• 21 de noviembre de 2024, 6:38
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Elogio de la construcción política

Por Jorge Elbaum*

                                                    Apuntes de sociología militante

El letargo es el escepticismo cansado. Y la ansiedad es el salto del tiempo. A la esperanza le cuesta el trayecto. Es que crece, de alguna manera, un desierto de tiempo. En todo trayecto vital hay una proporción consciente. Y es activa cuando se construye diariamente en relación al deseo. Tolstoi lo dijo mejor: “La paciencia es esperar. Pero no es una espera pasiva. Eso es pereza. Sino seguir avanzando cuando el andar se torna difícil y lento, eso es paciencia.”. Y agregaba: “Los dos guerreros más poderosos son la paciencia y el tiempo.”

La combinatoria de ambos está presente en la práctica política porque no hacemos (ni podemos) construir un mundo desde el lugar que queremos. El pasado impone: no edificamos en condiciones ideales (deseables) que nosotros forjamos por decisión epocal. Trabajamos sobre estructuras previas. No las elegimos. Hacemos las casas con ladrillos de construcciones previamente existentes a nosotros. Usamos cosas que nos anteceden. Que no podemos elegir del todo.

Al interior de esos condicionamiento navegamos. La aceptación de esa estructuración es un principio de realidad que impone un intersticio que va desde el voluntarismo al posibilismo. Los primeros niegan las condiciones previas. Dentro del ancho andarivel de la militancia popular están quienes consideran los antecedentes como un laberinto infranqueable. Pero también irrumpen quienes son capaces, como sugería Marechal, “salir por arriba”. Estos últimos se disponen a trabajar sobre los tres conjuntos con decisión estratégica, sin resignarse a continúen en su andarivel prefijado. Los grupos o dirigentes que hacen historia son los que estiran lo máximo posible el elástico de la voluntad sin caer en la ceguera. Los más juiciosos (temerosos) se resignan a creer –o asumir-- que no hay salida.   

La construcción política (aquí no hablo de conducción, que pospongo para alguna nota futura) supone (a) la construcción de alianzas (b) la neutralización o cooptación de adversarios y (c) el debilitamiento de enemigos declarados. Cada una de estas tareas –ligadas a colectivos que van mutando-- requiere saberes y disposiciones específicas. Pero ninguna de ellas se puede trabajar en forma aislada ni descoordinada. Quienes creen que la construcción puede llevarse adelante abandonando algunas de las tres dimensiones peca de omisión, de ingenuidad o suicidio político. Más aún cuando las tres esferas son tan operables (en países como Argentina) desde el exterior, por obra y gracias de una lógica cada vez más globalizada.

Eso implica que la tríada de tareas debe tener en cuenta lazos supranacionales. Los primeros, los más propios, para no ser “meloneados” o confundidos por divisiones intrascendentes, secundarias, siempre impuestas para quebrar las mayorías populares. Por desgracia derramada a partir de la construcción colonial (y su posterior deriva neocolonial indigesta que acompañó la consolidación nacional) --clavada en la argamasa cultural y racista de nuestra sociedad--, una inmensa parte de los grupos concentrados se ha aliado a los poderes internacionales para garantizarse la defensoría de sus intereses por fuera de las fronteras. Ese soporte implica la devolución de favores por parte de los sectores locales: el imperio se convierte en el pretor de última instancia de los grupos oligárquicos locales pero exige a cambio el tutelaje de sus intereses desplegados en la neocolonialidad. Además –como es expresa en los últimos años—se le exige (a los grupos trasnacionalizados) que se conviertan en mascaron de proa contra cualquier política soberana irrumpa en las cercanías. El pacto se instaura, entonces, en una suma cero para las grandes mayorías. El gendarme mundial, en ese marco, se auto arrogará el rol tribunalicio de juzgar los niveles de democracia (aptos o funcionales para sus intereses). En ese marco, toda acción soberanía será catalogada de autoritarismo y/o de indudable deriva dictatorial.

El segundo grupo es el más volátil. Es pasible de sumarse a todos los discursos que lo rodean. Al mismo tiempo es el más “apolítico” e influenciable. Y, por lo tanto, es al mismo tiempo el más estratégico porque puede llegar a definir el concepto de mayoría. Suele estar definido por apetencias institucionalistas dado su miedo a la incertidumbre y a los cambios. Esa es la razón por la que es pasible de ser interpelado en el plano e dos órdenes paralelos: su fragmentación identitaria o su agregación a proyectos de raigambre acuerdista (pacto social, pacto de la Moncloa, consensos programáticos).

El tercer cuerpo es el que debe ser abordado con mayor lucidez. Muchos de sus actores ya planifican cómo hacerle la vida imposible a cualquier gobierno popular que se anime a democratizar el poder y la renta. Una defensa popular basada en una lógica de base y reticular es imprescindible para impedir un fortalecimiento incremental que logre quebrar la voluntad de inclusión y la extensión de los derechos.

La construcción requiere paciencia y proyectos de intermediación orientada. Ningunos de los tres conglomerados puede ser obviado. Hay demasiado en juego. 

* Sociólogo. Escritor. Periodista. Dr. en Ciencias Económicas

Fuente: Liliana López Foresi

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