• 21 de noviembre de 2024, 6:40
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A los tibios...

Por Hernando Kleimans

Es cierto… nos agobia y nos hastía. Estamos hartos y agotados por tener que repetir una y otra vez, época tras época, figurante tras figurante, lo que pareciera ser una eminente, clara, precisa, incontrastable, apropiada, única, determinante, abarcativa, planificable, etcéteras, verdad...

Desde las Sagradas Escrituras hasta la actualidad, las vacilaciones en la conducta social o, mejor dicho, la falta de claridad y perspectiva en el trazado de esa conducta social, siempre han llevado al fracaso y a la derrota. Siempre. Por más nobles y patrióticas que hayan sido las intenciones de quienes tenían a su cargo la conducción social. Por más amplio y popular que haya sido su respaldo.

Lo peor, sin duda, es cuando esas incongruencias políticas son cubiertas por un estúpido manto de soberbia y grandilocuencia. Como si con posturas altaneras se pudiera evitar lo evidente que es la verdad. “El rey está desnudo”, dice el cuentito de Andersen cuando un niño pone al descubierto la falacia social devenida de ocultar la verdad.

El bofetón a mano abierta, como dice mi querido Oscar Martínez Zemborain, la “guantá” como la llamaba mi abuela andaluza y analfabeta, ha sido tan grosero como abrumador. Como todo bofetón. Despanzurró algarabías tempranas y sometió al rigor fáctico el inevitable descubrimiento de la verdad: en política las tibiezas rosadas son las primeras en pasar factura. No es nuevo. Ya lo dije en varias oportunidades. Inclusive cité el ejemplo de la desdichada república de Weimar, en la Alemania de la primera posguerra. Hitler sobrevino acaballado en el rechazo social que condenó un gobierno socialdemócrata cuasi corrupto, cuasi inepto, cuasi fuera de sus propias cuadernas. ¡Ganó las elecciones contra la socialdemocracia y el partido comunista!

En marzo de 1976 yo era jefe de redacción en la Agencia Nacional de Noticias TELAM. Con un pequeñísimo grupo advertimos a quienes correspondía acerca de las amenazantes observaciones y datos que, como periodistas, veíamos con absoluta claridad. Toda la evidencia marcaba la preparación del sangriento golpe de estado y la instauración de la dictadura cívico-militar. Yo llegué a despertar funcionarios de alto nivel que dormitaban placenteramente en el hotel Provincial de Mar del Plata mientras afuera sonaba ya la marcha de San Lorenzo…

Todas las respuestas fueron de un gran ignorancia, de un enorme desconocimiento de la realidad y, sobre todo, de una insoportable soberbia que desdeñaba toda posibilidad de una conducta social acertada. Como siempre, para nosotros, los que creemos en una Patria justa, libre y soberana, esa conducta social acertada se nutre en la movilización popular, en la permanente comunicación con las necesidades y requerimientos populares, en el acertado pronóstico de la temperatura y los humores populares.

Lo trágico, pero también lo recurrente es que aquella dura historia, aquel salvaje episodio de nuestra historia, corre una vez más el peligro de repetirse. Quizá con características y tonalidades más “civilizadas” pero con la misma brutalidad de clase. No es casual ni tampoco hay que buscar individuales culpables de sordera política. Es característica principal de una concepción ideológica pequeñoburguesa, cuando la dirección del movimiento revolucionario (y estamos hablando de revolución y no otra cosa y eso lo entienden a la perfección nuestros enemigos) es ejercida por quienes no se animan a descubrir, no saben o prefieren ignorar el carácter inexorable de la contradicción de clases que enfrentan los grandes sectores populares con las élites del poder financiero monopólico especulador.

Mientras no asumamos realmente esta realidad continuaremos inmersos en las oscilaciones políticas que van desde triunfos electorales cuando ya no queda más remedio, hasta las derrotas provocadas por la vacilación y soberbia de quienes ejercen el poder devenido en esos triunfos electorales.

Sé, cómo no saberlo si yo mismo lo experimento, que muchos de mis compañeros, camaradas, amigos, anuncian que desfallecen para abordar el análisis post-descalabro. Lo entiendo, forma parte de la derrota. Una derrota a la que se llegó combatiendo mal, sin tener una estrategia definida y, en consecuencia, sin poder ejercer una línea táctica apropiada para vencer. Pues el objetivo de todo combate es lograr la victoria y no aguantar para no ser derrotado. ¡Eso es ridículo! ¡Entonces no presentes batalla!

El gobierno nacional y popular surgido tras combates tan farragosos y difíciles como los librados contra la dictadura militar, cumple con el ejercicio de su encomienda mediatizado, incompleto, fracturado y subordinado a la acción de esas elites del poder concentrado. Gobierna por reacción y no por acción. Aunque la gestión contra la pandemia sea ejemplar, no sirve para fijar un patrón general de conducción reconocido por el pueblo. Los grandes sectores populares no diferencian entre “vida y economía”. Para ellos, siempre ha sido una misma cosa: la supervivencia.

En ese enfoque, la derrota de 2015 no fue una paradoja de la historia, sino una consecuencia de no haber destituido por completo el poder de esas elites. No se perdió por las “cadenas nacionales”. Se perdió porque las finanzas siguieron en manos de la gran banca internacional. Se perdió porque los grandes grupos exportadores siguieron llevándose las ganancias. Se perdió porque la comunicación y la formación de la opinión pública siguió en manos de los grandes grupos multimediáticos, intrínsecamente aliados con la banca internacional y con los complejos agroexportadores. Se perdió porque también la justicia permaneció en esas manos.

Todos los hermosos planes y programas que nuestro gobierno nacional y popular generó y llevó a cabo durante aquella década fueron destruidos y sepultados en un abrir y cerrar de ojos y sin que nadie levantara un dedo. Era el primer objetivo de la nueva dictadura neoliberal establecida en 2015 y, ellos sí lo hacen, fue cumplido rigurosamente y en fecha.

Ahora se perdió por idénticas razones. De nada vale volver a presentar programas asistencialistas o reforzar la atención social. De nada vale reconstruir hospitales o terminar viviendas abandonadas. Seré más cruel, de nada vale la tremenda y efectivísima campaña de vacunación. De nada vale nada de eso si no se tocan los resortes fundamentales o, lo que es peor si se los toca y luego timoratamente se retrocede.

¿Qué, hay que recordar la ley de medios, las tarifas de internet, Vicentín, la Hidrovía, y otros desatinos por el estilo? Pero ellos se inscriben en el marco de insuficiencia política que impide confirmar una línea internacional independiente, una firme negociación de la deuda externa (ni entro en la polémica FMI sí o FMI no), la consolidación de un movimiento político que se base en la consagración de una Nueva Constitución, la fijación de normas de convivencia económica que impidan la desaforada conducta de los grandes grupos, etc., etc., etc. Nada nuevo, el léxico clásico recuerda aquello de “una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”.

¿Cómo se supone que pueda cumplirse con esas consignas si no es con una conducción fuerte e institucional, que ejerza en plenitud sus poderes y exhiba una capacidad de represión que imponga el cumplimiento de la ley? ¿Cómo debe ser su instrumentación cuando se suplanta el protagonismo político de los movimientos y partidos populares por la lucha palaciega o los “entendimientos” bajo cuerda? ¿Cuál es el criterio de transparencia y reconstrucción del poder popular que permita imponer la cárcel para los que se cansaron de robar, delinquir, defraudar y malversar todo lo que tocaron y siguen impunes?

Nada es fácil en esta lucha. Todo es posible, sin embargo. Para ello, el único criterio es desplegar la política militante, la amplia participación popular, palpar y resolver los grandes reclamos y las justas reivindicaciones. Sin asistencialismos. Con programas de gobierno. El “Grupo Fénix”, creo que totalmente desaprovechado, convoca en una última declaración a “consolidar el liderazgo estatal, un requisito central para avanzar en un proyecto que ordene intereses y prioridades, en articulación con los sectores y los actores sociales necesarios para concretarlo”.

Esto, dice, permitirá “sentar las bases para un futuro en el que la Argentina deje de recaer en crisis que nos sumergen en coyunturas tan adversas como las que actualmente intentamos superar. Se trata, por lo tanto, de construir un proyecto sostenible de país dinámico e inclusivo; tarea que consideramos tan esencial como pendiente”.

Cualquiera que interprete este llamamiento al “liderazgo estatal” comprenderá que se trata de fijar posiciones irreductibles, estratégicas, de largo alcance. El liderazgo del Estado significa algo más que alguna reunión pública, semipública o no. Algo más que la publicación de un artículo. No puede escudarse en “el poco tiempo normal transcurrido”, ni en “la herencia recibida”. No puede perder tiempo en discusiones de café. Ni en excusas o reconocimientos. El liderazgo estatal no se cuestiona. Se ejerce. Y, parafraseando el refrán, “al que no le caiga el sayo que no se lo ponga”.

Como dije al principio, las vacilaciones y la soberbia en la conducta social conducen a derrotas y fracasos. Quien asuma esa conducción debe asumir esto.

"Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! … Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca" (Apocalipsis 3:15-17 - 15). A la inversa del latinazgo, “Vox Dei, Vox Populi”.

Ilustración: El Quinto Poder

Fuente: El País Digital

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