La agenda perversa del poder
En todos los cursos de ciencia política
existentes en todo el mundo hay un contenido, un tema que aparece en todos los
programas: en inglés le denominan Agenda Setting y se relaciona con los modelos
de imposición de temas de debate público. El concepto central se vincula con el
hecho de que –dado que es imposible la discusión de todos los temas a la vez,
los medios de comunicación (y otras instituciones) ofrecen, imponen y moldean
una jerarquía de ejes al tiempo que descartan otros. Esa agenda propuesta coincide
o no con las demandas del resto de la sociedad y –de esa manera—los medios
logran más o menos legitimidad en la medida que logran convencer acerca de la
pertinencia de los títulos que sugieren.
En Argentina los medios hegemónicos viven
del aporte de los empresarios que les financian sus pautas. La “libertad
periodística” de esos difusores esta encadenada a sus necesidades estratégicas:
nunca avalarían a los periodistas que –haciendo gala de sus principios
ideológicas—cuestionaran las estrategias políticas de sus aportantes,
financiadores y/o compradores de publicidad. En ese marco la distribución, la
jerarquía y las prioridades comunicaciones (las significaciones, las opiniones
y las orientaciones) son –y deben ser—coherentes con los que pagan: la democracia
se ve restringida a un debate de temas que eligen los más poderosos, los más
pudientes, los dueños de las grandes empresas (que al mismo tiempo) son
accionistas de esos medios.
La prioridad actual de la agenda pasa por
no hablar de lo que le pasa a las grandes mayorías, sino nombrar lo que le
sucede al mundo empresarios y –sobre todo—al partido judicial, que está
desesperado por evitar el retorno de los proyectos sociales que benefician a
los sectores populares. Los bolsos de López, los cuadernos, los desfiles
tribunalicios ponen la cámara en particularidades –más o menos relevantes—sólo
para una moralina interesada en no nombrar al Rey Desnudo. Una “Agenda Setting” dispuesta a silenciar el
gran robo que significa el endeudamiento externo que –por ejemplo—incluye
comisiones por 1000 millones de dólares (“ganadas” por amigos del actual
gobierno, o directamente por ellos mismos.
La exclusiva agenda ofertada no nombra la
quita de retenciones a la exportación, que supone un beneficio para mil
familias argentinas (básicamente los sojeros) pero –al mismo tiempo—la caída de
los ingresos públicos destinados, por ejemplo, a reparar pérdidas de gas de una
escuela y la posibilidad de ofrecer salarios dignos (con paritarias similares a
la inflación) a los docentes. Esa agenda también encubre debajo de a la
alfombra la reducción del impuesto a los bienes personales, que beneficia a los
más pudientes al tiempo que destruye la entrega de computadoras a los chicos de
las escuelas.
La agenda de debate público, encorsetada
por los grandes ganadores del capital social acumulado no nombra los repetidos
intentos de flexibilizar el trabajo, propuesta que implica precarizar y reducir
salarios. Tampoco habla de los controles a la circulación de capitales, que
permite su fuga y el consiguiente endeudamiento (y empobrecimiento) de toda la
sociedad para pagar esa fuga. No menciona los nombres de cada uno de los
puestos de trabajo destruidas por una recesión forjada con medidas aperturistas
(que destruyen el trabajo local) y enriquecen a exportadores y los tejidos
productivos de terceros países.
La agenda impuesta no explica que la quita
de los controles al mercado cambiario supone la
automática fuga de capitales. Recursos que –de permanecer en el circuito
productivo local—generarían más mercado interno y se volcarían a las
inversiones locales. Silencia también los efectos del discurso antisindical que
no está orientado a exhibir corruptelas sino básicamente a dejar a la
intemperie a los trabajadores sin paraguas defensivo ante el extractivismo
social del capital. La agenda no habla de paritarias porque necesita que ese no
sea un tema de debate público: requiere problematizar otras cosas para lograr
que se pierda de vista el deterioro de los salarios. Necesita imponer debates
sobre los recursos jubilatorios porque esa es la gran caja a la que podrían
acceder para precarizar aún más y lograr que existan más individuos vendiendo
su trabajo a valores descartables. La Agenda de Clarín y sus acólitos necesitan
no hablar de la pérdida del valor adquisitivo de la Asignación Universal por
Hijo porque eso supone que no tengan que salir a trabajar por dos pesos.
La agenda del poder es el manto
invisibilizador de la más grande corrupción que atraviesa a la sociedad
argentina: la corrupción hambreadora de quienes necesitan pueblos inermes sin
redes de contención social que los obliguen a ser cuasi-esclavos de empresarios
mezquinos. Necesitan que sus grandes negociados pro los centros financieros,
sus fugas de capitales, sus paraísos fiscales y sus negocios a expensas del
Estado no Esten en primera plana. Tienen que nombrar la pobreza sólo para
asignarle contenidos de marketing político.
Su agenda es la negación de realidad. Y,
empecinada, brutal y pertinaz, la realidad –tarde o temprano—aflora e irrumpe
por las alcantarillas, por los intersticios, por los pliegues de los vértices
de la alfombra, por los poros y los pliegues del silencio premeditado el poder.
Nunca se pudo tapar el sol con el dedo.