Publicado el 11 jun. 2021 | Política
Los que poseen el espíritu de discernimiento saben cuanta diferencia puede mediar entre dos palabras parecidas, según los lugares y las circunstancias que las acompañen.
Blaise Pascal
Es más que evidente que esta pandemia dejó al desnudo aspectos de las personalidades ajenas y propias que todos estos años habían permanecido ocultas -o disimuladas- para quienes, tal vez por formación profesional y/o experiencia personal, tenemos la fortuna de contar con más recursos para enfrentar el miedo y la incertidumbre. Y, aun así, munidos de esas herramientas, desde hace un año largo nos sorprendemos a cada momento con sentipensares Galeánicos que se convierten en decires virtuales y caemos abatidos por el mismísimo asombro.
Yo soy una convencida que la matriz ideológica está presente en todos los casos -hasta que me demuestren lo contrario- por lo que soy muy exigente con la entidad que adquiere la palabra autorizada en contexto de encierro. Porque los que debemos estar encerrados somos nosotros no nuestra necesidad de usarla racionalmente para comunicarnos de modo que ella, la palabra, siendo cómplice de nuestra solidaridad y/o empatía, logre crear un clima de intimidad y de confianza con el otro para que me entienda. En realidad, para que entienda lo que yo quiero decir, porque el dicente no debería sucumbir a la tentación de sentirse incomprendido por el oyente sin advertir que la comunicación nunca es una construcción individual.
Con este feroz entorno epidemiológico, inmersos en esta pausa eterna que nos prepea para que ejerzamos la responsabilidad social, deberíamos tener extrema cautela con lo decimos, sobre todo con cada palabra desplegada en los grupos masivos de guasap, donde, al no contar con elementos de análisis y de sostén del lenguaje -como es la gestualidad, por ejemplo- no advertimos que los emojis, de los que disponemos en demasía, serían una suerte de gestos genéricos, paliativos para la falta de presencialidad.
Todas las semanas son por demás intensas, originan muchos titulares, las noticias no nos dan tregua y el vértigo parece deslizar los hechos por una superficie refalita (1) y cuesta abajo.
Y no todo es responsabilidad del terror que pareciera tener la oposición frente a las posibilidades electorales de noviembre -sus desquiciadas conductas así lo insinúan- sino de sus aliados estratégicos, los medios hegemónicos que palmariamente son más macristas que el propio macri: apelativo que fue perdiendo paulatinamente la mayúscula y transformándose en un adjetivo descalificativo.
Quien escribe esta columna -triquiñuela picarona para no decir yo- siempre sostuvo que si bien debo conocer cómo juega el enemigo nunca debo entrar en su juego, al punto de dejar que sean ellos los que decidan quiénes, cuándo y de qué discutimos nosotros. Pero no todos pensamos lo mismo porque es casi una rutina que se repite en todos los espacios: encendidas polémicas sobre problemas que no son tales para nosotros y que a veces dejan como efecto colateral un tendal de heridos porque recordemos lo que charlábamos al principio: en circunstancias como las actuales, no sabemos cómo va a reaccionar el otro ante cada cometario escrito a capella que hagamos. Y tal vez sin darnos cuenta, prolongamos en el tiempo las ondas expansivas que generan sus perversiones en un fallido intento por desmentirlos en vez de actuar como redoblantes y hacer sonar nuestras verdades e instalarlas. Por estos tiempos debería ser una tarea obligatoria del militante de base, del soldado on line, que nos permitiría oxigenarnos entre nosotros y le permitiría al más débil, al más vulnerable, al que palpita la catástrofe cotidiana que representan las góndolas con precios inexplicablemente inaccesibles, empezar a pensar que hay salida de este infierno. Porque la vileza que desparrama, a dosis diaria, la presidenta de del principal partido de la oposición y ex ministra de seguridad -triquiñuela picarona para no nombrar a Patricia Bullrich- es realmente un foco infeccioso.
No voy a cometer la torpeza de hablar de pandemia para referirme al neoliberalismo porque estaría parafraseando al domador de reposeras -título honorífico que supo regalarle el cumpa tucumano Javier Noguera (2)- pero sí es necesario que recordemos siempre que nuestro país no entró en estado de extrema vulnerabilidad recién en marzo de 2020 sino que recibió del gobierno anterior la más grande tragedia sanitaria global a apenas tres meses de asumir y estando con la salud pública y las ciencias y la tecnología en terapia intensiva. Y con una crisis educativa enorme y con las economías regionales destruidas y con los niveles de empleo más bajos y como si esto no configurara ya un diagnóstico por demás preocupante: una deuda externa colosal. Y a esto no lo dice nadie de ellos. Nunca.
Entonces me pregunto: si son tan pocas las voces transmitiendo noticias veraces, noticias alentadoras, esas que nos ayudan a proyectar y a proyectarnos, que nos dan aliento para poder seguir peleando, ¿por qué usamos las palabras propias para hablar de temas contenidos en agendas ajenas? ¿Siempre dejaremos que sea la oposición la que instale las prioridades? ¿acaso no tenemos banderas?,¿no somos capaces de crear una mística? ¿no nos enamoramos del proyecto nacional y popular? ¿o no queremos que él sepa que estamos rendidos a sus pies? ¿Efectos esperables de la pandemia? ¿Responsabilidad compartida entre dirigencia y militancia? ¿Desafío para enfrentar en la pospandemia?
Muchas dudas, una sola certeza: mientras las calles nos estén vedadas tenemos una única arma: la palabra.
Y nosotros somos los únicos que decidimos si queremos ser sus dueños o sus esclavos.
REFERENCIAS:
(1) tucumanismo muy usado por los niños para referir a algo muy resbaloso, fácilmente deslizante
(2) el Dr. Javier Noguera es el intendente de la localidad de Tafí Viejo, Tucumán y Presidente de la Federación Argentina de Municipios
Fuente: Revista La Barraca