“Nos dicen kirchneristas
para bajarnos el precio”
Sabía. Uno llega a entender que él, sabía. De otra manera no hubiese sido Néstor. Ese al que tantos figurones de nota signaban como “un dirigente en los márgenes del peronismo”, acaso porque en los extramuros de la Patria armaba ese gobierno ahíto de derechos y justicia social que se empecinaba en exportar a toda la Argentina.
Seguro que sabía. Buscaba su lugar en la historia o, como hubiese dicho Borges: su destino suramericano. Y para eso, siempre la intensidad. La misma con la que iba a trabar una pelota en los picados vespertinos de la Quinta de Olivos, mandaba a bajar los cuadros de los presidentes golpistas o pedía un violín para mandárselo a un chango de la Puna.
No. No podía no saber. Desde el Moreira de Favio, todos sabemos que uno no puede ganarle un truco mano a mano a la muerte todos los días. Pero, ¿quién se lo iba a explicar al Flaco? Que jugaba sin señas. Que reenvidaba con un cuatro, como cuando atropelló a los acreedores españoles y le dijeron: “Che, nosotros les debemos y vos los amenazás…” y contestó: “No tengo con qué pagarles… ¿qué querés que haga?”.
Se le veía de lejos que sabía. Ese apuro por hacer las cosas necesarias. Ese determinismo con el que abrazaba sus proyectos. La voluntad con la que negociaba, y volvía otra vez a negociar: la deuda externa o la pauta publicitaria, daba igual. Era la política y, él, sabía.
No porque fuese un esclarecido. Como buen peronista había comprendido: la conducción y la construcción política. Veníamos del grito que se vayan todos y, sin embargo, él… allí: tajo en la frente hecho por un fotógrafo ansioso (como metáfora definitiva de su relación con medios destituyentes); pirueta con el bastón presidencial que no confiere ningún mando si no tenés lo que tenés que tener… Y las convicciones, atravesando junto al hombre los marmolados umbrales de la Casa Rosada.
Su discurso decía que él sabía. La única herramienta para dar el debate: ni conferencias de prensa, ni reportajes, ni off the record, ni operaciones mediáticas… Su palabra anoticiadora del momento y del devenir. Cito a Horacio González: “El Discurso de Néstor Kirchner es desprolijo; como su traje”. Cuidadamente desprolijo, Horacio. Prolijamente desprolijo. Porque tenía que contener la demanda multiplicada al infinito de una sociedad que ya no era masa y, encima, venía del desierto.
“Levantemos la Patria Grande, a América latina, a nuestros hermanos desaparecidos, a la convivencia, a la ciudadanía, a la diversidad, a la pluralidad. Tomémonos de la mano y caminemos por la avenida de la Patria, abrazados en un solo país. Los amo. Y fuerza”, cerraba sus palabras el 25 de mayo de 2006 en una plaza colmada y fragmentada, bajo un balcón que tiene dueño, con “La Patria Somos Todos” como telón de fondo. Y todos nos sentíamos incluidos en aquel discurso. Algún pedacito de ese cierre nos tocaba. Néstor sabía. No por teórico sino porque su piel política se lo decía.
Sabía y por eso, de alguna manera, eligió. A los jóvenes antes que a la burocracia. A la política antes que a la administración. A la militancia antes que a la especulación. A la América cobriza antes que al poder global. Al peronismo antes que a Todo.
Sabía. Cerró los ojos para abrir millones. Para que millones, unidos, los lloraran. Como aquel pibe desconocido que me abrazó en la Plaza y me dijo: “Se murió mi Perón”. Como los mozos de la Casa de Gobierno, quebrados frente al ataúd, lagrimeando como chicos… como yo.
Fuente: Revista Hamartía