Ahí hay millones de mujeres dispuestas a volver a manchar la vida de verde. Si creíste que esto se terminaba acá, te equivocaste. Esto empezó hace miles de años. Pero ahora, por fin, está sedimentando, alcanzando recién, su piso. Por eso, a vos, cobarde de siete suelas, que pensaste que tu violencia de mequetrefe miedoso iba a hacer temblar a esa inmensa columna de pibas, andá enterándote que te equivocaste, que te tienen señalado, que dejaron de tenerte miedo, que son incontables, irreverentes y las más profundas razones de tu incomodidad manifiesta. Vas a tener que comprender que su Victoria (sobre vos, sobre tantos otros) es haber llegado hasta acá conformando el movimiento social más innovador y novedoso de la historia argentina reciente. Que la continuidad de sus demandas está garantizada por la distancia que existe entre la vitalidad festiva que expresan en contraste con la piel arqueológica, defensiva y dubitativa que a vos te devuelve tu espejo deforme con sotana. Fuegos en las consignas, brillos en las caras con batucadas y abrazos, de un lado, versus sombras timoratas con cenizas turbias, instaladas al lado de un tiempo acabado, del otro. Me quedo (convencido y celebrante) con las pibas. Porque traen infinitamente más deseo, valentía y aguante que vos, pelafustán, que siempre fuiste un cagón de identidad dependiente, necesitada de confirmaciones externas: un quía a quien solo se le ocurre impostar fortalezas (ficticias) frente a la mirada firme y digna de lxs otrxs.