que ya lleva dos siglos—es la confrontación entre dos modelos
de país: uno orientado a proteger el trabajo local, y otro motivado por las
ganancias y la especulación. Esa fue la razón por la que fue fusilado el
coronel Dorrego por Lavalle: darle el voto universal a los indios y a la
peonada (cosa que hizo el coronel del pueblo) era una afrenta para quienes
querían controlar las decisiones en pocas manos. Esa es la razón por la que lo
desautorizaron, persiguieron y desterraron a San Martin: las elites ligadas al
puerto querían continuar sobreviviendo del contrabando y no estaban dispuestas
a compartir el poder con caudillos latinoamericanos y –menos-- con su alocada intención
de proteger las economías regionales.
Una de las imágenes más elocuentes de esta
dura pelea histórica (cuyas víctimas prioritarias actuales son los presos
políticos, los mapuches, los pibes ajusticiados por chocobares, los laburantes
que ves depreciado su salario) es el enfrentamiento del Chacho Peñaloza contra
los especuladores comerciales del puerto, dirigidos por Bartolomé Mitre,
monarquizado luego de la batalla de Pavón. Peñaloza le escribe a Mitre: “...los
gobernadores de estos pueblos, convertidos en verdugos de las provincias...
destierran y mandan matar sin forma de juicio a ciudadanos respetables sin más
crimen que haber pertenecido al partido federal... Los hombres todos, no
teniendo ya más que perder que sus existencias, quieren sacrificarla más bien
en el campo de batalla.” El enviado de Mitre para reprimir las montoneras del
Chacho fue el prohombre civilizado de la historiografía oficial, Domingo Sarmiento.
En una carta a Mitre –el sanjuanino de la “pluma y la palabra”—sugiere: “...no
economice sangre de gauchos, es lo único que tienen de humano…”. Mitre le hizo
caso. Asesinaron al Chacho, su cabeza fue cortada y fue exhibida durante diez
días en la punta de un poste en la plaza de Olta. La saña de los civilizados
patricios motivó, además, que una de sus orejas fuese exhibida –para jolgorio y
tranquilidad de las elites de San Juna—en reuniones acomodaticias de los
ilustrados cuyanos, los CEOS de aquella época. La justicia de los vencedores
hizo que la esposa del Chacho, Victoria Romero, fuese obligada a barrer la plaza
mayor de la ciudad de San Juan, atada con cadenas, para advertencia y
humillación de los humildes seguidores de las causas justas.
Este enfrentamiento tiene dos siglos.
Continúa con nuevas terminologías, con eufemismos, con globos de colores, con
bailecitos que irritan la mirada. El cambio que promueven supone pérdida de
soberanía. Implica empobrecimiento de los más humildes. Prisión a los que
intentaron otra historia. Persecución a periodistas populares. Saña, cinismo y
avaricia. Desprecio a los jubilados, los
docentes, los científicos y los pobres. El talmudista Ioav Ben Yaaacov, se
refirió a este tipo de encrucijadas planteadas por los pretendidos dueños de la
vida, alertando sobre la vaguedad y el eufemismo con que cumplen su minuciosa
tarea blindaje discursivo orientado a su enriquecimiento sin límites. “El mal busca la confusión de lo que brilla.
Necesita vestirse de colores. Por el contrario, el bien circula en silencio por
las calles de lo humano.” No nos
confundamos: hay dos caminos posibles, el Proyecto Nacional o el sometimiento a
reglas del juego impuestas por las corporaciones. En síntesis: es la política o
el dinero, el pueblo o las oligarquías.
Tapa:
George Segal, Chance Meeting, 1989 |