• 21 de noviembre de 2024, 6:59
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La amnesia de un país vencido

Por Ilka Oliva Corado*


Para no ir tan lejos, ahí está el país vencido, que con todo lo que pasó en tiempos de dictadura era para que a estas alturas en lugar de neoliberalismo y desmemoria, la sociedad hubiera reconstruido su tejido social, encarcelado a los que cometieron crímenes de lesa humanidad desde el gobierno y haber levantado la infraestructura. 

Pero, por el contrario, está en los puros huesos. La misma sociedad carroñera se ha dedicado a negar el genocidio, a menospreciar a los familiares de las víctimas del Conflicto Armado Interno, y a dedicarse a ver desde la pereza y la apatía cómo desmantelan el Estado y desaparecen todos los recursos, los que desde entonces se apropiaron de las urnas, de las voluntades y de la misma desidia colectiva. Porque no hay nada mejor para una clica criminal que una sociedad chambona. 

Los testimonios de sobrevivientes del Conflicto Armado Interno son innumerables. Dianna Ortiz, fue una sobreviviente de las torturas del gobierno de Guatemala en los tiempos de dictadura. Una monja estadounidense que fue secuestrada por paramilitares y llevada a un centro de tortura, donde la violentaron durante 24 horas. Se contaron 110 quemaduras de cigarro en su cuerpo. Lo demás que vivió ahí no se puede escribir, es imposible repetirlo, imaginarlo siquiera. Y esta mujer luchó toda su vida denunciando, relatando el horror que vivió y que vivieron los pueblos originarios. Y así como ella están las denuncias de las mujeres ixiles que testificaron en el juicio por genocidio contra Ríos Montt, pero la sociedad las dejó solas, las señaló, las juzgó, las revictimizó. Con esto demostrando la peor de las ingratitudes porque ellas vivieron estos abusos siendo niñas. 

Están los cientos de imágenes que fueron captadas por periodistas donde se muestran los cuerpos torturados de miles de personas, aún así la sociedad sigue negando el genocidio. Se atreven a acusar con descaro que la propia gente se buscó ese tipo de violencia. Que quién los mandó a meterse a camisas de once varas. Entre los asesinados hay mestizos e indígenas, pero la dictadura se ensañó contra los pueblos originarios, querían desaparecerlos, la típica Guatemala que se ha creído siempre europea y caucásica, aunque el reflejo en el espejo le diga lo contrario. Por eso quemaron sus casas, acribillaron a poblados completos, los que lograron escapar se refugiaron del lado de la frontera con México y otros fueron más lejos, hacia Estados Unidos.  Esas tierras robadas fueron regaladas a ladrones oligárquicos que hoy son los grandes terratenientes del país. La idea del retorno de estas comunidades cada vez está más lejana, pues muchos fallecieron en el exilio. 

En la capital guatemalteca cuando se camina por las calles, es común encontraste con empapelados en las paredes, con fotografías de los desaparecidos, la gente pasa sin mosquearse, total que no eran familiares de ellos. Se ha borrado del sistema educativo toda evidencia de aquellos tiempos aciagos y es raro el docente que hable del tema con sus alumnos, es muy probable que si lo hace otro compañero lo denuncie y pierda el trabajo acusado de comunista. En la universidad el descaro de los docentes sobrepasa todo límite, no hablan del genocidio, pero cuando lo hacen es a favor de los dictadores. Salvo uno que otro que se atreve a decir lo contrario, entonces es visto como el apestado y lo empiezan a llevar en la mirilla los otros docentes. Los alumnos no preguntan tampoco porque la urgencia es el título, aunque tengan que pagar por este. 

Dianna Mae Ortiz

Dianna Ortiz, monja ursulina secuestrada y torturada, convertida en activista. Foto: Tercer Ángel


Y están, por supuesto, los que saben la historia y la aprovechan para sacar beneficio personal. Ahí se cuentan grandes feministas que usan las indumentarias indígenas cuando van a ponencias al extranjero a hablar de los derechos de las mujeres indígenas, que reciben diplomas y reconocimientos, que les pagan los pasajes de avión y la estadía, pero que dentro del país son tan racistas con estas mujeres como los propios fascistas de siempre. Editoras, editoriales, espacios de comunicación cerrados a las voces de las mujeres indígenas porque para estas feministas las mujeres indígenas no tienen voz propia ni capacidad para hablar de ellas mismas ni de las problemáticas que viven en sus comunidades; ellas, mestizas y graduadas de universidad sí tienen y; por supuesto el conocimiento y la capacidad para hablar de las otras.

Como ellas los grandes humanistas de izquierda, algunos ex guerrilleros que recaudan fondos en conferencias internacionales hablando de la memoria histórica, dinero que jamás va a los pueblos originarios ni a los familiares de los desaparecidos, dinero que se pierde en un limbo. Porque viven de eso, no trabajan, viven a costillas de la sangre de los caídos. Están los que dicen que merecen un puesto bueno en el gobierno y se ponen de alfombra con los gobiernos neoliberales, ahí se les ve lamiéndoles los zapatos a las marionetas de turno.  Los grandes intelectuales que son incapaces de escribir un texto si no hay dinero de por medio, no digamos acercarse a una comunidad indígena si no hay fotos y redes sociales donde se exponga la visita del gran pensador. Lo que es peor, no acercarse porque una cosa es hablar de los indígenas (y darse a conocer por la desgracia que estos sufrieron) y otra rebajarse a ir a donde viven

Y están, los que se cuentan por canastos, los grandes progresistas, los democráticos, que ni de izquierda ni de derecha, los que hacen las luchas en la comodidad de una red social, pero cuando salen a manifestar los pueblos originarios se esconden debajo de las camas de sus casas porque no les da la vergüenza, de lo minúsculos que son ante la dignidad de los que en cualquier circunstancia siempre ponen el pecho

Cretinos hemos sido la gran mayoría con los familiares de los sobrevivientes, le hemos faltado a la memoria de todos los que lucharon y les arrebataron la vida por haberse atrevido a soñar con un país igualitario. Entre esas masas estamos los de la generación de la desmemoria, que nacimos en esos tiempos y que nunca nos ha dado por investigar por nosotros mismos, por informarnos de la verdadera historia del país,  de su pueblo.  Vamos a donde sople el viento y el viento lo  manejan con grandes maquinarias de desinformación las mafias oligárquicas.  Aquí todos tiramos piedras y escondemos la mano

Toda esta mezcolanza de rastreros somos los que destruimos Guatemala, tal vez la espuma de toda esta contaminación es el gobierno que es lo que sale a flote. Y  las  oligarquías que saben que con un barniz arreglamos todo, al chapuz, que no vamos más allá.  Lo tienen a su favor.   Pero en el fondo la pudrición somos todos los que no movemos un dedo para que las cosas cambien. Claro está, otra cosa son los pueblos originarios, que son la dignidad milenaria del país que en otrora fuera, un lugar de muchos árboles.

* Escritora, pintora, poetisa guatemalteca

Foto de portada: Radios alternativas de Guatemala

Fuente: Crónicas de una Inquilina

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