Varios motivos me llevaron, contra mi costumbre, a ver la miniserie “el Reino” que produjo Netflix Argentina. Había varios elementos que me invitaban a no verla. Para empezar, los dos guionistas: Claudia Piñeiro es la que eligió compartir su vida con Ricardo Gil Lavedra, lo cual revela – así lo entiendo, al menos – un sentido en la vida muy, ¡muy!, lejano al mío y Marcelo Piñeyro, un director de cine, varias de cuyas películas me gustaron verdaderamente (al que en un primer momento confundí con Enrique, el que se negó a pagar el aporte a las grandes fortunas, motivo por el que tampoco me interesaba verla, por confusión mía). Ya tenía un prejuicio, y es justo confesarlo. Para peor, veo lo que dicen algunos medios: que acusan, especialmente a Claudia Piñeiro, de tener "un encono" contra la "cultura evangélica de la Argentina" derivada de su "militancia feminista durante el debate de la ley del aborto” (Página/12, 24 de agosto 2021). Como es frecuente, además, al entrar en temas religiosos, en la mayoría de los medios, se mezcla y confunde todo. Por ejemplo, es sabido que las diferentes “Iglesias evangélicas” están reunidas en torno a dos asociaciones: la Asociación Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA) y la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE). Ambas son bastante distintas, representan diferentes comunidades evangélicas y en planteos bíblicos, religiosos, políticos, etc. representan miradas bastante diferentes, pero ¡ambas son evangélicas! Y, por lo tanto, decir que “los evangélicos” cuestionan la serie es, por lo menos, falso y además limitado. Por lo que se ha dicho, las críticas han provenido de ACIERA, concretamente.
Pero entrando ya en la serie, para empezar, me parece importantísimo destacar que el elenco es casi un lujo, especialmente en estos tiempos, e invita a verla simplemente por eso, pero – del mismo modo que (para mí, por cierto) Ricardo Darín, “no garpaba” cura en Elefante Blanco, no me terminó de cerrar Mercedes Morán como pastora. Cuando dejaba ese rol, para entrar en la vida y las intrigas, “volvía a ser” la excelente actriz que es. Es evidente, sin duda alguna, que se trata de una ficción, y – del mismo modo que El Código Da Vinci lo era, y mal haría el Opus Dei en sentirse agraviado por él, mal haría, también, alguna iglesia evangélica en sentir algo semejante. Por cierto, que, se supone, la ficción debe mostrar un sujeto, un colectivo, una instancia que resulte creíble, y, si bien hay alguna iglesia evangélica que puede insinuar algunos de los elementos mostrados (por ejemplo, se han mostrado videos de los dólares del obispo Macedo, de la Iglesia Universal del Reino) resulta bastante ficcional esa imagen de cientos de miles de dólares, escondidos (irónicamente) allí donde se dice “bienaventurados los pobres”. En lo personal no me resultó creíble por más que se trata de la Iglesia y el pastor más importante del país.
Sin duda, aprovechando el “factor Bolsonaro”, la imagen de un pastor pudiendo acceder al gobierno en Argentina es el marco, y la corrupción de la Iglesia evangélica, por un lado, y de “la política” por otro, confluyen en la serie. Un claro remedo de Marcos Peña, excelentemente interpretado por Joaquín Furriel, juega de enlace entre ambos. Un poder judicial acorde a tanta corrupción, con un sorprendente Awada, con un cambio físico inesperado, y una Nancy Dupláa totalmente acorde al rol, permiten llevar la trama por senderos nada inesperados.
Hay elementos sabidos, como la lectura fundamentalista de muchas iglesias evangélicas (y católicas), la entrega generosa (diezmo) de mucha gente, y – como es de esperar en todos los órdenes – también gente honesta, y valiosa, y gente detestable. Y ambigüedades, muchas ambigüedades… porque si una escena nos muestra al pastor o a la pastora en oración solitaria, se debe suponer que ellos creen en eso; nadie reza en privado si no cree. Y ambición, mucha ambición… Y queda, aparte, el plus milagroso, mágico – especialmente del capítulo final – que resulta totalmente fuera de lugar y de credibilidad.
Es sabido que muchas iglesias evangélicas y sectores de la Iglesia católica romana (que tienen en común el fundamentalismo en su lectura bíblica y su interpretación lineal y acrítica aplicada a la vida cotidiana) proponen ideologías, economías, y proyectos culturales de derecha, y eso se ve en la “Iglesia del pastor Emilio”. Hubo muchos sectores evangélicos y católicos romanos en las marchas celestes, y – en lo personal – me parecen, cuando están enmarcadas en la tolerancia, con todo el derecho de manifestar acuerdo o desacuerdo con las leyes que los desconforman. Pero, aunque pueda estar en desacuerdo, en bastante, en mucho o hasta en todo creo que el respeto y el diálogo (que de ninguna manera implica el silenciamiento de les otres ni la búsqueda obsesiva de convertirlos y convencerlos) puede aportar bastante más que el conflicto acrítico. No suele caracterizar el diálogo a los fundamentalistas.
En lo personal, la serie no me gustó; no me interesó la trama, no me suelen atraer los policiales (como me ocurrió también con El Código Da Vinci; para peor ni el elenco me atraía), pero pretender ver en una buena o no tan buena ficción un ataque o un grupo de enemigos, me parece por lo menos exagerado, y por lo mucho una falta preocupante de convicción en aquello que afirmamos creer que, siempre está más allá de fulanos o menganos. Soy de los que creen que uno o mil perversos no deshacen un proyecto. Sigo creyendo que el sueño de Jesús, por el que milito, se puede vivir en la Iglesia católica romana, a pesar de la inquisición, las cruzadas, las masacres de indígenas, las complicidades dictatoriales y la pederastia… del mismo modo creo que hay proyectos políticos que no se deshacen (aunque atente contra ellos) por uno o cien políticos o políticas corruptxs. Y lo mismo podrá decirse de todos los colectivos humanos que pretenden llevar adelante proyectos. Eso sí, mirando el proyecto que Emilio propuso en su discurso final tengo claro que me encontrarán en la vereda de enfrente (o en la otra parte de la grieta), y no por católico, no por “antievangélico”, sino porque creo que el fundamentalismo bíblico, el fundamentalismo económico, el fundamentalismo político llevan al país a una pandemia de disolución que “no hay milagros que valgan” para reconstruir la patria que los Marcos Peña y los que negaban la realidad detrás de aleluyas contribuyeron a deshacer.
* Teólogo. Miembro del Grupo de Curas en Opción por los Pobres
Fuente: Blog 1de Eduardo de la Serna