Un momento de preparación y desarrollo de un movimiento fascista se está tramando en el campo adversario. Su nombre: Avanza libertad o La Libertad avanza. Ese movimiento empalma una alianza tácita con fuerzas mafiosas cuyas lógicas se explicitaron en la teoría del Estado del gobierno de la Alianza Cambiemos. Frente a esta emergencia, fragmentos del campo popular responden con indiferencia o achatando el problema, con silencios o con desatención. No podemos aceptarlo: el fascismo no es una opinión más -debatible como tantas otras-, es un crimen. Y sus formas criminales en la Argentina que nos es contemporánea confluyen con las formas criminales mafiosas. A este nudo nos queremos dedicar.
No es raro que hablando del fascismo se cometan errores de juicio, de trazo grueso, de interpretación política e histórica. Simplificar o, lo que es peor, negar el fascismo produce grandes daños humanos: tratarlo como una opinión -ademán de lo más frecuente en los medios de comunicación nacionales- y no como un crimen, también. Una costumbre errónea es designar con la palabra fascismo todo tipo de reacción. El fascismo es un sistema de reacción integral, tiende a suprimir sistemáticamente toda forma de organización autónoma del campo popular. Por eso mismo, Avanza libertad o La Libertad avanza son nombres adecuados para nombrar el movimiento fascista nacional, porque puesto que el corazón del fascismo es contradictorio, afirmar la libertad implica el movimiento inverso: su negación. Y ese avance postula una simetría: Milei es Macri.
Examinar la injuria
Hay palabras que por la manera en la que son dichas -recae en este ámbito del decir incluso la modulación o la entonación de la voz- corren el riesgo de volverse genéricos dichos para injuriar. No es infrecuente que un insulto sea una palabra vaciada de historicidad. Al ser usada como buena (adecuada) en situaciones diferentes, si no se determina y no se examina su sentido histórico, político y lógico, corre el peligro de volverse una especie de barrilete, un sonido dicho al pasar. Sin embargo, en el orden de las costumbres y en los pliegues mentales, un insulto nos habla de algo residual que puede volver y que, por eso mismo, si vuelve, debe ser examinado. Hay una palabra que en su justa referencia lógica e histórica debería ser dirigida a sujetos que dicen reconocerse en la identidad de “libertarios” menos como insulto que como signo descriptivo de prácticas y discursos específicos. Esa palabra es fascismo, porque los que se dicen “libertarios” predican el recurso a la violencia -bajo el ropaje de la libertad- en contra del Estado y de la nación popular, y porque despliegan prácticas y discursos basados en la contradicción.
El fascismo clásico no fue un movimiento de una clase o de un grupo de clases sociales en contra de otra clase u otro grupo. Es erróneo entenderlo de otra manera. Sus seguidores -en Italia, de hecho el pasado 28 de octubre se cumplieron cien años de la oprobiosa marcia su Roma, retratada por Dino Risi en una película emblemática del cine neorrealista- se encontraban en todas las clases, en todos los órdenes económicos e intelectuales, entre proletarios y clasemedieros, entre empresarios y campesinos, entre clericales y antiguos aristócratas, entre obreros y burgueses. Mussolini -Hitler también (es doloroso escribir estos nombres)- fueron sostenidos necesariamente por individuos pertenecientes a todas las clases sociales. También es cierto que el fascismo encontró fervientes opositores en todas esas clases, conectadxs por un común sentimiento antifascista, un tejido de protección contra todos aquellos que integraban las mismas clases de lxs opositorxs pero que se habían conectado a esa experiencia violenta y contradictoria. Esto nos habla del origen policlasista del fascismo. Milei lo entiende muy bien, por eso sus manifestaciones remiten siempre a las libertades individuales. Sobre la base de esa interpelación agrupa a los seres según sus capacidades individuales y sus “libres” decisiones.
El fascismo y el nazismo fueron hechos y morbos intelectuales y morales, expresiones de clase y de sentimientotambién. El fascismo emergió en un momento de depresión, de catástrofe y en un instante de doble decepción: frente al liberalismo racional y al marxismo. La catástrofe emergía de la Primera Guerra Mundial que -como la pandemia- estalló de manera sorpresiva, como una sacudida imprevista y como tal conmovió el cuadro de orden, la razonabilidad, la “tranquilidad” que la civilización occidental venía cultivando desde siglo XIX. La guerra duró más de cuatro años, se combatió en el corazón y en toda la superficie europea e involucró a todos los pueblos de los países beligerantes, pero se refractó también sobre la vida de los pueblos de los países neutrales. Esa catástrofe provocó miedo en el ser humano, por la falta de protección y por la situación de aislamiento en medio de los peligros de la vida. Y cuando el ser humano tiene miedo, sólo se siente fuerte y seguro si entra a formar parte de un gran ejército o de las masas. Se trata de la seducción fascinante de la violencia. En la complejidad creciente del mundo, luego de la catástrofe sin precedentes de la guerra mundial, el asombro condujo a las masas a una impaciencia creciente y al desprecio de la racionalidad, del compromiso, de cierta idea de progreso. Y en el contexto de catástrofe, incomodidad y crisis emergió ese movimiento audaz, carente de un sistema positivo de ideas, pero capaz de atraer y fascinar -hipnotizar- a las masas incluso a pesar de la falta de fe de sus afirmaciones: el fascismo.
Sin la pretensión de explicar mecánicamente una escena invocando otra, Milei -con sus formas violentas, con su culto a la fuerza, acentuado por ¿ex? su puntero-influencia: Carlos Maslaton- surge en un contexto similar respecto del de los fascismos clásicos: la catástrofe de la pandemia y una crisis tanto del peronismo (no es casual que la Vicepresidenta invoque recurrentemente el devenir de esa identidad política popular y gran máquina imaginativa; tampoco lo es que Diego Conno diga que “con el peronismo no alcanza”) como del neoliberalismo mafioso vernáculo. En las elecciones de medio término, que se desarrollaron el 14 de noviembre de 2021, de hecho, ni el peronismo ni el neoliberalismo mafioso (que quiere que el peronismo deje de existir, como las otras fuerzas de derecha) ganó. Tampoco perdió.
La pulsación fascista
El fascismo es un movimiento contradictorio, de afirmación y negación: este es un punto nodal. En su vertiente clásica, en Italia, supo defender la religión y el ateísmo, cobijar la cultura y elogiar la anticultura, cruzar tradición literaria (decadentismo) y vanguardia -D’Annunzio y Marinetti-, custodiar la propiedad privada y el capital y hablar de estatización de la propiedad, reverenciar las leyes y su violación, acuñar conceptos ultramodernos y ponerlos en diálogos con categorías mohosas de la historia de las ideas. Mussolini se contorneó de la peor burguesía -la especuladora- y ordenó una campaña contra esa misma burguesía, incluso lingüísticamente con el uso del plebeyo voi por sobre el elegante lei. Y, violento como era, le ofrendó al mundo la ramita de olivo de la paz. El puntero-influencia Carlos Maslatón tiene plena coincidencia con el arte de la guerra-de la paz: “Amo la carrera armamentista, hoy y siempre. Es muy pero muy bullishdiseñar y fabricar armas. Beneficia económicamente a la sociedad y garantiza la paz mundial” (tuit del 30/11/2021). Las contradicciones del fascismo -su simulación de la racionalidad argumentativa- despiertan sensaciones psíquicas también de orden contradictorio, que fascinan y atraen sobre la base de la angustia. Ahí reside su eficacia en términos de adhesión y a través de esos mecanismos logra agregar por un lado y por su contrario también. Es la táctica de la tenaza. Estas contradicciones se escenifican en la proxémica de Milei, que contrapuntea violencia y empatía, reacción y rebeldía. Se escenifican también en sus acciones: en el pleno de la pandemia recibió dos dosis de Sinopharm pero en el debate televisivo previo a las elecciones de medio término declaró no querer inmunizarse por la “evaluación de renta-riesgo”. Lo mismo se verifica en su discurso: “En el capitalismo vos sólo podés ser exitoso sirviendo al prójimo”[1]. El corazón de la explotación es convertido en servicio al prójimo y la repulsa, en solidaridad. Sigue Milei: “Cuando castigás al exitoso, castigás el proceso de acumulación de capital y le arruinás la vida a los que menos tienen porque son los que no tienen capital y lo necesitan para ser más productivos, tener salarios reales más altos y salir de la pobreza”. La extorsión de la plusvalía que es lo que condena a las grandes mayorías a la pobreza, aquí ¡la resolvería! En esta serie de cosas, la misma tónica contradictoria -el simulacro de la racionalidad argumentativa- fue asumida por el puntero-influencia Maslaton: “Patricia Bullrich es completamente comunista” (twitt de 30/11/2022) y pocas horas más tarde retuiteó una imagen de la propia Bullrich con una leyenda que recitaba: “Cuidado. Nazi suelto”.
Carlos Maslaton -hoy aparentemente alejado del político-antipolítico Milei- es el triunfo de los magos y los taumaturgos. Es comparable con el Astrólogo de Arlt, que ya no atiende en la quinta de Temperley sino desde el central Kavanagh potenciado por el nuevo embrujo que pesa sobre la humanidad a través de las consignas berretas y el control del pensamiento descerrajado por las empresas comunicológicas y las redes sociales que desarrollan nuevos mitos. Y el mito no es objeto de discusión: es o no es. Interpela menos la razón que la complicidad. Nos captura a través de nuestros deseos. Los mitos se desarrollan cuando son capaces de justificar los deseos, mientras que las experiencias políticas que son capaces de acuñar mitos se desarrollan cuando logran dirigir/conducir los deseos colectivos. En la escena contemporánea, el cogito, ergo sum parece haber sido sustituido por el agituamus, ergo sum. El descalabro de la razón ha profundizado los conflictos y las cisuras que dividen la humanidad hasta transformarlos en abismos infranqueables a través de las cuales parece imposible una comprensión recíproca. Sobre la grieta cambiemita, colocada en la escena pandémica, se ha montado ahora la contradicción fascista, que apelando al simulacro de la racionalidad argumentativa logra decir cualquier cosa. Es Milei declarándose “antisistema” mientras se pasea por cuanto programa de televisión existe sin que ningún periodista le pregunte qué quiere decir “antisistema” o “casta”, que por cierto él mismo pasó a integrar.
Esta es la índole del fascismo: el tobogán, el movimiento pendular entre extremos opuestos, la mezcla bizarra, estéticamente sintetizada en lo grotesco, categoría de la filosofía de la historia del arte que en Italia se remonta a la Domus aurea de Nerón, pasando por el Renacimiento, y en la Argentina, a los dramas sociales y culturales de la inmigración clásica, al teatro de Armando Discépolo, al tango de Enrique Santos, a la convivencia entre gauchos y papolitanos(Martín Fierro), al fileteado porteño o a Los siete locos de Arlt. Esto es, el fascismo encuentra resonancias en los subsuelos de la historia y la cultura por más que las niegue. Es lo que la lengua popular llama el “enano fascista”: una latencia, adormecida pero presente, que adecuadamente estimulada puede volver de modo enérgico. Su emergencia en la Argentina habla de la gran crisis histórica de nuestro tiempo, de la crisis política y cultural nexada con el peronismo y el antiperonismo, y con la crisis desmesurada -perceptiva y humana- sobredeterminada por la pandemia y ampliada por la Tercera guerra mundial emprendida por la Federación Rusa, la OTAN y las colonias europeas de Estados Unidos. El culto de la fuerza y su eventual aplicación por tramos más o menos largos de tiempos, ¿qué puede generar sino el más desenfrenado reino del terror, que amenaza con descalabrar los cimientos de una civilización y disgregar un pueblo?
Con pudor, puesto que la filosofía hurga menos en las soluciones que en los problemas vitales: se precisa la movilización de las fuerzas más avanzadas de la nación popular, de las fuerzas racionales, de las facultades críticas y sagaces que vibran en la fe de la dignidad humana, en la igualdad de los seres de todas las clases y en la justicia social para evitar catástrofes -aún- de mayor gravedad. Que gobiernen, por ejemplo[2].
Mafia y fascismo
La historia de las relaciones entre las mafias y el fascismo es larga. Existen puntos de contacto históricos entre la derecha fascista -que ahora en la Argentina se contrabandea como libertaria, cosa que no podemos permitir por el contenido emancipador inherente a las corrientes anarquistas que congregaron a mártires populares: Di Giovanni, Scarfó, Roscigna, Radowitzky…- y las mafias. Estos contactos tienen una emergencia en la Argentina que nos es contemporánea. Javier Milei lo demostró sin reparos en una entrevista televisiva en un canal chileno el 5 de noviembre pasado de 2021: “Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y, sobre todas las cosas, la mafia compite”. Sobre esta base es posible sostener que un sujeto es el otro: Milei es Macri. Esta es la explicitación discursiva de un pacto -entre Avanza Libertad y la esfera cambiemita/macrista- que posiblemente se fragüe con toda su potencia en 2023.
Tanto para las mafias como para el fascismo, la violencia (y sus formas) son un factor ordenador y de regulación social. La violencia es el elemento central sobre el cual se monta la ideología de esos poderes lóbregos. Para ella no todos son iguales. Están aquellos capaces de ejercer violencia, de dominarla, refinarla y convertirla en un método confiable de poder, de orden, y de regulación de la sociedad. Estos sujetos se autoperciben como integrantes de una élite. Más allá, están los débiles: lxs no-mafiosxs y lxs no-fascistas. Sobre la base de este binarismo se articulan todas las formas imaginables de la desigualdad. Este constructo ideológico que repongo aquí lo explicó Luciano Liggio, un mafioso siciliano (de Corleone) ligado a Cosa Nostra y uno de los mayores imputados del maxi-proceso de Palermo (1986-1987). Parafraseándolo: estamos nosotros, los mafiosos, los fascistas, los fuertes y del otro lado están lxs débiles: “los moluscos” (aquí no hay paráfrasis). Las explicaciones de Liggio, por más paradójico que parezca, tienen una terminación nerviosa en la Argentina, en las intervenciones de un influencer y ¿ex? sostenedor de Milei y Avanza Libertad: Maslatón. Además de insinuar un suerte de saludo fascista en distintas ocasiones públicas[3], desarrolla una filosofía antimoluscos: “Yo no soy como ese 30% de la población que es débil y que siempre necesita que le digan qué hacer, yo me gobierno a mí mismo. Así como están los que tienen miedo, los que se sienten débiles, […] están los que no tienen miedo, los que se sienten fuertes […]. Yo estoy en este grupo”[4]. En esta Maslatón agrega un pasaje relevante: “Necesito tener enemigos, lo vivo como una necesidad”. Si se hurga en el arcón de frases epigramáticas de Mussolini encontramos: “Molti nemici, molto onore” (Muchos enemigos, mucho honor). Y la honorabilidad es otro punto de coincidencia entre las mafias (l’onorata società) y el fascismo[5].
En la historia de Italia hay una serie altamente significativa de entendimientos ocultos, relaciones de intercambio, servicios recíprocos entre mafias y fascismo, inconfesables complicidades e intereses. Daré algunos ejemplos ubicados entre la finalización de la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores de vida de la República italiana. El 22 de febrero de 1945, la unidad de incursores de la Marina militar italiana, la Xa Flottiglia MAS, comandada por Junio Valerio Borghese -militar, príncipe e integrante de la Repubblica Sociale italiana: la Repubblica di Salò– activó varias células en Calabria y en Sicilia con el objetivo de hacerse del poder de manera violenta para “impedir que Italia cayera en manos comunistas”[6]. La ‘ndrangheta integró esa escena entrelazando relaciones con los marò (marinos) de Borghese. También Maslatón en la entrevista de Anfibia agita el “peligro comunista” que estaría condensado en el gobierno del Frente de Todxs: “Yo fui el primer militante contra el encierro comunista”; “Fui un violador serial de las imposiciones de una dictadura maoísta”; y “se la pasó despotricando contra la ‘mentira’ del virus y criticó la ‘dictadura comunista’ de Alberto Fernández”.
El 25 de octubre de 1969 Junio Valerio Borghese estaba otra vez en la ciudad de Reggio Calabria con el objetivo de intervenir en una concentración en Piazza del Popolo. Obvio es decirlo, eligió ese lugar para disputar un símbolo popular y porque ahí estaba ubicada la sede de Federazione provinciale fascista. Las autoridades municipales no autorizaron el acto. Pese a la prohibición, a las cinco de la tarde 300 fascistas ocuparon la plaza, la destruyeron e hirieron a varixs transeúntes. Al día siguiente, en Cano di Montalto, el pico más alto del Aspromonte, se juntaron 100 capos mafiosos de la mayor relevancia. Entre ellos estaban Antonio Macrì de Siderno, Giuseppe Zappia de San Martino di Taurianova, Giuseppe Zito de Fiumara di Muro, Giovanni Tegano de Archi di Reggio Calabria y Antonio Nirta de San Luca. Stefano Serpa, un ex mafioso (con la dote de picciotto di giornata: sicario), informó a las autoridades -en tanto colaborador de la justicia italiana- que en esa reunión participó el príncipe Borghese. En el contexto de la operación “Olimpia”, los colaboradores de justicia informaron que en Cano di Montalto se debatió el “apoyo de la ‘ndrangheta de Reggio Calabria a los proyectos golpistas del príncipe negro [Borghese]”[7]. Ese entendimiento tenía por finalidad hacer confluir a los hombres de ‘ndrangheta en las filas de las organizaciones fascistas para disponer de una masa militar que sirviera para dar un golpe de Estado. O como decían ellos: “reestablecer el orden” en la Italia postfascista: democrática y republicana.
En la noche entre el 7 y el 8 de diciembre de 1970 se desplegó la tentativa de un golpe de Estado, conocido en la historiografía italiana como “golpe Borghese”. En Reggio Calabria, el marqués Felice Genovese Zerbi, el mayor exponente del fascismo regional, había obtenido varios uniformes de Carabineros para camuflar a una banda integrada por fascistas y mafiosos. Pretendía que interviniera conjuntamente con un grupo de Carabineros. La operación conducida por el príncipe negro consistía en una insurrección armada, penetrar en el Palazzo del Quirinale y arrestar al Presidente: el socialista Giuseppe Saragàt. La acción finalmente no se desplegó por orden de Licio Gelli -“maestro venerable” de la logia masónica P2[8]– porque “el arma de los Carabineros retiró su participación”[9]. Gelli fue investigado por la Justicia italiana por conspiración política, insurrección armada contra los poderes de Estado y atentado contra la seguridad del Jefe del Estado.
Apenas un repaso de algunas acciones tendientes a instaurar en Italia un gobierno autoritario imaginado por mafiosos, fascistas, masones y militares. Pero hay algo más, un símbolo religioso: el golpe Borghese es conocido también como “golpe de la Inmaculada”. En la estela que se traza aquí apreciamos cómo la ‘ndrangheta y el fascismo entre 1945 y 1970 (aunque la historia es más amplia) anudaron sus formas violentas, con las que tensaron la vida política y social italiana: “Avanguardia nazionale e Ordine nuovo [dos espacios fascistas], que disponían de material explosivo, lo usaban habitualmente en todo el país, lo recibían de la ‘ndrangheta”[10]. Y si un emergente es un emergente, dos permiten adivinar una tendencia: el marqués Zerbi participó en enero de 1975 de los funerales públicos del hegemón de la ‘ndrangheta hasta su muerte (Antonio Macrì) y del capo Girolamo Piromalli de Gioia Tauro en febrero de 1979.
Entre el fascismo italiano de posguerra, con apoyaturas mafiosas, y el incipiente fascismo liberticida argentino la diferencia radica apenas en la pragmática. Allí, golpe seco para volver a instaurar el autoritarismo (que fracasó). Aquí, asalto a los organismos representativos por vía electiva para violentarlos/nos desde adentro. El epigrama de Maslatón -100% barrani (en negro)- indica que el color de las camisas clásicas del fascismo (que Milei usa frecuentemente) envuelve siempre otros poderes tanto o más sombríos que el falso libertarismo. El fascismo -como recuerda Alejandro Kaufman- procede del olvido, engaña a las víctimas para que se repita(n).
El rostro fascista -cuya historización nos descubre los puntos de contacto con las mafias, adosada a las declaraciones de Milei- tiene un evidente reverso: el terror. Es para (pre)ocuparse porque esas emergencias, eficaces por cierto, son incompatibles con la convivencia democrática, cuyo complemento necesario es la convivencia pacífica y la confrontación popular de raíz libertaria, emancipadora, de izquierdas, siempre digna en la Argentina, siempre imponente. Pues la restitución del ánimo de lucha popular es la fuerza que descalabra la reacción.
Mafia y fascismo
Las mafias son organizaciones criminales y violentas que se balancean entre lo ilegal y lo legal, en el mercado y en la política. El fascismo es un movimiento contradictorio, de afirmación y negación, que es posible pensar bajo la forma de una interpelación reaccionaria de las multitudes y como una organización que despliega terror. Fascista no es una categoría caduca en la lengua política popular. Tiene vigencia y es pertinente para definir a sujetos que políticamente piensan y operan de modo antidemocrático -ahora, en la Argentina, estando contenidos, paradójicamente, dentro de las fronteras de la propia democracia-, que remiten a la experiencia histórica del fascismo (rememorando sus acciones, sus símbolos: un sol negro vuelto tatuaje, por caso, ubicado en un codo del Fernando Sabag Montiel, el agresor que intentó asesinar a la Vicepresidenta) o que recuperan la experiencia fascista como un modelo a imitar, incluso en ausencia de discursos enunciados con nitidez. En cuanto a su vertiente europea clásica, puede ser pensado como el triunfo del triunfo de la revolución. De la revolución bolchevique y de los conatos sagrados de la completa emancipación política y económica en Italia y Alemania, y en España también. El fascismo encuentra serias dificultades para surgir allí donde la emancipación es débil.
En la Argentina la emancipación no está en su momento de mayor lustre, es cierto. Y sin embargo no declina. Su corazón sigue latiendo. Sabemos por qué. Ha optado por la retaguardia y una intervención discursiva propia de la tensa andadura folletinesca del suspenso. Son modos de la política y de la lucha emancipatoria para resguardar una apuesta popular igualitaria en un frentismo que ha elegido una práctica y un discurso de debilidad que construye debilidad. También sabemos que una organización regida por lógicas mafiosas desde la cumbre del Estado no logró detener el corazón emancipatorio nacional en el cuatrienio negro (2015-2019) y por eso ahora se ha aliado con el fascismo tecno/neo para volver a arremeter contra ese corazón, cuya expresión nacional estuvo empalmada con un potente latinoamericanismo. Ese corazón estuvo ubicado en un amplio tejido populista integrado a un organismo mayor: el de la democraticidad radical latinoamericana.
El atentado al corazón de la emancipación apuntó a un lugar corporal sintomático, el centro de la razón -se puede decir de la razón nacional- y tuvo las características del fusilamiento (acción realizada por un individuo en la que se dispara contra la cabeza). ¿Por qué se precipitó el atentado? Para interrumpir la fiesta popular que cual retozón neumático hecho multitud se arrojó sobre un barrio de “impropia politicidad” luego del alegato del fiscal “Lucky” Luciani para revitalizar con su soplo la emancipación nacional latente. Atentar con el terror y la violencia contra el orden democrático tuvo el objetivo de hacer entrar el impulso emancipatorio en una zona de dificultad reflexiva (conmoción y confusión), imponer una situación brumosa de inmovilismo al campo popular y nacional, y apuntó, también, a restaurar un poder que se pretende indiscutible e incuestionable. Si se quiere intervenir en la reproducción de este poder unívoco (indiscutible e incuestionable) debemos estar dispuestxs a pensar de manera distinta.
Mafia y fascismo están presentes en el territorio nacional. Históricamente, son fuerzas concurrentes y en la Argentina de esta parte del siglo XXI también. Tienen un denominador cultural común: violencia/terror. Ambas, además, tienen una aversión por la democracia, que consideran una especie de cáscara formal que pretenden vaciar y capturar a través del despliegue del terror, precedido por la amenaza. Recordar: antes fueron los piedrazos contra un despacho en el Congreso. Luego, el atentado. Ambas organizaciones, el fascismo y la mafia, son solidarias también porque piensan y practican la cultura patriarcal. Y el atentado -o el magnifemicidio, tal como lo definió Dora Barrancos, contra la Vicepresidenta- tiene también ese sesgo nítido de género.
Piedrazos o la lengua de la mafia
Mensajes en código, alegorías, figuras arcaicas, frases cortas y específicas, pizzini (pedacitos de papel con pequeñas escrituras a mano), símbolos y ceremonias religiosas adecuadamente resignificadas (contaminadas), son algunos de los modos que configuran la lengua de la mafia. Sus manifestaciones -que pueden ser lingüísticas y gestuales- no siempre son reconocidas como tales y para ser entendidas deben de ser interpretadas. En este sentido se precisa una hermenéutica mafiosa que deberían practicar también -y sobre todo- lxs sujetos institucionales que enfrentan el crimen. La lengua mafiosa es semánticamente oblicua. Y esa oblicuidad es una manera de proteger a las organizaciones y sus acciones criminales. En la Argentina quien reflexionó sobre las formas oblicuas del narrar fue Piglia en Respiración artificial, como forma defensiva frente al hecho desaparecedor de la dictadura o Viñas en Prontuario con la configuración de una lengua fragmentaria:
-Pero, qué pretenden ésos.
-Muy simple, Goyo. Y no se moleste: que no haga ola. Eso pretenden.
-¿Qué no me haga el mar?
-¿Qué diga y no diga?
-Eso, Goyo. Exactamente. Aluda. Sobrentendidos. Decir, no nombrar. Olitas a lo sumo, no marejadas. Goyo: océano no; laguna[11].
Oblicuidad quiere decir -en un caso como en otro- que no es necesaria una correspondencia rígida ente significante y significado: las palabras y los gestos deben ser contextualizados y descifrados para ser entendidos. El despacho apedreado mientras en el Congreso de la Nación se estaba tratando la media sanción al acuerdo con el Fue MacrI (tal como grafican unos sugestivos graffiti sembrados en las paredes de la ciudad) fue el de la Vicepresidenta. Nos enteramos a través de un video que publicó la propia Cristina Fernández de Kirchner en su cuenta de Twitter (14/3/2022). Los cascotes golpearon las cuatro ventanas de su despacho. Luego de ese ataque, Andrés Larroque, ministro de Desarrollo de la Comunidad Bonaerense y dirigente de La Cámpora, en diálogo con Víctor Hugo Morales en la AM 750, tiró una frase reveladora: “No podemos dejar pasar esto. Hay un mensaje al atacar a Cristina, es de carácter mafioso”. Tiene razón. Pero, ¿cuál es ese mensaje? Esa razón no fue reconocida oportunamente por el ministro de Seguridad de la Nación, tal como explicó con su parsimonia vitriólica Horacio Verbitsky. Los apedreadores “viven en zonas distantes de la provincia de Buenos Aires. La hipótesis sobre la que se trabaja es que se trata de mano de obra contratada por otros. Pero aún no se determinó si tienen relación entre ellos, si provienen de alguna barra brava”[12]. En la misma edición, Marcelo Figueras desplegó la política cultural de El cohete a la luna con motivo del medio siglo de El Padrino y su influencia en la cultura popular[13]. En la película se verifican ejemplos elocuentes de la lengua secreta de la mafia. Es el caso de una cabeza de caballo mal cortada e introducida en una cama. La hermenéutica en ese caso no demanda ahuyentar brumas espesas para descifrar el mensaje: hacé lo que te pedimos “con cortesía” porque eso te puede pasar a vos también. O incluso lo digo mal: el caballo sos vos. La lengua mafiosa se organiza aquí alrededor de la metonimia.
La lengua omertosa está hecha de dichos, refranes, sugerencias solapadas, códigos, ritos y frases que encubren una simbología precisa respecto de lo que puede leerse en la superficie del discurso. Se organiza alrededor de un principio comunicacional básico: “A megliu parola è chiddra cà un si dici” (La mejor palabra es la que no se dice)[14]. Expresión de lo más peculiar que explica nítidamente la respiración de esa lengua pues dice dos cosas al mismo tiempo: la palabra se nombra menos a sí misma que al silencio. Una de las frases emblemáticas de esa lengua es “tuttu passa” (todo pasa). Dos palabritas que remiten al lento fluir de la vida. Remiten incluso a la experiencia de la cárcel. Pero esa pequeña navajita quiere decir otra cosa: si todo pasa es porque algo tiene carácter estable: la ‘ndrangheta (la mafia calabresa), que es lo que siempre queda[15]. En la Argentina quien usó ampliamente esa misma expresión fue Julio Grondona. La tenía grabada en un anillo de oro de cara cuadrada con la incisión “Todo pasa”, ubicado en el meñique izquierdo, última terminación nerviosa del corazón. Y en su oficina de la AFA don Julio tenía una estampa de la frase, ubicada en una placa sobre la cual se suele poner el nombre de la persona que usa una mesa. La lengua de la omertà es un código condensado, hecho de expresiones breves que concentran sabidurías antiguas y que evitan el despliegue de grandes discursos, pues estos suelen incomodar a los hombres de honor (los mafiosos). A eso tal vez responda la retórica entrecortada de Macri. Los padrinos hablan una lengua hecha de discursos sintéticos, pequeños estiletes que de ser decodificados por un interlocutor garantizan la pertenencia a la cultura mafiosa.
El mensaje amenazador -evidente o silente- constituye siempre una manifestación del método intimidatorio que define el obrar mafioso. Cualquier mensaje mafioso constituye una advertencia acerca del interés de una asociación hacia el comportamiento -activo u omisivo- de su destinatario y el significado contiene la petición implícita de actuar en conformidad[16]. Veamos algunos gestos clásicos propios de la lengua mafiosa y los mensajes inherentes: cortar la mano de un cadáver remite a un robo que afectó a una persona o una propiedad protegida por alguna organización mafiosa; un par de ojos arrancados de un rostro y ubicados en la mano de una persona asesinada significa que había matado a un hombre de la organización; una hoja de tuna ubicada sobre el pecho de un cadáver indica que esa persona se había apropiado de bienes ajenos; enviar un pájaro muerto o un collar con cabezas de pájaros engarzadas es una amenaza de muerte; un pañuelo ubicado en la boca de un animal muerto entregado a alguien o una piedra arrojada contra una ventana tienen el mismo sentido: que es deseable callarse. O incluso lo digo mal. Se trata de una orden: callate. Una expresión del método intimidatorio que debía llegar a destino sin inconvenientes ni demoras, sobre todo si tomamos en cuenta el video que publicó la Vicepresidenta en su cuenta de Twitter. Allí se ven las imágenes del apedreo desde el exterior del Congreso y se muestra cómo la policía tardó 20 minutos en intervenir. Los espacios militantes justamente reactivos al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional estaban organizados alrededor de sus símbolos identitarios, entonaban cantos de protesta propios del campo popular. Algunas fracciones sin embargo fueron estigmatizadas por la Justicia -si es que tal cosa aún existe en la Argentina-, aparato tan felizmente integrado a la ciudad de lxs notables y cuyos representantes hubieran hecho bien en buscar por fuera de la protesta social a los responsables intelectuales de la lapidación, pues las verdaderas “asociaciones ilícitas” se fraguan menos en las calles que en los ámbitos cortesanos. El crimen organizado prolifera en los negocios inmobiliarios, las finanzas, el comercio, los servicios, las instituciones públicas.
En algún lugar de la Trilogía Millennium de Stieg Larson hay una escena de apedreo con el mismo sentido que se está tratando aquí: el silencio que se le “sugiere” a una periodista, codirectora de una revista especializada en denunciar negociados espurios. Si se aceptan estas formas hermenéuticas, entonces debería aceptarse también que el apedreo al despacho de la Vicepresidenta constituyo una advertencia -para todo el espacio político y social que ella representa- y un antecedente inmediato del magnifemicidio.
Revolución Federal
Jonathan Morel militó la candidatura de Mauricio Macri y luego fundó la agrupación Revolución Federal, dentro de cuya atmósfera están contenidxs Brenda Uliarte y Fernando Sabag Montiel (nacido en San Pablo, Brasil), una pareja materialmente involucrada en la tentativa de asesinato a la Vicepresidenta, que se llevó a cabo el 1 de septiembre de 2022. Gran parte de la violencia que promueve la reacción se pretende ocultar en el uso de la figura del extraño, del extranjero, del lobo suelto, del electrón perdido. Esta versión se basa en un supuesto antiguo: que la violencia proviene de los intrusos. Complementariamente, cuando el campo popular expone la violencia, cuando devela las tramas ocultas del terror, pasa a ser sindicado como violento, como si la violencia, el terror del que hablamos se originara en su seno. Nada que ver.
Uno de los financistas de Morel, según sus declaraciones publicadas en un artículo sinuoso entre la apología y la crítica[17], es el grupo Caputo -integrado por “el hermano del alma” de Mauricio Macri y su ex ministro de Finanzas, parientes entre sí-, que le habría encargado muebles por casi ocho millones de pesos[18]. Una de las características de las organizaciones mafiosas son los lazos de parentesco y de amistad entre sus integrantes. Respecto de esta última palabra, vale recordar un discurso que en 1925 un ex primer ministro italiano, político liberal-democrático, pronunció en Palermo. Se trata de Vittorio Emanuele Orlando:
Ahora les digo (oh, palermitanos) que si por mafia entendemos el honor llevado a la exageración, la intolerancia contra toda prepotencia y atropello, llevada hasta el paroxismo, la generosidad que enfrenta al fuerte pero que es indulgente con el débil, la fidelidad a las amistades, más fuerte que todo, incluida la muerte, si por mafia entendemos estos sentimientos y actitudes, aunque con sus excesos, entonces en este sentido son marcas indivisibles del alma siciliana y me declaro mafioso y estoy feliz de serlo[19].
En el atentado está involucrado también Gabriel Carrizo. Es asistido por dos letrados que comparten buffet y con terminaciones nerviosas en Juntos por el Cambio: Gastón Marano y Brenda Salva. Marano revistó como asesor del senador cambiemita chubutense Ignacio Torres, integrante de la Comisión Bicameral de Fiscalización de los Organismos y Actividades de Inteligencia; anteriormente, trabajó en la Oficina de Ciudadanía de la Embajada de Estados Unidos y más recientemente asesoró a Ramiro Marra, legislador de la Ciudad de Buenos Aires por la Libertad Avanza. En cuanto a la otra letrada, Salva, trabajó como asesora de Karina Bachey, diputada por San Luis, que revista en el bloque PRO y en el interbloque de Juntos por el Cambio.
Tal como la mafia, que ya no se presenta con gorra y escopeta al hombro, tampoco el fascismo se presenta ya con los antiguos rituales de los años ‘20 y ‘30 del siglo pasado. Esas estructuras violentogénicas han evolucionado. Cambiaron (“Cambiemos” propone su lema) sus formas, pero el peligro y las desmesuras que son capaces de descerrajar sobre la existencia popular siguen intactas. Ambas se han transformado pero sus prácticas ancestrales quedan: empresariedad violenta y politicidad del terror. Mafia y fascismo son fenómenos distintos y sin embargo coincidentes, que en nuestra Argentina se han anudado.
Manipulación criminal
De la criminalidad organizada de tipo mafioso sabemos mucho más de lo que comprendemos (se trata de una de las tesis más relevantes de Diego Gambetta, Fragments of an economic theory of the mafia, European Journal of Sociology, 1988). Veamos qué podemos sacar en claro de una teoría del poder –argentina, pero con terminaciones globales– atravesada por una racionalidad mafiosa, de cuyas acciones sabemos mucho, pues se despliegan ante nuestros ojos, pero que no comprendemos en una de las claves que corresponde.
En la Argentina hay actores que trabajan profusamente para construir –de nuevo– una idea de desorden. Lo dicen con estas palabras: “En un país con esta […] descomposición social, donde nadie cumple las reglas y nadie se las hace cumplir, es imposible salir adelante. Si no confiamos en la ley, y el propio Estado tampoco lo hace, entonces todo se transforma en la ley de la selva, la ley del más fuerte”. Sigue luego la amenaza que se despliega sobre el cuerpo del país: “Paremos con esto. Recuperemos el respeto por la ley”.
En la concepción mafiosa, aquellos que son capaces de ejercer la violencia –y el miedo–, de dominarla, refinarla y convertirla en un método confiable de poder –esto es, de orden– integran una élite. Los mafiosos se autoperciben (son) fuertes. Más allá de los límites de esa “fortaleza” se encuentran los débiles (i molluschi, como dijo alguna vez Luciano Liggio, mafioso siciliano, de Corleone, ligado a Cosa Nostra y uno de los mayores imputados del maxi proceso de Palermo de 1986-1987). El primer recurso de las mafias es el uso activo y sistemático de la violencia y los mafiosos son “los más feroces”, aquellos que “en el orden de la selva” despliegan “funciones de control represivo” (Paolo Ricci, Le origini della camorra, Sintesi, 1989). De otro modo: para las mafias la violencia es un factor ordenador y de regulación social. Dentro de esa atmósfera funciona la figura del homicidio. El homicidio mafioso –que se conoce como vendetta– no es autopercibido como delito, sino como gesto cuya finalidad es reconstituir un orden que se pretende alterado o suspendido: el orden que la racionalidad mafiosa quiere articular. Un atentado mafioso además no suele dejar rastros (de los mandantes; los ejecutores pueden ser sacrificados). De esto desciende que si se quiere crear la sensación de desorden magno para restaurar un orden de índole mafiosa, ¿qué mejor cosa que conmover la existencia en común con un hecho político de la más destacable magnitud? Un magnifemicidio (así lo calificó Dora Barrancos). Dicho de otro modo: en la Argentina asistimos a la acción de actores concurrentes que están tratando de instalar esta idea: el país se encuentra gobernado por un Frente tan incapaz que no logra preservar siquiera a su integrante más conspicua. Equivale la instalación de esa idea con la de un estado de desorden que como tal reclama su intervención.
La escena del atentado político a la Vicepresidenta –y no “Cristina”, pues trocar una investidura del más alto rango democrático por el nombre de pila se corresponde con un mecanismo cognitivo: rebajar el dramatismo inherente a un hecho desmesurado– responde a una lógica ancestral de las mafias: crear desorden –estimulando “el orden de la selva”– a cambio de la promesa de orden sobre la base de un ofrecimiento de protección. Y la protección implica cobrar un tributo al sujeto que, creando desorden, se postula como garante de orden. El “precio de la paz” en el caso de la Argentina pesa sobre toda la sociedad nacional y se lo pretende cobrar a través de una elección política con viso democrático. Aquí está el secreto de la inteligencia criminal: activar el mecanismo violencia/organización dentro de las formas de la convivencia democrática. La actividad específica de la empresa mafiosa es la venta de protección privada sobre la base de un conflicto generado dentro del Estado para dominar el Estado (o algunos de sus sectores). Estamos ante la simpleza de un mecanismo paradójicamente complejo, que transforma la protección en confianza y a sus víctimas (potencialmente una sociedad entera) en clientela política. Es la industria de la violencia. Funciona inyectando en el mercado o en la sociedad dosis calculadas de desconfianza-oferta (desorden) y venta monopólica de confianza (orden). El precio se conoce como pizzo (de pizzicare: pellizcar, la parte de un todo sobre la que se interviene) que en la Argentina se pretende recaudar como tributo electoral (Marc Monnier, La camorra. Notizie storiche raccolte e documentate, 1863).
Esta lógica no es nueva. Ya fue desplegada con la fórmula de la “pesada herencia”. Ese concepto –repetido hasta el hartazgo por actores políticos cambiemitas y la prensa confusional y caotizadora de intoxicación– se impuso a una identidad política para transformarla en una cueva de ladrones transgresores de las leyes. Ahora, de nuevo, con el atentado político a la Vicepresidenta se crea una atmósfera de desorden nacional, atacando el corazón latente de la emancipación. Con ese acto se quiere enfrentar a la mayor porción posible de la sociedad argentina –clases medias (encandiladas por élites depredadoras) y a amplios segmentos de las clases bajas (fragmentadas entre sectores integrados y marginales, que están por debajo de la línea de indigencia)– con la emancipación, instalada como factor de desorden, o como un orden incompetente.
Quieren volver y para hacerlo deben destruir. Piensan así. Y empalman la racionalidad mafiosa con la acción fascista. Se trata de una manipulación criminal (ma-cri, por su sigla) de alta intensidad, que convoca a actores concurrentes: segmentos del Poder Judicial, actores económicos que activan un fenómeno inflacionario por oferta, escuadrones policiales, los good fellows de siempre y una estructura de ejecutores tan bien tabicada, e ideológicamente fluida, que parece ininvestigable (aunque es posible), simpáticamente adjetivados “copitos”, escoltados por el sinuoso acompañamiento de la prensa, desde revistas universitarias presuntamente autónomas hasta un nuevo medio –LaNueva+flia– que destacó: “Lo que se ha presentado como un intento de magnicidio y que seis de cada diez creen en un montaje inventado”, como si no se supiera que lo que se pretende medir (con la encuesta) crea lo encuestado.
Esta manipulación criminal de alta intensidad tiene una terminación nerviosa en la persecución al movimiento estudiantil (y a sus familias) que ejerce el derecho de toma de sus colegios como forma de protesta –y que reclama un diálogo– ante los descalabros de la Giorgia Meloni porteña. En el corazón de sus reivindicaciones laten tres consignas mínimas y del más profundo vitalismo: viandas de calidad, edificios seguros (pues la escuela es el cuarto propio que concierne a la temporalidad de lo común), reactividad respecto de la servidumbre enmascarada de “prácticas laborales obligatorias”. Sobre esta otra vertiente de la emancipación se despliega otra declinación de la expectativa de violencia represiva y del desorden para luego recrear una idea de orden. Esa expectativa responde a un doble poder inconfesable.
Sin embargo, la Argentina que expresa grandes luchas para regenerar espacios de emancipación sigue ahí: con la gran vestimenta revolucionaria de su juventud que nos invita a colaborar de nuevo en la obra de libertad que siempre inicia.
[1] “Javier Milei explicó por qué el Banco Central restringió la financiación de pasajes, y advirtió sobre las consecuencias: ‘No es gratis’, www.lanacion.com.ar/lnmas/javier-milei-explico-por-que-el-banco-central-restringio-la-financiacion-de-pasajes-y-advirtio-sobre-nid26112021/, 26/11/2021.
[2]
[3] “El debate entre Carlos Maslatón, Néstor Pitrola y Roberto García Moritán”, www.youtube.com/watch?v=s7uEycB90nk&t=837s, 8 de noviembre 2021. Véase el minuto 24.40 cuando aparece el saludo fascista.
[4] Juan Luis González, “Carlos Maslatón. 100 por ciento barrani”, www.revistaanfibia.com/carlos-maslaton-100-por-ciento-barrani/, 23/8/2021.
[5] El sujeto mafioso que despliega su poder sobre un territorio constituye inicialmente una élite plebeya-delincuencial y elabora un código de honor. Éste es un valor de identificación de las virtudes masculinas y violentas tanto de los individuos como del grupo. A ese código se le adosa una lengua secreta, cuya función simbólica es interna al área criminal y marca sus confines.
[6] Vincenzo Macrì, “‘Ndrangheta e destra eversiva”, en Enzo Ciconte, Francesco Forgione, Antonio Sales (coords.), Atlante delle mafie, Rubbettino: Soveria Mannelli, 2013, p. 253.
[7] Macrì, p. 256.
[8] P2
[9] Macrì, p. 271.
[10] Macrì, p. 266.
[11]
[12] “Mar de fondo”, www.elcohetealaluna.com/mar-de-fondo/, 13/3/2022.
[13] “Corleone somos todos”, www.elcohetealaluna.com/corleone-somos-todos/, 13/3/2022.
[14] Chiara Floriddia, Detto e non detto in Cosa Nostra. Linguaggio e comunicazione di un’organizzazione malavitosa, Tesi di laurea, Università degli Studi di Padova, 2015-2016, p. 4.
[15] Nicola Gratteri / Antonio Nicaso, Dire e non dire. I dieci comandamenti della ‘ndrangheta nelle parole degli affiliati, Milano: Mondadori, 2013.
[16] Roberto M. Sparagna, “Método mafioso e C.D. Mafia silente nei più recenti approdi giurisprudenziali”, en: Diritto penale contemporaneo, www.penalecontemporaneo.it/upload/1447071200SPARAGNA_2015a.pdf, 2015.
[17] Nicolás Baintrub, “Que tengan miedo de ser kirchneristas”, www.revistaanfibia.com/revolucion-federal-que-tengan-miedo-de-ser-kirchneristas/, 15/9/2022.
[18] En la casa de otro integrante de Revolución Federal, Leonardo Sosa, fueron hallados casi 50 mil dólares y cerca de 200.000 pesos en efectivo.
[19] Giuseppe C. Marino, Storia della mafia. Dall’“Onorata società” a Cosa nostra, la ricostruzione critica di uno dei più inquietanti fenomeni del nostro tempo, Roma: Newton Compton, 2012, p. 128.
Fuente: El Ojo Mocho