Fue diputado porteño a fines del siglo pasado y será velado este sábado en la Legislatura de la ciudad entre las 9 y las 14. Fue director del Centro Cultural Haroldo Conti en la exEsma a partir de 2010.
Eduardo Jozami, su historia
En 1972 había estado secuestrado cinco días y según contaba, zafó de milagro. Luego fue preso político entre septiembre de 1975 y setiembre de 1983. No hubo penal del país donde no haya estado y compartió celda con Jorge Taiana en el “pabellón de la muerte” de la cárcel de La Plata. En 2010 declaró en el juicio por los crímenes en esa unidad, la U-9, que estaba bajo el mando del sanguinario Ramón Camps.
Hijo de una familia de inmigrantes libaneses acomodados, estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió en 1961. Poco antes de graduarse ingresó al diario Clarín como redactor, donde compartió redacción con Raúl González Tuñón y Carlos Portantiero, entre otros, lo que -según contaba- le abrió nuevos horizontes políticos y culturales.
El entusiasmo por la Revolución Cubana de 1959 lo llevó a acercarse a la izquierda y a afiliarse al Partido Comunista. Con el impulso de esa organización se convirtió en secretario general del Sindicato de Prensa porteño entre 1964 y 1966, y adjunto de la Fatpren, comanda por otro de su grupo, Emilio Jauregui. Pero las disidencias con la conducción partidaria sobre las formas de encarar la revolución no tardaron en manifestarse. Viajó a China y a Cuba.
Hombre del Che
Jozami es uno de los tres argentinos mencionados expresamente en el Diario del Che Guevara en Bolivia. Fue convocado a sumarse con su grupo a su proyecto revolucionario continental. “Encontrarse con el Che en ese tiempo era como tocar el cielo con las manos”, según evocó en 2014 en el Archivo Testimonial oral de la Biblioteca Nacional.
Pero el encuentro, que debía realizarse originalmente en Camiri y al que concurrió con su compañera de toda la vida, Lila Pastoriza, nunca llegó a concretarse. Recibió la noticia de la ejecución del revolucionario argentino-cubano en La Habana, en el mitin multitudinario especialmente convocado por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución para autenticar la tragedia.
“Sólo vi tantas muestras de dolor colectivo, de gente que lloraba desconsolada, en el velorio de Evita, donde como cadete del Liceo Militar debí montar guardia, y luego en el de Perón, en el Congreso, en 1974”, contó al archivo.
Para entonces, su balance de esa etapa ya estaba hecho: el plan de Che bajo la teoría del “foco” armado que irradiaría la revolución había tenido éxito en Cuba, pero había padecido de “cierta ajenidad” en Bolivia.
Pensando en la Argentina, su lugar debía ser el peronismo. Era el movimiento político que encarnaba “la experiencia política de los trabajadores”, expresó públicamente.
La izquierda peronista
El Turco Jozami nunca dejó de ser un hombre de izquierda. El problema, según reflexionó en muchas oportunidades, era cómo dotar a ese movimiento de masas de una “vanguardia política” capaz de promover cambios sociales profundos.
Colaboró con Rodolfo Walsh en el periódico de la CGT de los Argentinos, que estimuló las puebladas que se sucedieron a partir del Cordobazo de mayo de 1969 y la creación de agrupaciones sindicales de base. “En 1966 y hasta varios años más tarde no éramos peronistas y disentíamos con el General, que frente al golpe de Onganía había llamado a desensillar hasta que aclare”, contó luego, pero el peronismo era el lugar de la disputa.
La vuelta de Perón al país en 1972 binarizó las opciones. A principios de 1974 comenzó a formar parte de la organización Montoneros. Luego del pase a la clandestinidad, en septiembre de ese año, militó en la Juventud de Trabajadores Peronistas en la zona oeste del conurbano bonaerense y en el armado del Partido Peronista Auténtico.
Sobreviviente tras ocho años de cautiverio, se exilió brevemente en México y volcó su experiencia en su libro 2922 Días, Memoria de un Preso durante la Dictadura. Ese año publicó el primero de sus diez libros: Crisis de la dictadura argentina. Política económica y cambio social (1976-1983), que publicó Siglo XXI.
Volver a empezar
Al volver al país en 1985 fue recibido con cariño por los viejos militantes del gremio de prensa. Volvió a la actividad sindical buscando rearmar el viejo Bloque Peronista de Prensa de los años 70. Luego encabezó la Agrupación de Prensa Rodolfo Walsh.
Sobre el mítico periodista y militante escribió una pormenorizada biografía: La Palabra y la Acción. También dirigió revistas políticas y culturales, como Crisis (1987-1989), Informe de Situación (1990), Señales (1991-1993), El Caminante (1995/99) y La Trama (2005).
Durante los años 90 y en contra del menemismo, fue uno de los fundadores del Frente Grande que encabezaron Chacho Álvarez con Graciela Fernández Meijide. También retomó la actividad docente como profesor titular consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y profesor del Posgrado en Historia de la Universidad de 3 de Febrero.
Se alineó con el kirchnerismo y participó activamente de los debates ideológicos de Carta Abierta, el foro de pensamiento crítico donde intelectuales de izquierda, peronista o no, polemizaron sobre la acción de gobierno. También fue director de derechos humanos del Ministerio de Defensa.
Una rodada en el Edificio Libertador lo había dejado con la salud resentida. Pese al bastón, el Turco seguía activo y participó de un abrazo a Télam cuando Javier Milei cerró la agencia nacional de noticias, en julio pasado.
Pocos días después compartió la mesa con un grupo de viejos periodistas, entre quienes se contaba el autor de estas líneas, donde expuso su preocupación por las políticas gubernamentales y, sobre todo, en cómo rediseñar una unidad nacional amplia capaz de salir del pantano. Siempre en un tono reflexivo y pausado que daba gusto escuchar. Algo que se extrañará de este viejo luchador incansable.