• 27 de abril de 2024, 9:11
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Lo grotesco y lo sublime

Por Diego Sztulwark

En su libro El pequeño Bonaparte Víctor Hugo consigna un hecho histórico: que un hombre tan insignificante gobernase Francia humillaba y llenaba de estupor a la inteligencia de toda Europa. Dentro mismo del país los jefes de la derecha lo llamaban "idiota" antes de que asumiera el gobierno. Hugo describe al presidente de la república en cuatro palabras: "vulgar, pueril, teatral y vano". Y cuenta que andaba vestido con uniforme de General sin serlo, por pura evocación de su tío emperador.

El escritor, que fue testigo la asunción presidencial de Carlos Luis, a fines de 1848, y cronista luego del golpe de Estado que dio el presidente desde el poder a fines de 1851, describe pormenorizadamente la degradación francesa de aquellos largos años de reinado napoleónico. “El sobrino del tío” -como lo inmortalizó Marx- había obtenido con el golpe del 51 su “18 Brumario” (fecha en la que el tío conquistador había fundado su propio golpe y anunciado su propio imperio). ¿Qué agrega Hugo sobe la condición subjetiva del pequeño Napoleón?: que "su cerebro se hallaba perturbado y tenía lagunas". No es que fuera un delirante completo, sino más bien alguien cuyo hilo de razonamiento sufría de una distorsión. Era como un libro al que se le hubiesen arrancado algunas páginas, durante pasajes enteros conservaba cierta apariencia de coherencia, pero que de pronto pegaba saltos insólitos, omisiones irreparables.

Carlos Luis fue un hombre de una idea fija, sin caer por eso en el idiotismo. De él dice Hugo: "Sabe lo que quiere y lo consigue. ¿Cómo? Hollando". ¿Qué quiere decir "hollar"? Pisotear. Y bien, Carlos Luis Napoleón Bonaparte resultó temiblemente eficaz "hollando la justicia, la ley, la razón, la honestidad, la humanidad, hollándolo todo: pero él llega al cabo de sus propósitos". Pasaba por "loco" y/o "idiota" sin serlo. Si producía ese efecto era sólo a que este conspirador nato era un hombre de otra época implantado en aquella. Y por tanto ignoraba que sus hábitos, que en otros tiempos hubieran pasado por normales, resultaban sencillamente repugnantes para su contemporáneos.

Respecto de su gobierno, Hugo lo llama criminal, efecto de una usurpación del Estado por parte de personas que "no creen en nada y lo explotan todo" ypropio de un "hijo de Maquiavelo". Luis Napoleón llegó a donde llegó, dice Hugo, apoyado en el voto de tres tipos de franceses: "el funcionario, el imbécil y el volteriano-propietario-industrial-religioso". Marx, cómo se sabe, destacó el libro de Hugo como una "amarga y sarcástica invectiva contra el autor responsable del golpe de Estado". En el prólogo que redactó para la segunda edición de su “18 brumario de Luis Bonaparte” también lo critica por presentar las cosas como si se tratase de un acontecimiento unipersonal (como de pronto "un rayo que cayese de un cielo sereno").

Al explicar el golpe por los rasgos de una sola persona, Hugo no haría sino engrandecer lo pequeño. En su propio estudio sobre el golpe del 51 (Marx recibe un encargo en enero del 52 y trabaja sobre el texto hasta el mes de febrero) ofrece una perspectiva diferente a la del escritor francés: "yo, por el contrario demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe". Para entender cómo un hombre tan pequeño pudo ser aupado de modo semejante hacia lo alto por la historia hizo falta pues un esfuerzo reflexivo extraordinario. Sólo la confianza en la revolución (hablamos nada menos que de Francia!)  explica que Marx haya sido capaz de fijarse semejante propósito.

Debemos quizás a lo grotesco la más fina de las compresiones sobre la teatralidad y sus sutiles relaciones con las fuerzas productivas que la condicionan el escenario visible esconde tanto como torna comprensible la dinámica histórica decisiva del conflicto social.

Fuente: Liliana López Foresi

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