• 27 de abril de 2024, 3:58
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Aproximación a la Crisis de la narración, de Byung-Chul Han

Por Esteban Ierardo*

 En el rumor actual del mundo, el arte de la narración se desvanece entre las cascadas informativas que reclaman el consumo de más y más información. Hoy impera la moda del storytelling, historias breves para ser consumidas rápidamente, usadas principalmente para captar la atención en beneficio del marketing y de la publicidad. Una forma de narrar en la que naufraga la genuina riqueza de la narración, que propone historias desde maneras más lentas, delicadas y sugerentes.

En este mirador crítico se instala un nuevo libro de Byung-Chul Han, La crisis de la narración, de editorial Herder, con traducción de Alberto Ciria. El conocido pensador germano-coreano se abalanza con precisión crítica sobre distintas escamas de la cultura tecno-digital contemporánea.

En esta nuevo acto de reflexión cuestionadora, Han asegura que los storytelling enfatizan que “las narraciones han perdido su fuerza, su gravitación, su misterio y magia”. El storytelling mercantiliza el acto narrativo, lo aprisiona en la brevedad de “narraciones listas para consumir”. Por eso vivimos en “una era posnarrativa”.

El periclitado arte de la narración nos priva de la experiencia de “estar el mundo como estar en casa”. Distintas narrativas pretenden proponer sentido e identidad, como las de los nacionalismos, las extremas derechas, o las fabulaciones conspiranoicas; estrategias narrativas fallidas incapaces de generar cohesión y comunidad.

Entonces, la comunidad perdida es reemplazada por la community (solo como «comunidad de intereses»); la narración, por su parte, es sustituida por el storytelling que vacía a la narración de su fuerza ancestral cuyo propósito no era vender, sino despertar la imaginación y avivar los sentidos, cuando la magia narrativa era oral, y era dicha cerca del trepidante hechizo de una fogata.

Vértigo incesante

La narración también se contrapone a la compulsión informativa: al remolino constante de informaciones, noticias, datos, que se renueva en vértigo incesante. El tiempo actual suda fiebre informativa, que satura los instantes con la exigencia de la última novedad. Toda esa ansiosa dinámica es lo contrario de la narración que “…genera un continuo temporal, es decir, una historia”. La ininterrumpida proliferación informativa causa desorientación y confusión; el espesor del aturdimiento en el que lo más importante puede pasar a un segundo plano.

Han menciona entonces a Hippolyte de Villemessant, fundador del diario francés Le Figaro, que capta la esencia del empobrecimiento informativo: “A mis lectores les importa más si arde una techumbre en el Barrio Latino que si estalla una revolución en Madrid”. La exposición del lector de periódicos en papel, o ahora en pantalla electrónica, a la sobreabundancia informativa, impide que su mirada se extienda y repose en una lejanía; lo lejano como la hondura de lo que no vive solo en lo cercano e inmediato.

Frente a esto, la demanda de la información es la pasión del reportero, la del cazador de las novedades y primicias. Lo contrario es el narrador. Y el autor acude con recurrencia a Walter Benjamin, el pensador alemán, el crítico cultural, el ensayista cercano a la Escuela de Frankfurt. Acude a él, en este caso, para sondear una diferencia sustantiva con el reporte frenético de la actualidad.


“El arte de narrar consiste, en buena medida, en trasmitir una historia sin cargarla de explicaciones”, observa Benjamin. Lo explicativo es aquí el elemento informativo; lo desligado del mero informar devuelve la tensión narrativa, que vierte en las cosas una recuperada lejanía, con sus resonancias, encantos, misterios; la vida que vuelve a fluir con enriquecedoras sugerencias.

En el tiempo de lo narrativo perdido languidece la apreciación de los costados más poéticos, hondos y existenciales de la vida. En El narrador de Benjamín se asume que ya vivimos entre el relampagueo continuo de la información, por eso “apenas nada de lo que sucede propicia ya la narración, casi todo favorece a la información”.

La religión, por su parte, es una forma de narrar que “salva de la contingencia”; pero hoy el calendario de festividades cristianas, como el de las fiestas patrias, deviene “una agenda vaciada de sentido”. Todo se convierte entonces en espectáculo.

En “el bosque digital de páginas que es internet ya no quedan nidos de aves de ensueño. Los cazadores de información las han ahuyentado”, agrega Han. En el tiempo del tsunami informativo, y de su hiperestimulación sensorial, ya no hay lugar para el reposo espiritual, para la contemplación, para el ver en la lentitud que reflexiona y la mirada tatuada de asombro. Brota así un desencanto del mundo, y el dilema ya no es “vivir o narrar”, sino “vivir o postear”.

La vida desnuda en su intensidad se pierde, ante la maraña informativa que escapa de lo más introspectivo o contemplativo. Este no es el caso, recuerda Han, de Antoine Roquentin, el protagonista de la novela La náusea (1938), de Jean-Paul Sartre, a quien el mundo se le aparece desnudo, con toda su carga de ser, en toda su facticidad.

Y es en la narración en la que fluye el puro darse del mundo cuando se percibe en su articulación rítmica, cuando “las cosas y los acontecimientos ya no están aislados, sino que son partes de una narración”, como lo que Han encuentra también en el Ensayo sobre el jukebox (1990), de Peter Handke.

Y Han recuerda que Benjamin se pregunta entonces si toda enfermedad no sería curable si nos dejáramos llevar “por la corriente de la narración bastante lejos…”. Una coincidencia con el también poder curativo por las palabras de los antiguos medicine man, los chamanes, cuando estos buscaban curar a sus pacientes al narrarles la creación del mundo que es, a su vez, un acto de recreación de la vida.

En el conflicto entre información y narración entonces, no se dirime solo dos maneras de ordenar las palabras, sino también dos formas de experiencia. El storytelling y su efecto inmediato es afín al torbellino informativo, en el que todo es devorado por la urgente angustia del presente. Y por el arte de narrar, por su lado, nos sumergimos en la inmensidad de la existencia.

(*) Esteban Ierardo, ¿Es la narración un arte del pasado?, publicado anteriormente en Diario Clarín, el 23-11-2023.

Foto: Julien Mignot/Contour by Getty Images

Fuente: Temakel 2

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