• March 18, 2024 at 11:34 PM
Inicio | Opinión

Arritmia y saudade

Por Constanza Michelson*

Si digo que la angustia es un punto de inflexión, es porque es el momento en que la ansiedad del hacer ya no salva más, y aparece la tentación de refugiarse en la nostalgia, pero es también el momento en que algo del cuerpo puede convertirse en pregunta. ¿Es la distancia (social) un asunto de metros?, ¿era la casa un hogar?, ¿era tan precario tu amor como tu trabajo?...

Por ejemplo: te despiertas en la mitad de la noche (siempre se está en la mitad de la noche, aunque no sepas qué hora es), tienes taquicardia; no sabes si el corazón te va a explotar o es una crisis de pánico; logras dormir un poco, y cada vez que despiertas de un salto no te decides si entonces es peor enloquecer o morir. Consultas para salir de la duda. Te explican: si fuera un asunto del corazón tendrías fatiga, y tienes todo lo contrario, andas como un trompo. Algunas noches despiertas con el mismo mal, un desarreglo del ritmo del cuerpo, ya le llamas angustia (porque así lo nombró el experto, aunque no tengas una idea sobre eso), y piensas: la angustia es un animal bravo. Le cuentas a alguien por teléfono y te pregunta si despertaste a quien duerme a tu lado cuando tenías miedo. Dices que no. No quieres molestar, le cuentas que lo resolviste, no sabes por qué, pero se te ocurrió que un guatero y un calmante podrían servir. 

Un guatero y un calmante. ¿No se parece eso al amor? No es tu culpa si ya no sabes sobre ese asunto, si el amor se da, se pide o se hace. Ya no se habla de amor, salvo para evitarlo, torcerlo, hacerlo signo de modernidad. Un símbolo triste. Repetimos: morimos solos. Pero venimos de un enlace, venimos de alguien (nos amara o no), no podemos deshacernos de la idea de un abrazo que está en las tripas, previo a cualquier discurso. A veces toma el disfraz del amor romántico, pero se trata de algo más antiguo, es la necesidad de otro cuerpo para bajar la frecuencia cardíaca, tomar un ritmo, y dormir. Poder dormir requiere del amor y sus metáforas.
***
En todo este desastre a quién podría importarle tu insomnio y tu angustia; salvo que la ruta, que se parece a la del duelo -parte en la negación, con su brazo armado de ansiedad, y que deriva en la angustia y la nostalgia-, no sea solo cosa tuya. 

Hay ánimos colectivos, hay que leer sus signos para descifrarlos.

Negación: meses de aviso de pandemia y no tener plan. Planear como país rico en uno altamente segregado. Nueva normalidad. Helicópteros. Fiestas clandestinas. Castillo de naipes. Los fallecidos eran adultos mayores. El fallecido tenía una enfermedad de base. No sabemos cuántos fallecidos hay. No sabíamos que había tanta pobreza y hacinamiento.

Ansiedad: aprovechar la cuarentena. Comprar mucho papel higiénico. Recomienda tus series. Educación en línea (en inglés homeschooling). Chat de apoderados: cuál es el código de la reunión de zoom, para cuándo es el trabajo, están mandando mucha tarea, están mandando poca tarea, lamento tu pérdida, a qué hora es la reunión. Teletrabajo. Masa Madre. Reinvéntate. Termina el libro que nunca pudiste. Come sano. Toma vitaminas. Compra Cloriquina. La Cloriquina fue prohibida. Puede que la Cloriquina sirva de algo. Mantente activo. Otros países más avezados: tengan sexo en línea. Todo es posible salvo la angustia.

Síntomas: aumentan las denuncias de violencia intrafamiliar. Según google trends se dispara la búsqueda de las palabras “insomnio” y “no puedo dormir” (no se puede dormir sin amanecer). Suicidios, no sabemos. Demanda de atención psicológica en alza. Alcohol. Mucho alcohol y Rize. 

Punto de inflexión: angustia con nostalgia.

La angustia es como estar en aguas abiertas y no hemos encontrado la cadencia justa para nadar (se lo escuchaste a la poeta Nadia Prado). La angustia es un llamado a ponerle dique al torrente, un contorno simbólico al pánico. Su relación a la nostalgia es buscar refugio mentalmente en la infancia. Por supuesto que no en la tuya, la infancia es un sueño del paraíso perdido, una ensoñación del abrazo materno, un guatero y un calmante. Todo movimiento hacia adelante es paradójicamente la búsqueda del encuentro con el hogar perdido (por eso todo nuevo amor lleva la sombra de lo antiguo). La infancia es el nombre de un estado idealizado, previo a la consciencia de lo transitorio y la muerte. De algún modo siempre tenemos cinco años, la edad melancólica: donde rompemos nuestra continuidad con el mundo y adquirimos la conciencia de que se muere solo. 

“Comprar mucho papel higiénico. Recomienda tus series. Educación en línea (en inglés homeschooling). Chat de apoderados: cuál es el código de la reunión de zoom, para cuándo es el trabajo, están mandando mucha tarea, están mandando poca tarea, lamento tu pérdida, a qué hora es la reunión. Teletrabajo. Masa Madre. Reinvéntate“.

Según Kant los soldados en la guerra, además de tener insomnio, evocaban imágenes de la infancia. Según Spotify se dispararon las canciones antiguas en los meses de pandemia. En las situaciones sin perspectiva y de impotencia, el pasado que nunca existió es una tentación. Ejemplo 1: Make fascismo great again. Ejemplo 2: Pegarte a un amor que no lo es. Buscar el abrazo donde no te lo quieren dar. Ejemplo 3: Asustarte con la arritmia de tu corazón perdido y buscar la nada, mientras la psicohigiene que no tolera la angustia te dice borderline, pero entre la pena y la nada, ¿qué prefieres?

La palabra más eficaz para nombrar la verdad de la melancolía es saudade: nostalgia feliz de algo que sabes no volverá (aunque la palabra pertenezca a su lengua, igual los brasileros está vez creyeron en el pasado reaccionario de Bolsonaro). Porque el pasado nunca fue mejor, tampoco el futuro. Si la angustia es impotencia, la ansiedad un apuro hacia adelante y la nostalgia el refugio de un retorno, la política de salud mental -o de cualquier cosa- debería ser la potencia de existir aquí y ahora. Una política que tome del pasado la memoria, del futuro el deseo, para inventar el instante presente. Así, darle contorno a las aguas abiertas para no aterrarse, patalear y hundirse, o buscar cualquier salvavidas que puede terminar en otra pesadilla. Eso es muy claro en el amor y en la política; como te dijo una vez un amigo: no te agarres del primer cochayuyo que encuentres en el mar. A veces hay que quedarse quieto para poder flotar (eso podría ser el pensamiento crítico) y tomar un ritmo de vuelta.

Si digo que la angustia es un punto de inflexión, es porque es el momento en que la ansiedad del hacer ya no salva más, y aparece la tentación de refugiarse en la nostalgia, pero es también el momento en qué algo del cuerpo puede convertirse en pregunta. Por ejemplo: ¿es la distancia (social) un asunto de metros?, ¿era la casa un hogar? ¿Era cierto que no veías a tus hijos porque tenías que trabajar, o es porque no sabes cómo estar con ellos? ¿Era tan precario tu amor como tu trabajo? ¿eso que sigues haciendo para comprar algo, o tener vacaciones, sigue teniendo sentido, si tampoco sabes si seguirás teniendo trabajo o existirán las vacaciones? ¿Qué es una vida vivible? Según Freud la salud es poder amar y trabajar, mientras que la enfermedad viene cuando no se puede amar o se trabaja de modo alienante. ¿Cuál podría ser el sentido de esa definición hoy?
***
¿Qué te pasa? Intentaré ser concisa.  

El problema es la educación que recibiste de las cosas. Las cosas hacen a las personas, quizás más que los discursos (por eso el cuerpo desobedece a las ideas). Las cosas ligan, separan, producen mundos y modos de existencia. El asunto es que en las cosas de tu tiempo ya no hay mano humana, son objetos rápidos y desechables, objetos que no se aman, sino que se usan y se dejan. Esa relación al mundo lleva la paradoja de tener, por un lado, la omnipotencia porque puedes tener muchas cosas, pero por otro, la impotencia de que no estás en ellas. Tu mundo es como un juguete de plástico chino: barato pero caro al final. El corazón del mundo (y el tuyo) padecía de arritmia hace un rato, es que triunfó un horrible lenguaje métrico –cifras, datos, clasificaciones– cuando lo que se necesita para vivir es tener un ritmo. 

*Psicoanalista y escritora. Su último libro es “Hasta que valga la pena vivir”.

Fuente: The Clinic

Opinión