Habitualmente una fórmula es una combinación de elementos con la intención de conseguir un resultado. Se mezclan A y B con la intención de conseguir el efecto F, por ejemplo. Una fórmula médica, o química sería el caso. Un equipo de fútbol cree tener la fórmula para derrotar a uno más poderoso combinando los jugadores que tiene con estrategias de juego.
Una cosa diferente es formular. Una pregunta, por caso. Pero también puede formularse una denuncia, la cual debe (debería) ser precisa, clara. Pero también se aplica a una receta, en cuyo caso se asemeja a lo anterior.
Ya hace tiempo se ha hablado de los cuerpos sociales con categorías semejantes a la de los cuerpos físicos. Se ha hablado de la esclerosis de tal colectivo, o del alzhéimer social de tal otro. Quizás también podamos pensar en una suerte de hipocondría en la cual creemos, o nos han hecho creer, que padecemos infinidad de males. Para eso se vuelve necesario formular un diagnóstico correcto (cosa que la hipocondría no admitiría) y conseguir la fórmula adecuada para la curación o el alivio. El o la hipocondríaca/o suele tener – dicen – la facilidad de creer que padece o puede padecer decenas de enfermedades, aunque esté lejos de todo eso.
Hemos visto decenas de películas en las que laboratorios fabrican un supuesto remedio que en realidad no cura (o, peor aún, enferma). Para eso recurren a prestigiosos profesionales médicos que alaban públicamente las virtudes del remedio “X”, dan conferencias sobre eso mostrando los efectos casi mágicos de su receta… de su fórmula. Obviamente el laboratorio se llena de dinero, los médicos propagandísticos también, aunque los pacientes padezcan, no se curen, o incluso mueran. Son daños colaterales.
Es el momento de resumir: parece fácil, con buenos propagandistas inundar las mentes (o hipocondiaquizarlas, valga el neologismo) mostrando los males que se padece y la solución casi mágica de cambiar de receta. La nueva fórmula tiene las soluciones necesarias para sanar el cuerpo social. También es relativamente sencillo “explicar” que el agravamiento constante y sistemático del cuerpo social se debe, en realidad, a que la enfermedad arrastra un pasado negativo, casi una herencia genética. Mientras tanto, el cuerpo se agrava, como causa y efecto, porque el laboratorio se llena de dinero, los médicos también y el remedio ni siquiera es un placebo. Sin duda alguna lo sensato sería hacer un buen diagnóstico. Puede haber verrugas, manchas en la piel, o alguna otra cosa, pero lo que cuenta es el cuerpo social entero. Si el cuerpo se enferma más y más, es evidente que la fórmula no es la correcta; el diagnóstico no lo es. La solución no parece ser mirar los laboratorios o los médicos, en este caso, sino los enfermos. El cuerpo social que se deteriora por la aplicación de una fórmula perversa que recetó soluciones que no lo eran. “Curar esa enfermedad es la cosa más fácil”, “si aplicas esta receta lloverán las soluciones”. “Si tienes esa dolencia es indicio de que la fórmula anterior era perversa. Deberías desecharla”. Y cambiando de fórmula nos encontramos que la enfermedad, que era pequeña, se transformó en grave, mientras los laboratorios y sus propagandistas festejan bailando en balcones amarillos.
Sin duda hay hoy una enfermedad social. El empobrecimiento sistemático, la desocupación, la tristeza, son síntomas de ello. Y sin duda alguna la clave está en formularse la pregunta correcta y encontrar la fórmula adecuada. De la fórmula se trata.
* Teólogo. Sec. del Grupo de Curas OPP
Imagen tomada de https://www.youtube.com/watch?