Nuestro país lleva más de un bicentenario de autoengaño y esquizoidía. A saber: ¡ganaron los Unitarios! Más de doscientos años de justificativos del tipo “somos un país joven” es demasiado. En todo caso somos una democracia joven, cosa que tampoco justifica algunas características sociales. Una de ellas es el “como si”.
Actuamos como si fuéramos solidarios durante las inundaciones, por ejemplo. Faltan obras, es cierto. También que hay alguna obra publica que se realizó y realiza en este sentido. Pero, al mismo tiempo, sobra el ecocidio de la deforestación para que los amigos del poder –también del anterior- se aseguren rentabilidad sojera. Y la Gaia se defiende, claro. Hasta ahora, sólo el amaranto pudo con el glifosato. El resto (cada vez más litros de veneno por hectárea) se hizo adicto y estéril. Eso sí, nos resulta gracioso un Ministro de Ambiente inútil y como si fuéramos concientes del desastre, “regalando ropita a la pobrecita hija del chofer” pagamos la cuota al cielo –por si lo hay- y dormimos como almas bellas.
En este imaginario de nuestra historia su relato habla de nosotros como si fuéramos pacíficos (yo diría cobardes o arrebañados, pero probablemente sea un exceso).
La historia argentina exhibe un discurso pacifista de brazos abiertos para todxs, con inclusión y una bonhomía conmovedora para cualquiera que sólo la escuchara narrar por un panel en “tiempos televisivos”. Las interrogantes llegan al estudiarla. Pocas historias en Latinoamérica –la Patria Grande- son tan violentas y sanguinarias ; disociación tan marcada entre discurso y hechos, cuanto entre pueblo y dirigencia.
Pero somos creativos. Es lo que nos ha salvado no pocas veces -aunque espasmódicamente-; creamos un acto heroico y lo manifestamos con valentía. Así fue en aquella oportunidad histórica, dolorosamente perdida, de Semana Santa de 1987, en la que la sociedad salió a las calles a redimirse de la culpa de tener democracia gracias a la muerte de jóvenes en Malvinas. Así fue en el sustancialmente distinto 2001 –discusiones de corralito o estado de sitio al margen- pero con cambios sociales y articulaciones que fueron objeto de estudio de varias Universidades del mundo.
Podríamos seguir con los ejemplos del pasado para comprender que el odio de clase lleva más de doscientos años. Que la clase patricia, a esta altura con acumulación de hechos que –con honrosas excepciones- deja en su prosapia sólo la papa en la boca, porque sus deseantes imitadores –a los que la sabiduría popular llama “piojos resucitados”- no le han destacado más marca que una dicción afectada.
Nadie ama lo que no conoce. Nuestra propia clase dirigente no tiene la menor idea de las diferencias culturales del NEA, el NOA, el misterio filológico del guaraní o la falta de presencia de sujeto cultural protagónico en la Patagonia. Eso es ingobernabilidad.
Seguimos esperando que llegue “el nombre del Padre” (dejemos para otro momento la confusión Inca con Viracocha), padre que dicta una ley del terror, que se obedece pero no se entiende. Un DNU, bah!, así se capta rápido. Sociedad de salita de cuatro que anda buscando un padre hasta en los Senadores. ¿Y la madre? Ah, la Madre (Patria) es España- y parió a nuestros primos, que violaron a las damas que ya habitaban este suelo. Digamos que nuestro nacimiento no es como para enorgullecerse; con el padre tenemos dudas y la madre nos rechaza.
Ya dejemos a Lacan y fundemos de nuevo. Concreta y simbólicamente. Dejemos de humillarnos preguntando a cualquier genio o imbécil “cómo nos ve”, y veámonos descarnadamente. Permitir el saqueo, el racismo, el odio de clase macerado, la entrega de todo lo bueno para que nos acepten en el mundo (como si estuviéramos en Mercurio), nos deja siempre en el sitio infantil de la demanda.
No idealizo ninguna sociedad. Todas son constructos culturales. Frases al uso del tipo de “los pueblos nunca se equivocan” me parecen demagógicas y, por tanto, poco elegantes por decirlo eufemísticamente. Nuestro pueblo se ha equivocado demasiadas veces. Creo que, como dije al principio, partimos de una premisa falsa. No somos un país Federal. Ganaron los Unitarios. Ganó la clase felpudo, que hoy comprende la “tristeza” de los reyes y se atreve a pedir disculpas en nuestro nombre. Durán Barba entiende perfectamente esto y nos adoba para un nuevo festín neoliberal.
Quizás demos a luz otra gesta, otra performance heroica, otro espasmo; sobre todo porque el momento es inefable, ya no existen las palabras; se vaciaron de sentido o no nacieron. Y ya se sabe que cuando no queda nada que decir, se pasa a la acción. Que sea como adultos. Con Patria y Matria, porque nacimos y vivimos en un gran malentendido .