Escenarios de unidad y disputa de calle
Luego de tres años de agresividad
neoliberal hacia los sectores populares, en los que todas las variables
económicas y sociales se han visto vieron despedazadas, se impone la
convocatoria a “la unidad”, con el objeto de volver al sendero del Proyecto
Nacional. La unidad es uno de los conceptos que se encuentran en el centro el
debate político y su dilucidación genera rispideces y especulaciones diversas.
El problema central es que los diferentes sectores definen “unidad” de forma no
coincidente.
Mauricio Macri, sus socios
radiales (su radicalidad brilla –cada vez más-- por su ausencia) y los lilitos
que amenazan con dar el portazo pero siempre son funcionales a “la embajada”,
son conscientes que al única oportunidad de continuar con la desestructuración
de la sociedad argentina, debilitando a los sectores del trabajo, es mediante el
fraccionamiento del voto al interior del campo popular.
La existencia de varios peronismos,
o de varias listas dispuestas a desperdigar el voto nacional y popular ha sido
–y sigue siendo—la principal estrategia del modelo hegemónico para quebrar la
voluntad soberana que abreva en las democracias emergentes. Las mentiras
jurídicas, la despolitización, la permanente ficcionalización mediática y la
empecinada búsqueda por erosionar los
liderazgos opuestos a los fines neocoloniales, son las táctica básica empleada
para darle continuidad a su control gubernamental.
Frente a esa realidad, el campo
nacional y popular vislumbra dos alternativas de éxito: (a) la posibilidad de
que una de las fracciones logre concentrar la voluntad mayoritaria, desplazando
a las minoritarias, y (b) que se lleve a cabo un proceso de confluencia
simultaneo. El primero de esos esquemas tiene el riesgo de la irrupción de “apéndices
descarriados”, es decir, la posibilidad de que grupos funcionales al macrismo
(con la colaboración de los medios) logren financiar e inflar a los nuevos
Bossios funcionales al régimen. Pero estos “corredores de colectora” pueden
también –en la medida que la crisis se acelere—obtener una porción del
electorado proveniente de votantes macristas en 2015 y 2017. Su posicionamiento
es frágil y depende básicamente del resultado económico de los primeros cinco
meses del 2019.
La segunda opción –la que supone
un articulación totalizadora mediante PASO o un acuerdo múltiple dirigencial—
implica menos riesgos pero pospone algunos debate para aun futuro poselectoral.
Este esquema está más condicionado por las bases: en al medida que las luchas
callejeras y las movilizaciones se acrecienten en la primera parte del año, los
referentes de las distintas fracciones se verán obligados a sentarse a negociar
presionados por las demandas populares. Esta
última tiene el costo de asumir negociaciones con actores que claramente han
habilitado (con más o menos disimulo) el andamiaje macrista. Eso supone juntar
piezas que claramente no encastran adecuadamente y que prevén fuertes internas
luego de un posible triunfo popular. Pero ninguno de esos conflictos son asemejables
a la continuidad del actual modelo financiarista, aperturista y destructiva del
mercado interno y el salario. Más aún, Cristina fue presidenta mientras Urtubey
era gobernador y la recibía en su provincia con discursos halagatorios de “la
mejor presidencia de la historia argentina”.
Es verdad que ninguna de las dos
garantiza un aterrizaje sosegado abierto a la recuperación de los resortes
soberanos. Pero la primera es probablemente la más riesgosa dada la incidencia
de la oligarquía articulado al aparato tecnológico (incluido el despliegue de
instrumentos de ciberguerra) que Estados Unidos volcará para garantizarse la
continuidad del control hemisférico. El departamento de Estado, sabe, sin
embargo, que ningún arsenal podría
resquebrajar un estado de ánimo dispuesto a castigar el deterioro
socioeconómico iniciado en diciembre de 2015. En el lenguaje callejero:
billetera podría matar a propaganda mediática. Y Washington, al igual que en
2001 intentará sacar los pies del plato para no hundirse con sus títeres
locales.
En el centro de la operación
oligárquica se encentra el bombardeo ligado a emparentar a Cristina Fernández
de Kirchner con la corrupción, pese a que no han podido encontrar los tesoros
enterrados ni han logrado quebrar su espíritu de defensa de la soberanía
nacional. A medida que se sucedan los primeros capítulos de 2019 se irán
deteriorando las capacidades carcelarias del gobierno: la parafernalia judicial
empezará a dotar de somnolencia a los
expedientes, buscando algún lugar de sombra frente a al posibilidad de
un retorno del campo popular. Eso mismo sucederá también en el Senado, cuyos
alfiles se entregarán a la especulación más estricta de los gobernadores
provinciales que querrán ganar sus respectivas elecciones, incluso a costa de
tener que traicionar a sus aliados macristas. Esta es la preocupación fundamental del establishment ceocrático:
en la medida que se acerquen las elecciones y más se estabilice o crezca el voto
potencial a Cristina Fernández de Kirchner, más se coartan las posibilidades de
poder desaforarla. El primer trimestre de año será la última oportunidad que de
“Cambiemos” para golpear las puertas del despacho de Pichetto. Es probable que
a esa altura el legislador rionegrino nacido en Banfield no pueda atenderlos:
estará haciendo cuentas con los gobernadores acerca de cómo sobrevivir a la
tormenta que el kirchnerismo desplegará en cada uno de sus distritos.
Esta realidad que va de la
amenaza de encarcelamiento (propia y de sus hijxs) al encumbramiento
presidencial (casi sin solución de continuidad, en la típica odisea que
describe el lugar de la heroína clásica), es el que explica probablemente el
“silencio electoral” de CFK. No es su voz la que debe latir estos meses. Es la
de la calle, y la demanda social organizada, la que debe enmarcar el año
electoral, para lograr una unidad forjada por las demandas, que logre anular o
por lo menos postergar las iniciativas tramitadas por la especulación
político-corporativa.
Unidad estratégica con afluentes convergentes y monitoreo táctico parece ser la combinación de la hora. La construcción política exige siempre un ejercicio de timing, una capacidad para leer los signos del tiempo. Cabeza fría y corazón caliente. Así le decían en el barrio.