• 21 de noviembre de 2024, 7:06
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El “caso” Chano y el fascismo cotidiano

Por Nora Merlin*

En los últimos días, gran parte de la ciudadanía a través de las redes, varios políticos y periodistas -incluso algunos conocidos como “progres”, que no están del lado Clarín de la vida- no cesan de dar su opinión sobre el “caso” Chano.

Santiago Moreno Charpentier, Chano, cobró notoriedad en la actualidad no precisamente por sus dotes de músico, compositor y cantante, sino por el lamentable episodio que tomó estado público. 

Los “diagnósticos” que, como resulta habitual, se apresuraron a soltar los opinadorxs, varían entre un brote psicótico y un estado de excitación producto de las adicciones; respecto de los hechos, aún no está claro si en el arrebato portaba o no un cuchillo (de cortar pan). Lo que es seguro es que la policía, al llegar a la casa, en la que el músico se encontraba con su  madre, tiró un balazo en el estómago de Chano, a consecuencias del cual está luchando por su vida en el Sanatorio Otamendi, con daños serios e irreparables en su organismo.

Es necesario detenerse y, usando una metáfora futbolera, “parar la pelota” para pensar lo que sucedió. El diagnóstico es claro: la sociedad está enferma y Chano es un síntoma, algo que no anda. ¿A quién se le ocurre enfrentar la patología mental con la policía? Nadie está exentx de atravesar una problemática de salud mental que pueda afectar su comportamiento en algún momento de la vida. La respuesta debe ser sanitaria, nunca un arma ni violencia.

Chano es un síntoma de una sociedad que naturalizó una cultura neoliberal y una forma de vida fascista, es un síntoma de la violencia institucional y la ideología de la mano dura.

Chano es un síntoma que pone en evidencia el prejuicio social, la estigmatización, la moralina de la "peligrosidad del enfermo mental" y la penalización de los consumos problemáticos.

Chano es un síntoma de una sociedad que no respeta la intimidad, ni las normas civilizatorias de recato ante una familia que está sufriendo.

Chano es un síntoma que muestra un mundo plagado de “opinólogos”, periodistas, dirigentes políticos y miembros de las redes sociales que debaten desde la mayor ignorancia si “los drogones” merecen un tiro en el estómago, si es conveniente dárselo en las piernas o con las Taser que “no te matan”. Todxs ellxs, además, cuestionan con absoluto desconocimiento la ley de salud mental.

La Ley Nacional de Salud Mental N°26.657 para las personas que atraviesan alguna problemática de salud mental, es un ejemplo en el mundo, disponiendo de estrategias basadas en los Derechos Humanos. La Ley promueve el cierre de los hospitales monovalentes y su sustitución por una red, un dispositivo que garantiza que cada situación sea tratada de forma singular, a nivel individual, familiar, grupal y comunitario, según el caso.

A la Ley se le suman protocolos para el abordaje de situaciones de crisis y otros destinados a regular la participación de las fuerzas de seguridad cuando son necesarias, con una modalidad de intervención respetuosa de los derechos de las personas con padecimiento mental. 

 Urge trabajar intersectorialmente para que se conozca y se implemente esta Ley y se capacite a todxs lxs agentes de las fuerzas de seguridad para el abordaje de situaciones complejas, pero es necesario decir que las prácticas violentas y fascistas también existen en la corporación médica. Conocemos el siniestro caso de la artista plástica Natalia Kohen, declarada insana a través de un falso diagnóstico e internada contra su voluntad en el Instituto Ineba, a instancias del médico especialista en neurociencias Facundo Manes.

Es imprescindible que no se postergue más la plena implementación de la Ley Nacional de Salud Mental, y que se desarrollen políticas públicas integrales para el cuidado de la salud mental de toda la población.

El neoliberalismo es un dispositivo de poder tanatopolítico, fundado en el odio y la producción de descuido generalizado, que se entramó como micropoder en los cuerpos y en las formas de vida. Se lo haya instalado en el seno de la familia y en las relaciones sociales, contándose entre sus graves efectos el bulling social naturalizado hacia ciertas patologías mentales, como el caso de los consumos problemáticos. 

La tragedia de la pandemia que aún no concluyó, ya dejó demostrado que el cuidado resulta imprescindible para limitar la muerte. Limitación a entender en su sentido más amplio, no solo de la muerte biológica, sino también la que afecta la vida en todos sus planos, al invadirla de fascismo, insuflando odio, desprecio y violencia cotidiana. Se trata de una ética del cuidado que necesariamente no es sólo individual, sino una práctica colectiva que nos abarca y compromete a todxs.

El cuidado del otro, del medio ambiente, de las relaciones sociales, de la unidad y la singularidad, se convierte en un límite frente al descuido planificado que impone el dispositivo de poder. Es imprescindible que se realice de manera vertical, desde el Estado, pero también en forma horizontal, comunitaria, comprendiendo sindicatos, profesionales de la salud, movimientos sociales, vecinales, etc.

El cuidado, la vida acorde a la ley y los derechos humanos, puede inaugurar una democracia en la que entremos todxs, otra forma de vida y un nuevo vínculo entre los sujetos opuesto al orden fascista neoliberal.


 *Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas

Fuente: Liliana López Foresi

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