A partir de las elecciones en Brasil el pasado 2 de octubre, abundaron comentarios referidos a la gran campaña que realizó Lula, que le permitió alcanzar el 48% de los votos en la primera vuelta, posicionándose como posible presidente de Brasil en tanto potencial ganador de la segunda vuelta.
Si atendemos al hecho que Bolsonaro, un presidente que hizo apología de las armas, que dejó 33 millones de hambrientos, la mayoría de los trabajadores fuera del mercado formal, 700.000 muertos por la pandemia, además del desastre que produjo en el medio ambiente con los incendios en el Amazonas, así como sus posiciones misóginos y racistas, el 43% obtenido causó sorpresa y estupor.
Es posible que de los cuatro estados más importantes del país el bolsonarismo se quede con tres –San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais– y el PT sólo con uno –Bahía. Y, como si eso fuera poco, el partido de Bolsonaro ganó 99 diputados, mientras que el Partido de los Trabajadores, PT, consiguió 79.
Las encuestas preelectorales acertaron con
las mediciones de Lula y fracasaron en relación a Bolsonaro. ¿Por qué se produjo ese mal cálculo? ¿Qué es lo que
no ve el campo popular ni los encuestadores? Gaston Bachelard,
en La Formación
del espíritu científico (1938), plantea una categoría que denomina “obstáculo epistemológico” para designar
el error del científico inducido por la preexistencia de sus creencias,
prejuicios o deseos.
Parece que el fantasma del fascismo vuelve a recorrer Europa y avanza en distintos países de Latinoamérica, como Brasil y Argentina. Cuesta aceptar, pero hay que decidirse a hacerlo, que el fascismo tiene raíces más fuertes de lo que se piensa o desea.
Junto con el avance del fascismo se produce, no sólo en Brasil sino a nivel global, un negacionismo generalizado. Una parte importante de lo social que responde al progresismo no quiere saber nada con el crecimiento de la ultraderecha. No se termina de asimilar la horrible idea de que el fascismo hoy ya no es un cuerpo extraño, sino una fuerza política deseada y votada por muchísima gente.
Hablar de fascismo
es objeto de controversia y debate. Desde
las más diversas perspectivas, disciplinas e intereses se han escrito
innumerables páginas sobre el tema. Fascismo, posfascismo, neofascismo,
derecha derechizada, populismo de derechas, son significantes que pretenden nombrar el fenómeno
emergente en los últimos años en el que la brutalización de la vida social se volvió
atractiva para gran cantidad de personas.
Usaremos la palabra fascismo para referirnos a las ideologías y movimientos políticos con características parecidas que se dieron en toda Europa durante el período de entreguerras, y cuyo ejemplo más radical no fue el fascismo italiano sino el nacionalsocialismo alemán. Queremos trascender acá la lectura económica y detener la mirada en el fascismo como una forma de vida, un particular tipo de lazo social o una antropología que ofrece un determinado concepto de individuo: el hombre odiador.
Los regímenes fascistas
fueron los primeros que descubrieron el potencial de la propaganda, las
industrias culturales y los medios de masas para controlar a la población.
Desarrollaron un conjunto de tecnologías sociales que incluían la educación, la
propaganda, los servicios de inteligencia, la guerra psicológica y la
manipulación de las pulsiones de muerte en su doble vertiente de odio y
sacrificio.
Agitaron la teoría del enemigo interno, el chivo expiatorio, la construcción de la imagen del otro como un poderoso enemigo, es decir, la identificación de un grupo de la sociedad cuyo sacrificio sería necesario para mantener la cohesión social a través del odio y el miedo de las masas. Se estimuló la xenofobia, la misoginia, el racismo, la homofobia, entre otras expresiones.
El uso que hizo el nazismo del odio sin velo
es el mismo que empleó el Plan Cóndor en la región con su administración
del terror y ,actualmente, el lawfare y los golpes institucionales sobre
los gobiernos populares. Cuando el organizador que divide el campo social
consiste en el odio, la moral reemplaza a la política y los lazos sociales se
transforman en fascistas, aunque la forma de gobierno sea democrática.
Aventuramos la hipótesis de que los discursos de odio administrados por el poder consisten en un aglutinador social que funda identidades conformadas por un mismo modo de gozar: el individuo odiador. Poniendo el acento en ese afecto, aglutinador y consistente, se puede afirmar que el neoliberalismo es la continuación del nazismo por otros medios y viceversa.
El neoliberalismo y su concentración antidemocrática de los medios de comunicación se anudó a la revolución tecnológica y a la virtualización de la vida, optimizando el disciplinamiento y el control social a partir del odio. Además de la conocida invisible manipulación de las personas, a través de sus deseos, gustos, etc.
Zîzêk analiza la lógica del fascismo –que hacemos extensiva al neoliberalismo– identificando su característica central: la forma ideológica, que equivale al imperativo categórico de Kant, como su fundamento. Esto implica que el mandato de sumisión sobre el sujeto es mucho más importante que el contenido del discurso, la coherencia o racionalidad argumental. Esta característica opera como una ceguera voluntaria que impide ver más allá de sí misma y produce obediencia inconsciente: el enunciado comunicacional se escucha como una orden. El sujeto se ubica en la posición de quien debe obedecer el mandato por su forma ideológica, aun cuando en ese ejercicio encuentre contradicciones de la razón.
En resumen, en el nazismo y en el neoliberalismo la organización social consiste en la imposición de una forma, un método disciplinario que penetra en la voluntad y en la inteligencia. El dispositivo de poder se mantiene sobre todo porque la población se identifica y apropia de los mensajes comunicacionales recibidos como si fueran una norma que proviene del interior.
El individuo odiador no adhiere a los discursos de odio contra su voluntad, ni es engañado por un líder trastornado, sino que, creyéndose libre, se somete al dispositivo en un automatismo compulsivo sacrificando el pensamiento crítico.
El mayor triunfo del neoliberalismo fue el haber
logrado una colonización de la subjetividad gracias a un laborioso trabajo con
el odio, destruyendo el tejido social y la solidaridad en pos del
individualismo. El “lavado
de cerebro” fue tan eficaz que la
estigmatización y el prejuicio valen más que la verdad.
Como resultado de los discursos de odio, asistimos en el mundo a una nueva emergencia del fascismo que se verifica por el aumento de los feminicidios, la grieta, la conformación de grupos xenofóbicos y homofóbicos, y la emergencia de células de grupos terroristas.
Para terminar, entendiendo que las democracias
fueron tomadas por el neoliberalismo y que el conflicto
político hoy se expresa como democracia o fascismo, hago
mías las palabras de Lula en campaña hacia la segunda vuelta: "La
política es el arte de lo imposible. No importa la visión del mundo que tenga
cada uno, la ideología. En este instante es que debemos recuperar una palabra
mágica llamada democracia, que es el régimen más difícil de ser ejercido porque
requiere convivir con la contradicción, con la contrariedad".
Si no recuperamos la democracia…estamos en el horno.