• 21 de noviembre de 2024, 7:10
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El populismo, alternativa a la ultraderecha

Por Nora Merlin*

A pesar de los esfuerzos de Ernesto Laclau por devolver la dignidad al populismo, una categoría históricamente criticada por la ignorancia y el dogmatismo de la izquierda y las fobias antipopulares de la derecha, la hostilidad no ha disminuido. Por el contrario, en estos tiempos vemos un aumento significativo en la descalificación del término, usándolo como una ofensa a las corrientes políticas –como el kirchnerismo, el lulismo, etc. – en su conjunto: los líderes, directores, periodistas y activistas que integran estos movimientos. 

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El uso del término como delito generalmente acompaña al argumento que se opone a la República, señalando su similitud con el fascismo. La supuesta equivalencia entre los términos populismo y fascismo no es inocente sino maliciosa, antipolítica y coherente con el actual auge del discurso del odio. 

En el libro Populismo e Psicanálise (2014) –mi trabajo de tesis bajo la dirección de Laclau–, diferencio y opongo construcciones populistas y fascistas. En otras palabras, el pueblo no es la masa que caracteriza al fascismo y, llevándolo al contexto de mi país, Argentina, el peronismo no es equivalente al fascismo. 

En la más reciente teoría del populismo desarrollada por Laclau, La razón populista (2008), se define como una práctica política discursiva –militante, añadimos– que construye un sujeto político: el pueblo y un líder. Esta afirmación tiene al menos dos consecuencias: la primera es que cada vez se produce un sujeto nuevo, y la segunda es que es un efecto, el sujeto del pueblo nunca se define de entrada.

Respecto al debate suscitado entre los teóricos interesados ​​en el populismo sobre si es de izquierda o de derecha, nuestro punto de vista, que coincide con el de Laclau, es que el pueblo no es un movimiento ni una ideología, sino una matriz. Esto significa que el populismo puede no ser de izquierda, pero es imposible que sea fascista o antidemocrático. 

El fascismo, el neofascismo, o incluso la derecha, elimina la política plural, el conflicto y los antagonismos, reemplazándolos por el odio y la construcción del enemigo interno. Propone una “democracia” unívoca, liberal y sin pueblo. No quiere tener nada que ver con la lucha por nuevos derechos y mantiene los privilegios de clase como si fueran naturales. 

El populismo no es una práctica política cualquiera, sino una matriz caracterizada por la articulación de diferencias: demandas populistas. Estas demandas consisten en una insatisfacción colectiva que se va organizando, que toma la forma de demandas a las instituciones, articuladas en torno a un significante vacío y la construcción de una frontera que marca el conflicto político entre el pueblo y el poder. 

La heterogeneidad, desde la barrera antagónica, se vuelve equivalente, afirmando una nueva identidad entre las diferencias, siempre precarias y provisionales. El fascismo, por el contrario, consiste en un intento totalizador que busca la homogeneidad y la construcción de una masa libre de antagonismos y fisuras. Es la misma inercia del neoliberalismo, cuya lógica consensuada niega la dimensión antagónica y conflictiva de la política, trayendo la despolitización de lo social como su efecto más corrosivo.

En sucesivos trabajos argumentamos que el neoliberalismo en su actual rostro de hiperconcentración es el retorno del fascismo por un nuevo camino, que implica la producción de una cierta subjetividad caracterizada por el más extremo servilismo, exterminio y abnegación. Donde impera el dominio del mercado, el individualismo máximo, la fascinación hipnótica del consumidor consumido, hace acto de presencia la subjetividad económica y el odioso individuo que se percibe libre.

La hegemonía neoliberal está en crisis. Tanto en América Latina como en el mundo, se pueden vislumbrar dos caminos: por un lado, el fascismo, revigorizado por la incredulidad en la política que dejó el neoliberalismo, por otro, una recuperación radical de la democracia, reinventada en el sentido de la soberanía, el derecho nacional y popular. 

Las recientes elecciones en Brasil confirman el avance de la derecha, pero la victoria de Lula demuestra que el campo popular supo resistir, a pesar del juicio político a Dilma , el lawfare y el encarcelamiento que sufrió su líder. El poder no es democrático, ya que está permeado por prácticas fascistas, pero tampoco es omnipotente: se ha demostrado que la política juega un papel. 

El fascismo existe y seguirá existiendo en la política y en la sociedad, y los gobiernos populistas que surjan en esta nueva ola tendrán que lidiar con ello. El populismo ofrece una forma de combatir el neoliberalismo y el fascismo, una alternativa al enfrentamiento, apostando por una vida más justa e igualitaria. 

* Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas.

Fuente: Outras Palavras

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