• 16 de abril de 2024, 7:30
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Añoranzas de Rosario

Por Martha Herring*

                                                                                                                                                               El lado positivo de la vida

(me agrada firmar como Martha Herring porque, como decían los griegos, puedo pensar que soy una, soy otra o soy muchas mujeres)


Hace un tiempo bastante largo, reconozco que abandonar mis raíces se ha convertido en un viaje ininterrumpido, viajar y viajar, tal vez huyendo de mí misma, hasta que comprendí que viajar es inútil porque la vida, el destino o como quiera definir mis vivencias es lo que hubo y hay; es decir que mi vida no tiene escape y es como un colibrí tratando de encontrar refugio en la tormenta.

 Siempre dialogo conmigo -mental, profundamente- cuando estoy en el lado positivo de la vida y -por lo íntimo de lo que pienso- me impongo intervalos de silencio, caso contrario me volvería loca -

Es terrible la pelea entre mi mente que habla, mi alma que es sorda y mi cuerpo que es mudo. A veces me gustaría saber a quién me dirijo cuando pienso. No sé si mi sombra en el espejo es la mía o solo es la sombra del espejo.

Veo en la sombra que su cabeza se abre y salen las notas de Vivaldi, y no es una orquesta, son pájaros que con sus alas dejan que la sombra escuche “Las cuatro estaciones”. Luego, todo es silencio. 

Escucho los silencios largos como la lluvia y, a veces, también siento esas ganas de llorar por todo lo que escucho, lo que leo, y los recuerdos que guardo en una esquina de mi mente. 

Recuerdos de la ‘otra Argentina’, la que dejé, y que son como un sauce caído sobre el río. Con todo y por todo no puedo decir que si pudiera retornar a 1970 ‘quemaría mis naves’ como lo hice entonces –

Medio siglo ha pasado. Ya no me despierto con la ofrenda mañanera de los canarios de mi padre y el canto de los gallos. Aquí solo resuena alguna carcajada de los pocos Kookaburras, que se aventuran, volando y riendo, sobre la ciudad.

Rosario, amada ciudad mía, te confieso que hoy y mañana seré siempre inquilina de otra ciudad, forastera, y sin aquel otro cielo demorándose en las nubes. Te añoro, peregrinando, todos los días me pregunto: ¿y el ayer? 

En esta isla enorme me duele el aire, el sol del amanecer, la luna y las estrellas que aquí despiertan cuando tú te duermes. La luz de mi Sur es plateada y aquí es incolora.

Sydney lo sabe, soy solo su inquilina. No es mi ciudad y no es mi dueña. Cuando amable es, casi bella, y cuando muestra su odio al otro, le respondo con metralla. Sydney ya entendió que hay otra ciudad que me busca, porque extraña mis pisadas. Me busca porque sabe que allí en sus calles, fue y fui todo lo primero. La ciudad de mi Sur me busca y sabe que la engaño, que me oculto en otras murallas y le hago creer, enviando postales, que hay otras ciudades que reclaman mi presencia.

Cuando me enojo, porque me enfada su lejanía, le reprocho que en otras ciudades reclaman no solo de mi presencia, también de mi santo y seña. La ofendo y le cuento que hay bellos lugares en el mundo, lugares que no son como ella que es... una ciudad pequeña y chata, recostada sobre un río color barro.

Cuando cruzo al lado positivo de la vida le cuento a Rosario, que es a la única ciudad que añoro con una tristeza que, a veces, me opaca el alma porque, con los años, entiendo que nada detiene la marcha del carrousel del tiempo y lo definitivo.

Alguna vez alguien dijo que la Argentina es un país de desesperados y una desesperación como país. Luego, cuando estoy en el lado positivo de la vida, pienso: qué desafiante y qué creativo es ser joven o ser viejo en tiempos del ‘cólera’ y seguir siendo humano y, al final, termino pensando que soy lo que soy porque nací en Rosario y en tiempos turbulentos, con guerras lejanas en Europa y nuestra revolución interna.

En estos meses de hospital y medicinas -algunas peores que un frasco de anestesia- mis hijos y una 'hermana' de la vida, que me ayuda, con la nueva tecnología graban lo que mi mente, libre de candados, divaga. Entiendo que lo hacen por temor, piensan que mis palabras son ‘parábolas’ y que salen de mi ‘otro yo’ que está a ‘punto de entregarse’ a Caronte para que me cruce a la otra orilla - 

Ella, mi amiga y hermana, hace unos días me visitó, en el hospital, y me dijo que no me traía flores, que le daba vergüenza cortarlas porque, al final, estaban tan hermosas en mi jardín. 

Creo -porque es mi voz grabada en su teléfono- que, más dormida que despierta, le respondí que los humanos tenemos vergüenza de la belleza de las flores, no nos damos cuenta que la diferencia entre ellas y nosotros, es que las flores se abrazan unas a otras en el jardín. La enredadera es la hermana de la rosa y el jazmín se tocan sin pudor, con sus formas diferentes, sensibles y profundas. Son ellas mismas sin miedo. Mientras tanto nosotros, los humanos -llorando o riendo- nos complicamos la vida diariamente, para comprender lo pasajero de nuestros sueños; nos esforzamos para vivir en armonía y paz, pero siempre en la soledad de nuestros pensamientos. Nos cuesta tocar al otro en hermandad; tenemos temor de abrazarlo fuertemente, de abrir nuestro corazón y -como a una flor abierta al sol- decirle, con toda nobleza y sinceridad que -rubios, morenos, ricos o pobres- no son mercancías, que somos iguales y así tú, ellos y todos podemos fundirnos en el abrazo solidario y al fin poder mirar, tocar y admirar a las flores sin tener vergüenza, porque se han convertido en el espejo de nuestra humanidad; en el encuentro del otro que soy yo.

Todo esto y mucho más aprendí de mi abuelo. Él reiteraba -cada vez que podía- que la excepción pone a prueba la regla y repetía que los argentinos teníamos que desechar las 'TRES D’ de nuestro vocabulario, es decir: El ‘Descontento, la ‘Desesperanza’ y el ‘Desaliento’. Aclaro que nunca pude deshacerme totalmente de las «TRES D» 

Debo confesar que -cuando estoy en el lado ‘positivo de la vida’- muchas veces no me sale muy bien no pensar en las «TRES D». De todas maneras insisto. Trato de hacer de todo fragmento feliz una realidad suficiente, de lo mínimo un universo y del universo algo mínimo, pero feliz. 

Me repito, para no llorar, que en la corriente de mis entrañas todavía están los sueños y la esperanza y mentalmente escribo en mi cerebro «no te des por vencida ni aun vencida»...Después acepto que es mucho y que en ‘algo’ me estoy mintiendo, pero lo pienso como si tuviera que pintar mi autorretrato para la posteridad.

De mi padre aprendí que todos éramos humanos y hermanos pero luego la 'religión nos separó'; la política nos dividió; la riqueza nos clasificó; la raza nos 'desconectó' y la justicia nos encarcela cuando, por deseseperación o hambre, tomamos objetos y comida que no nos pertenecen, mientras le permite a las 'damas y a los señores' de la oligarquía apoderarse de todo lo que es tuyo y mío... Es decir, del pueblo. 

Para qué negarlo, me siento forastera aquí y en cualquier otro sitio que no se llame Rosario. Durante los años de exilio, hasta que llegó la democracia y pude retornar, mi memoria e imaginación -más las cartas de amigos que hoy ya no están-  mantuvieron intacta las calles de mi ciudad.

Hoy, en mi presente -en el nuevo siglo- sigo siendo forastera. Solo en mi hogar, con el mate, el termo, abrigada con mi poncho salteño y rodeada del cariño de mi 'tribu' -de los que se han ido y de los que están- me siento incluida.

Recuerdos, memorias… ¿qué quieren de mí?. No tengo respuestas. Hace un largo tiempo que, noche tras noche, no rezo plegarias; ahora las destrozo. 

Siempre, cuando doy el salto al lado positivo de la vida recuerdo la poesía de Henley y recito su 'Invictus': «Desde la negra noche que me cubre / doy gracias a los dioses / sean cuales sean / por mi alma inconquistable / En las garras de las circunstancias no he parpadeado ni gritado / Mi cabeza está ensangrentada pero firme / Más allá de este lugar de ira y lágrimas / no se vislumbra más que el horror de la sombra / Soy el dueño de mi destino/ el capitán de mi alma».

* Periodista, Lic. en Ciencias Económicas, Traductora Nacional argentina radicada en Sydney

Foto tomada de Tripin Argentina.
Fuente: Liliana López Foresi

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