El letargo es el escepticismo cansado. Y la ansiedad es el
salto del tiempo. A la esperanza le cuesta el trayecto. Es que crece, de alguna
manera, un desierto de tiempo. En todo trayecto vital hay una proporción
consciente. Y es activa cuando se construye diariamente en relación al deseo.
Tolstoi lo dijo mejor: “La paciencia es esperar. Pero no es una espera pasiva.
Eso es pereza. Sino seguir avanzando cuando el andar se torna difícil y lento,
eso es paciencia.”. Y agregaba: “Los dos guerreros más poderosos son la
paciencia y el tiempo.”
La combinatoria de ambos está presente en la práctica
política porque no hacemos (ni podemos) construir un mundo desde el lugar que
queremos. El pasado impone: no edificamos en condiciones ideales (deseables) que
nosotros forjamos por decisión epocal. Trabajamos sobre estructuras previas. No
las elegimos. Hacemos las casas con ladrillos de construcciones previamente existentes
a nosotros. Usamos cosas que nos anteceden. Que no podemos elegir del todo.
Al interior de esos condicionamiento navegamos. La
aceptación de esa estructuración es un principio de realidad que impone un
intersticio que va desde el voluntarismo al posibilismo. Los primeros niegan
las condiciones previas. Dentro del ancho andarivel de la militancia popular
están quienes consideran los antecedentes como un laberinto infranqueable. Pero
también irrumpen quienes son capaces, como sugería Marechal, “salir por
arriba”. Estos últimos se disponen a trabajar sobre los tres conjuntos con
decisión estratégica, sin resignarse a continúen en su andarivel prefijado. Los
grupos o dirigentes que hacen historia son los que estiran lo máximo posible el
elástico de la voluntad sin caer en la ceguera. Los más juiciosos (temerosos) se
resignan a creer –o asumir-- que no hay salida.
La construcción política (aquí no hablo de conducción, que
pospongo para alguna nota futura) supone (a) la construcción de alianzas (b) la
neutralización o cooptación de adversarios y (c) el debilitamiento de enemigos
declarados. Cada una de estas tareas –ligadas a colectivos que van mutando-- requiere
saberes y disposiciones específicas. Pero ninguna de ellas se puede trabajar en
forma aislada ni descoordinada. Quienes creen que la construcción puede
llevarse adelante abandonando algunas de las tres dimensiones peca de omisión,
de ingenuidad o suicidio político. Más aún cuando las tres esferas son tan
operables (en países como Argentina) desde el exterior, por obra y gracias de
una lógica cada vez más globalizada.
Eso implica que la tríada de tareas debe tener en cuenta
lazos supranacionales. Los primeros, los más propios, para no ser “meloneados”
o confundidos por divisiones intrascendentes, secundarias, siempre impuestas
para quebrar las mayorías populares. Por desgracia derramada a partir de la
construcción colonial (y su posterior deriva neocolonial indigesta que acompañó
la consolidación nacional) --clavada en la argamasa cultural y racista de
nuestra sociedad--, una inmensa parte de los grupos concentrados se ha aliado a
los poderes internacionales para garantizarse la defensoría de sus intereses por
fuera de las fronteras. Ese soporte implica la devolución de favores por parte
de los sectores locales: el imperio se convierte en el pretor de última
instancia de los grupos oligárquicos locales pero exige a cambio el tutelaje de
sus intereses desplegados en la neocolonialidad. Además –como es expresa en los
últimos años—se le exige (a los grupos trasnacionalizados) que se conviertan en
mascaron de proa contra cualquier política soberana irrumpa en las cercanías. El
pacto se instaura, entonces, en una suma cero para las grandes mayorías. El
gendarme mundial, en ese marco, se auto arrogará el rol tribunalicio de juzgar
los niveles de democracia (aptos o funcionales para sus intereses). En ese marco,
toda acción soberanía será catalogada de autoritarismo y/o de indudable deriva dictatorial.
El segundo grupo es el más volátil. Es pasible de sumarse a todos
los discursos que lo rodean. Al mismo tiempo es el más “apolítico” e
influenciable. Y, por lo tanto, es al mismo tiempo el más estratégico porque
puede llegar a definir el concepto de mayoría. Suele estar definido por
apetencias institucionalistas dado su miedo a la incertidumbre y a los cambios.
Esa es la razón por la que es pasible de ser interpelado en el plano e dos órdenes
paralelos: su fragmentación identitaria o su agregación a proyectos de
raigambre acuerdista (pacto social, pacto de la Moncloa, consensos
programáticos).
El tercer cuerpo es el que debe ser abordado con mayor
lucidez. Muchos de sus actores ya planifican cómo hacerle la vida imposible a
cualquier gobierno popular que se anime a democratizar el poder y la renta. Una
defensa popular basada en una lógica de base y reticular es imprescindible para
impedir un fortalecimiento incremental que logre quebrar la voluntad de
inclusión y la extensión de los derechos.
La construcción requiere paciencia y proyectos de intermediación orientada. Ningunos de los tres conglomerados puede ser obviado. Hay demasiado en juego.
* Sociólogo. Escritor. Periodista. Dr. en Ciencias Económicas