Latinoamérica, Proyecto Nacional y desconexión
Hace más de 500 años que la opresión sobre estas tierras
tiene nombre y estandarte imperial
Sus colores variaron pero respondieron al mismo esquema de
dominio para beneficiar intereses extranjeros, imponer voluntades foráneas e
impedir la libertad soberana de nuestros pueblos.
Fue España, Portugal, Gran Bretaña, Holanda.
Hoy lógica neocolonial es corporativa y tiene una sede
primigenia en Estados Unidos. Las trasnacionales necesitan para su
sobrevivencia, apropiarse de mercados, recursos naturales y mantener encendida
la llama del consumismo mercantil.
Eso implica controlar gobiernos e impedir que existan
mecanismos soberanos de resolución de conflictos.
La actual lógica imperial solo sobrevive si controla cada
vez más territorios. Y se debilita cuando los pierde, sobre todo por la
emergencia del nuevo polo industrial del sudeste asiático.
Los errores y horrores de Washington nunca fueron castigados
con invasiones: la utilización innecesaria de la bomba nuclear en Hiroshima y
Nagasaki n o fue castigada con prácticas injerencistas sobre su territorio.
No son las fallas de las políticas internas de Venezuela las
que están promoviendo la invasión.
Las corporaciones trasnacionales monopólicas (que articulan
dispositivos financieros e industriales articulados) necesitan someter a
gobiernos para imponer –al revés de los que se supone-- Estados fuertes. Dicha
fortaleza es imprescindible para generar modelos de flexibilidad financiera
(desregulaciones), endeudar, reducir jubilaciones y pensiones, precarizar el
trabajo, disponer austeridades y sembrar amplios y costosos esquemas
represivos.
América latina sufre una pandemia de introyección colonial:
una parte de sus dirigentes sueña con ser estadounidense al tiempo que aborrece
identificarse con nuestro subcontinente mestizo.
La capital de su cosmovisión es Miami. Y colaboran
permanentemente con las delegaciones diplomáticas de EEUU para favorecer
intereses ajenos a sus países.
Washington dispone de esos socios locales para inducir
políticas económicas, imponer lógicas mediáticas, cooptar organismos e
inteligencias, influir en sus fuerzas armadas e imponer sentidos comunes aptos
para el despliegue de sus intereses estratégicos.
Mientras tengan lugar de reproducción y operatividad dentro
de América Latina continuarán aprovechando la ventaja que les brinda contar con
esos socios internos, carentes de espíritu patriótico y de amor a sus
respectivos pueblos.
A esta altura, la solución estratégica –para América
Latina—pareciera ser la que sugirió Samir Amin, quien la denominó como “la
desconexión”.
Esa desconexión no significa el aislamiento sino por el contrario,
la multiplicación de redes internacionales, reduciendo los lazos con las
metrópolis imperiales.
Permanecer en contacto fluido con quien somete, modelo un
vínculo de inferioridad del que es imposible escapar.
Cuánta más interacción menos autonomía:
Mientras se le de continuidad a nexos contaminantes los
dispositivos de interconexión y dependencia se profundizarán.
A nivel doméstico la clave no sólo es construir un universo
simbólico desconectado de esa lógica (del cual no puede ser ajeno la educación institucionalizada
y los medios de comunicación) sino que hay que quebrar la línea de flotación de
los sectores que alimentan, priorizan y defienden ese vínculo de subalternización
con sus admiradas metrópolis trasnacionalizadas: eso supone reducir sus
negocios y cercar institucionalmente sus mecanismos de sobrevivencia
corporativo. Los dispositivos tributarios y las nacionalizaciones son dos de
los recursos a ser evaluados.
La voces de Manuel Belgrano, de José de San Martin, de
Manuel Dorrego, de Güemes, Artigas, Bolívar, Sandino, Farabundo y Martí
prologaron esta lucha en los últimos dos siglos.
No es hora de arrugar.