Enlace viene de “lazo”. Es decir, una soga, por ejemplo, que se anuda para atrapar, unir, integrar dos o más cosas. Por cierto, esto puede ser positivo o no; por ejemplo, para una presa no es bueno ser enlazada, sí lo es para el cazador. En ese caso, entonces, valorar el tal enlace supone un “lugar” desde el que elegimos mirar la situación. Es decir, tomar partido, por el cazador o por el cazado.
Una mesa de enlace, aunque a nivel gráfico resulta un absurdo, porque se enlaza con sogas, hilo, o con objetos flexibles que permitan anudar, cosa que una mesa ciertamente no es, en Argentina todos sabemos qué es. Y, como en todos los casos, valorar esa tal mesa de enlace supone un “lugar” desde el que la miramos.
Es razonable, ¿quién lo negaría?, que un grupo – el que fuere – se una, se enlace, para defender o para conseguir beneficios (eso es un sindicato, por ejemplo). Ahora bien, precisamente porque de lugar hablamos, es obvio que hay otros que, o bien ponen en riesgo aquellos beneficios, o los niegan, o los relativizan. Por eso se enlazan los anteriores. En este caso, los “de afuera” pueden mirar, posicionarse (tomar posición) frente al hecho. Y, en este caso, mirar con los ojos de los beneficios parece sensato. Claro que los beneficios del que mira, no del enlazador.
Todos pudimos ver, en anteriores enlaces, camiones derramando al borde de los caminos litros y más litros de leche. Cualquiera podría pensar que, si no pueden conservarla, sería lógico y meritorio que esa leche fuera donada en comedores, merenderos, escuelas, hogares, barrios populares, por decir algo (recuerdo, por ejemplo, cuando grupos guerrilleros secuestraban camiones de leche y las repartían en barrios, allá por los 70). Pero, evidentemente, donar esa leche que, de otro modo, derramarán, no permitiría el golpe de efecto que se pretende dar. Y, además, donar, regalar, solidaridad, son términos que no figuran en el vocabulario de la mesa.
El argumento, parece ser, y debo confesar que no les creo “ni un tantico así”, que económicamente pierden (no es que ganan menos, sino que pierden). Y ahora, la misma mesa, con diferentes rostros, pero idénticos bolsillos (por tanto, las mismas entidades), se enoja porque el Gobierno quiere que el precio de la carne sea accesible a los bolsillos o las mesas argentinas (lo que confirma que ni los bolsillos ni la susodicha Mesa lo son, pero eso ya lo sabíamos). Y no voy a reflexionar sobre campos argentinos, forrajes argentinos, y trabajadores (esclavos) argentinos con salarios argentinos, que cualquiera puede entender si mira del lugar adecuado. Me interesan las mesas argentinas, y, sobre todo, los pobres argentinos que tienen derecho (derecho es otra palabra que tampoco figura en el vocabulario enlazado) a comer carne. No es ilógico que todo el remanente de la carne que pueden consumir los argentinos se venda en el exterior, y que lo hagan al precio que se les ocurra o consigan cobrar, pero no es sensato, ni lógico, ni justo (otra palabra ausente, ¡y van!) que por la angurria de unos pocos (tan pocos que pueden sentarse en una mesa) la mayoría del pueblo (¡otra palabra!) no tenga acceso a algo fundamental en nuestra dieta (o que lo fue, en tiempos pre-neoliberales) como es la carne.
Señalaba que el lazo puede ser mirado o evaluado positiva o negativamente según quién mire, desde el lugar que lo haga. Es evidente que si quiero mirar “desde el lugar del pobre” como me enseñó un tal Jesús, un campesino de Galilea, mi perspectiva es evidente. Un lazo para acogotar, ahorcar a los pobres no parece demasiado cristiano, por más misas (presenciales, por cierto) que celebren los enlazadores o les celebren cómplices ornamentados. Ojalá hubiera alguno de estos que tuviera la capacidad de mirar, cambiar, convertirse; pero debo reconocer que el camello no pasa por el ojo de una aguja. No hay manera. Y, entonces, debo manifestar que 1. estoy en la vereda de enfrente (¿grieta?) de la “mesa de enlace”; 2. pueden usar las palabras o categorías que deseen (“comunismo” dijo el nada transparente Etchebehere), en lo personal las tomo como de quien vienen; 3. si fuera consultado, diría que las medidas del gobierno son insuficientes, e iría mucho más “al hueso”, ya que de carnes hablamos; 4. no espero nada “mirado desde este lado” de parte de los poderes judiciales, periodísticos ni eclesiásticos… pero eso no me impide mirar, hablar, escribir.
Una de las características de la presa enlazada es la diferencia de “poder” (y esta palabra sí que la conocen). La presa es impotente frente al lazo que la inmoviliza. Esa es la fuerza de los 4 enlazadores: tienen poder, jamás razón… sólo poder. Pero, como cristiano, resulta que, a ese Jesús, arriba mencionado, lo enlazaron en una cruz. Los poderes políticos y religiosos lo atraparon y sometieron a la impotencia absoluta, “y muerte de cruz”, refuerza Pablo. Pero en esa impotencia, Dios se guarda la última palabra: la vida. La fuerza de la vida tiene un plus de sentido ante los lazos de la muerte porque Dios mira desde “otro lugar”. Por eso muchos estamos de este lado, porque sabemos que es el lado de Dios, el lado del Evangelio, el lado del pueblo, el lado de la vida. La traducción de los Salmos con mucha frecuencia habla de los “lazos” de la muerte (Salmos 18,6; 38,13; 69,23; 116,3; 119,61; 140,6; 141,9) que traducen términos hebreos para decir trampa, redes, golpear, herir, cepo. Es decir, siempre muerte. Es comprensible que los adoradores del dios dinero prefieran esa mesa pequeña de muerte, pero no está mal gritarles no sólo nuestro desprecio (porque para ellos todo debe tener un “precio”) sino que muchos elegimos quedar del lado de Dios y de los pobres. Y por eso seguimos exigiendo que en la mesa de las víctimas de sus lazos no falte el pan, la carne y el vino… de la vida se ocupa Dios, que es otra palabra que no figura en sus palabras, salvo para la blasfemia.
*Teólogo. Integrante del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.