El Idiota dice “Yo”, y Agustín Laje lo reta. Porque no lo ha entendido.
El Idiota para Gilles Deleuze y Félix Guattari es el “pensador privado”, opuesto al profesor escolástico (con quien el paleolibertario se identifica sin fisuras). El “Yo” del Idiota es el “yo pienso” de todo el mundo, por oposición al “yo estoy en poder de las categorías” (categorías por supuesto aprendidas) propias del aspirante a profesor público. El Idiota de Deleuze y Guattari no es pues el incapaz de pensar, sino el capaz de pensar por su propia cuenta (substraído de las reglas públicas del buen pensar). Personaje extraño y fascinante este Idiota: personaje “conceptual”, sin el cual no habría propiamente filosofía. Y si el antiguo idiota -según dicen bellamente en “¿Qué es la filosofía?”- pretendía llegar por sí mismo a las evidencias, y para lograrlo lo ponía todo en duda (incluidas las matemáticas), el idiota moderno ya no pretende a arribar a evidencia alguna. Él ya no busca movilizar las fuerzas innatas de su pensamiento para dar con lo indubitable, sino que aspira a lo “absurdo”. Con ello lo que ha cambiado es la “imagen de pensamiento”. ¿Qué cambio de imagen es ese?: el idiota moderno ya no quiere lo verdadero (una verdad dada), sino que ahora quiere convertir el absurdo en una fuerza de pensamiento aún más potente: una fuerza capaz de “crear” (la verdad como efecto de una invención). Por supuesto, el paso de un personaje a otro nos recuerda a Descartes (el idiota antiguo que quiere la verdad) y a Nietzsche (el idiota moderno que quiere la creación). El pasaje de un idiota a otro sugiere un cambio de posición de la verdad: del sujeto que se adapta a ella, al sujeto que se constituye él mismo en la creación de una verdad. En ese tránsito la verdad pierde su antigua apariencia teológica y se aproxima a la relación que el artista instaura con ella. El Idiota moderno no aceptará jamás las “verdades” que le ofrece la Historia: “más cercano a Job que a Sócrates”, dicen Deleuze y Guattari, exigirá siempre que le rindan cuentas de cada una de las víctimas de la supuesta Verdad que la Historia regula. Lo que él pretende es que le devuelvan “lo perdido”: lo incomprensible y lo absurdo como punto de partida para una relación nueva y activa respecto de la verdad.
Este bellísimo fragmento es leído por el autor de “Generación idiota” de
un modo completamente desopilante! El lector que así lo desee puede hacer la
prueba, muy sencilla, de leer el comentario que Laje le dedica en la página 54
de su libro. Allí el autor afirma que el “idiota se encapricha y busca reducir
el mundo a su idiotez” (!) y que “por eso el idiota postmoderno vive en mundo
postverdadero”(!) ajeno a los hechos y a la lógica (!). Y luego agrega una nota
al pie burlona denunciando que el deseo de lo absurdo es “tan gracioso como
patético”. ¿Es que no se anoticia el afamado doctorando de la filosofísima
universidad de Navarra que los autores están usando la noción de “absurdo” no
como aquello que se cierra a la lógica y lo real, sino como aquello que
precisamente porque tropieza con la verdad como algo impuesto y preformado por
los poderes de la época se torna capaz de dar con lo inacabado y de provocar
nuevas lógicas y relaciones con lo real? (El problema con los que sólo cuentan
con la ridiculización como armamento refutativo es que tarde o temprano se
vuelven blanco fácil de esa operatoria).
Que no se diga que no nos tomamos el trabajo de leer, a pesar de todo, a los
“intelectuales” del paleolibertarianismo. Al contrario! Con los libros de Laje sobre
la mesa llego a la conclusión a la que ya había llegado al ver los streaming
que comparte con su socio Nicolas Márquez (otro publicista de la ultraderecha
fascistoide que carece de otro medio de expresión que no sea la neolengua del
Terrorsimo de Estado). No hay nada en sus libros que justifique el renombre que
han conseguido, salvo -lo que no es poca cosa- la constitución de una audiencia.
Ni un “Gramsci de derecha” ni un “Carl Schmitt de internet”. Lo que sí llama en
todo caso la atención y justifica que dediquemos un esfuerzo en comprenderlas, son
las razones por la que estos personajes han concitado un notorio interés en una
porción nada desdeñable de jóvenes lectores. Se trata de razones que no encontraremos
por cierto en sus libros, en los que lamentablemente no hay demasiado para
aprender. Sino fuera de ellos. En las inconsistencias políticas e incapacidades
intelectuales en torno a las cuales se debate el mundo amplio de las
izquierdas, pero también en un tiempo que resulta incapaz, incluso para los
términos de una activación de la publiscística ultraderechista, de articular
una teología política mínimamente desafiante.
Fuente: Liliana López Foresi