1.
Nací en una familia anticlerical. Diversas experiencias orientaron la transmisión de un amor y respeto a un Cristo sin iglesia. En el año ’87 fuimos a ver al Papa Juan Pablo ll quien pasó a cuadras de casa en su popular Papamóvil, pero el lujo del Vaticano era un elemento cuestionado como contradicción en mi hogar de centro-izquierda.
Más tarde, con la militancia en el Frente Grande, el Obispo Jaime de Nevares simbolizaba para mí otra institución religiosa posible, la que filiada a una vocación democrática se sostiene en el trabajo cotidiano con los pobres y la construcción de otra sociedad en la tierra. Otra iglesia que ya había sido perseguida y reprimida con muerte en la dictadura.
Finalmente la posibilidad de trabajar en Centros de Salud de varios barrios periféricos de la ciudad de Rosario durante 20 años me dio la oportunidad de comprender la complejidad del fenómeno religioso en zonas populares. Por un lado diría que las Iglesias venían en parte a responder allí donde no lo hacía el Estado pero también aportaba y aporta algún sostén que hacía posible que el Estado hiciera su aporte. Me refiero concretamente a la base de lazos mínimos que a su vez permiten que alguien logre sostener un espacio de terapia así como la escolaridad en una escuela para adultos a partir de la valoración del saber que otorgaba el estudio de «la palabra» y la motivación de superación recibida en la iglesia.
La mayoría de los cultos en los barrios son pentecostales y a estos sectores que crecen hoy en Argentina y en nuestra provincia, Santa Fe, pertenecen aquellos que aspiran a un ingreso en la política participando de candidaturas para la aplicación de programas que implican retrocesos en materia de derechos (siendo el caso de la oposición activa a la Ley sancionada de IVE el ejemplo más paradigmático). Sin embargo no todos los evangélicos (25% en total en nuestro país) tienen alianzas con la derecha y basta conocer mínimamente la labor histórica de la Iglesia Evangélica Metodista para asegurarlo.
A continuación sólo me detendré un poco más en estas disquisiciones debido a que son otros aspectos que propone la serie El reino aquellos sobre los que me interesa que nos enfoquemos.
2. La (des)creencia en la política.
En El reino no se coloca a todos los evangélicos en la mira, sino a aquellos que construyen sus iglesias a partir del robo, el lavado de dinero y el armado de empresas off shore en el extranjero, entre otros actos que serían muy mal vistos a los ojos de Cristo y que para condensar en un rasgo común, son actos de perjuicio al bien común y de sometimiento a los más débiles.
En esta línea de «no todos son lo mismo» (enunciado que desde los sectores progresistas solemos aplicar a los políticos frente a las acusaciones provenientes de tendencias antipolíticas), la serie se encarga de mostrar también a otros religiosos que trabajan en los barrios, que se preocupan genuinamente por los más desamparados y este es un dato recuperado con contundencia. De hecho, en la misma «Iglesia de la Luz» (nombre del culto presidido por el matrimonio Vásquez Pena en esta ficción) es que podemos hallar estos matices que a su vez diferencian a sometedores de sometidos, sin simplificaciones pero con un mensaje político claro. Refiero al punto a mi criterio más importante de la propuesta de los creadores de la serie y que señala no sólo las contradicciones internas de cada personaje (aunque algunos casi no las tengan) sino las controversias hacia el interior de cada una de las instituciones que participan de la trama y que son fundamentales en nuestra realidad. Porque pensar que El reino es sólo una crítica a las iglesias evangélicas y a su afán de penetrar el campo político es desconocer la potencia de un producto cultural capaz de llegar masivamente con más de una advertencia crucial para nuestro futuro y esto nos involucra a todxs, y a todas las instituciones: judicial, política, policial.
3. Dogmático no es necesariamente religioso.
No hay una sola Iglesia evangélica; ya lo dijimos anteriormente.
Tampoco toda Iglesia es un culto cerrado. Y, lo que más nos interesa subrayar; las instituciones laicas de cualquier tipo no están a salvo de los dogmatismos históricamente atribuidos a la religión. Hay partidos políticos dogmáticos, organizaciones sociales y sindicatos, escuelas de psicoanálisis, colegios, autoritarios, verticalistas, abusivos, endogámicos. Sí, endogámicos como la familia del Pastor Vásquez Pena pero no por ser necesariamente religiosos sino por otras razones cuya exploración podría ser tarea conjunta con el lector interesado en este aspecto.
Siguiendo esta línea, responsabilizar a la religión de todos los males podría hacernos incurrir en no ver lo que a cada uno y una nos toca y que excede a la ideología que enunciamos para confrontarnos con el fundamento ético de nuestros actos.
La ideología manda en todas nuestras decisiones y si la que hoy se intenta imponer mediante los poderes fácticos es la ideología de la emocionalidad y la irracionalidad odiadora, la fe manipulada puede ser una llave para lograr la credibilidad que necesita el programa político al que la Iglesia adhiera. Pero aquí no termina la cuestión planteada por la serie ya que, el triunfo de ese modo de ver el mundo no es sin tensiones y en ello repara el equipo Piñeiro & Piñeyro cuando expone con acierto en cada personaje y en cada relación humana la dimensión de la ética como límite a la irracionalidad destructiva.
4. El fundamento de lo humano está en la ética.
La ética entendida como ética del semejante (2009, Bleichmar, S.) hace a una premisa universal de humanización a partir de la cual la representación del otrx para mí mismx es la de un igual con el cual me identifico en el anhelo de quedar al resguardo de ataques injustificados o de la arbitrariedad ajena. Un otro como semejante ante el cual responder por mis actos y a quien dirigir mi acción movidx por el imperativo kantiano que propone que la propia conducta pueda ser elevada al rango de ejemplo universal; ética opuesta a la pragmática desde la cual instrumentar al otrx para mis propios fines, sin reparar más que en la propia conveniencia.
Es obvio decir que aun las instituciones de mayor calidad democrática están conformadas por personas que no en todos los casos se proponen actuar conforme al imperativo kantiano.
En este sentido no podría haber instituciones puramente éticas. Sin embargo cabe resaltar que hay instituciones más prestas que otras a cuestionar su fe ciega por sí mismas.
5. Los personajes y sus instituciones
En El reino hay personajes claves en los cuales la ética del semejante insiste, incómoda y reacomoda, genera tensiones.
Claro que también están los otros, quienes someten, aplastan, mienten, roban, violan y a su vez demandan impunidad sin vivenciar mayores contradicciones internas.
Es allí donde ingresa otra pieza clave para pensar en las tensiones institucionales y la incidencia de la macropolitica en una micropolítica que no pocas veces nos inclinamos a pensar ilusoriamente como independiente de los grandes proyectos. La macropolítica se sostiene en la producción de tipos de subjetividad determinados: el que valora y el que destituye la ética del semejante; y es en el plano de lo cotidiano donde encontramos nuestra tarea y posibilidad de defensa y creación ¿de pequeños grandes reinos?
5. Reinos desobedientes.
Si el panorama que presenta la serie es esbozo de un pasado reciente (con un M. Macri entrenado a imagen y semejanza de un pastor) y de un futuro amenazante para Argentina (a lo que entiendo la autora y el director de la serie suscriben) ¿cuáles serían aquellos resortes desde los cuales relanzar y construir alternativas frente a la impotencia que propone la deconstrucción de nuestras ya débiles democracias? No me alcanza con quedarme tranquila al ver que por ahora los evangélicos de derecha no tienen su propio partido porque me queda claro que quizás no sea esta una condición para el acceso a un mayor poder, en todo caso, posible en la alianza con partidos ya existentes.
Muchxs compatriotxs militan, muchxs crían a sus hijos en el amor, la dedicación y el respeto. Muchxs ambas cosas. Otrxs ayudan en una Iglesia, en el comedor de un barrio empobrecido, arman talleres de juego en medio del barro que dejó la inundación, hacen con compromiso su trabajo en el Estado, son compañerxs solidarixs en la oficina.
Quizás sea este un momento en el que urja no ejercer tantos juicios sobre los «enemigos de siempre», o al menos no sin antes pasar el escaner a nuestras propias acciones. ¿Cuánto de lo que hacemos a otrxs es realmente lo que nos gustaría que nos hagan a nosotros?
Yendo al campo de la práctica política que queremos defender:
¿Cuánto de las pequeñas grandes corrupciones políticas partidarias y de las gestiones gubernamentales (las que no abren concursos públicos para tareas técnicas y profesionales, aquellas que marginan a los más calificados y premian con cargos los aplausos de los militantes más obedientes) preparan el terreno para que los desorientados escuchen a un Milei y compren el mensaje de que las organizaciones progresistas son puros supermercados de puestos? Porque afuera del microclima endogámico estos son los dichos que pueden escucharse. Quien quiera escuchar claro.
¿Cuánto de la avanzada de la antipolítica se sostiene en el aún deficiente balance de los modos en cómo la política estructura sus modos de construcción de poder aun en los programas progresistas?
Para terminar, entiendo que la serie nos propone un desenlace que es en realidad un relanzamiento. Que no avance la antipolítica y la promoción de antiderechos dependerá también de nuestra ética cotidiana y no de que la CIA se vuelva buena.
Para ofrecer su mensaje los autores apelan a una licencia poética que eligen escenificar en paisajes no citadinos, no lujosos pero sí majestuosos de nuestra América profunda. Paisajes próximos a los elegidos por el filósofo y antropólogo Rodolfo Kusch para refugiarse luego de haber sido expulsado de las Universidades por la dictadura cívico-militar en 1976.
No hay casualidad aquí, pero sí hay magia porque Kusch (cuyo retorno a las universidades aún hoy se demora) nos habla de otra religiosidad, no de la que los urbanos, creyentes en el valor de su «patio de objetos», profesantes de la fé en la acumulación. Si traigo a Kusch no es porque crea que en tanto mestizos debemos pensar como los originarios de América, sino para preguntarnos desde dónde late nuestra espiritualidad. Desde dónde alimentamos nuestras creencias más irracionales pero no por eso menos verdaderas.
El reino, como Kusch, nos habla de cosas sagradas, porque su propuesta significa resistencia de la vida frente a la muerte injusta. Y es por esto que no es sólo una denuncia a una parte del evangelismo sino una metáfora de la apuesta por la imaginación radical (Catoriadis), por la capacidad humana de inventar realidades, de hacerlo desafiando el dictamen de vivir desde lo posible, para sobrevivir, de vivir mortificando-nos, sin creencia, sin fe, sin esperanza, sin ética.
Fuentes consultadas:
Bleichmar, Silvia El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del yo. Ed.Topía.
Mallimaci, Fotunato (Investigador UBA- Conicet sobre las religiones en Argentina) en Apuntes y resumen. Radio Universidad. UNR, programa del 20/08/21.
Kusch Rodolfo.O.C. Editorial Ross.
*Psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UNR.
Fuente: La Tecl@ Eñe