• 21 de noviembre de 2024, 6:41
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EL FÚTBOL DE LA LIBERACIÓN

Por Hernando Kleimans


No es más que fútbol, dicen los experimentados comentaristas de los grandes grupos mediáticos. Veintidós tipos corriendo alrededor de una pelota de cuero (la famosa № 5 de mi infancia) para tratar de meterla dentro de los tres palos. No es más que eso, dicen…

Y además, decenas de miles de personas unidas en el “verde campo” y empujando a once de esos veintidós tipos con sus cánticos, saltos, maldiciones, llantos y alegrías. Plasmando en ellos sus esperanzas, sus ansiedades, su propio combate con una realidad complicada, dura y tenaz, como los propios franceses.

Y decenas, centenares de millones de personas en todo el mundo que, suspendidas en el tiempo, sólo tienen ojos y oídos para esa pantalla mágica que muestra a esos once combatientes. Aquí, en Moscú, en Bangla Desh o en Ushuahia.

Si usted piensa que se trata nada más de ver correr la pelotita, entonces no sabe lo que es el fútbol. Y se une al despectivo enfoque de los mercenarios del periodismo.

Ayer, en la final del campeonato mundial, se trataba de algo más. Nadie de esos medios hegemónicos lo va a aceptar así, abiertamente, pero todos sabemos que se enfrentaba la “gentil” Europa con los “vulgares” latinoamericanos. Un mundo refinado, culto y bien vestido contra los bárbaros tatuados y sudorosos. Unos, respaldados por tecnologías mediáticas desopilantes. Otros, sostenidos por el insondable, inapelable e infatigable cantito de “Muchaaaacho…”

Los “vulgares” latinoamericanos lo entendieron al instante. De repente, la Argentina y sus “Muchaaachos…” se convirtió en bandera identificatoria. De repente, ese himno de reconocimiento lo empezaron a cantar también nuestros hermanos continentales. Pero también lo reconocieron como himno en Moscú y en Bangla Desh. De todos lados nos llegaban, mientras se combatía en el Lusail, mensajes solidarios con nuestros guerreros.

De repente, digo, los once argentinos se convirtieron en mundiales “bogatyres”, los invencibles héroes de la mitología rusa que derrotaron a todos los invasores. Fueron el “¡No pasarán!” contemporáneo. La convocatoria que salía de todos y cada uno de los once, confirmando que los “vulgares” eran algo más que artistas del balón, eran insignias de un nuevo contenido, desenfadados exhibidores de otro orden. Desobedientes ejecutantes del triunfo periférico, de los suburbios del mundo.

Del otro lado, no se podía pedir mayor evidencia del despotismo del viejo mundo que la composición de la selección francesa. Algunos nacidos, sí, en Francia. La aplastante mayoría originaria de los países sojuzgados por el sanguinario imperio colonial francés. Hasta tal punto colonizados que ya no reconocen sus raíces, ni sus ancestros, ni su pertenencia. Sólo sus nombres delatan la violencia histórica. Usados como modernos cipayos futboleros, con mucha plata pero con corta vida. En un mundo donde sólo se les reconoce esa corta vida. Y donde pasarán al olvido en cuanto cumplan con su obligación de esclavos.

Claro que, como en todo régimen esclavista, antiguo o actual, las sublevaciones están a la orden del día. Desde hace ya varios días los migrantes africanos que habitan los “banlieu”, esas verdaderas villas miserias “urbanas” de las grandes ciudades francesas, se levantaron contra la represión policial. Cada vez es mayor el cerco que estas oleadas migratorias, viejas o nuevas, cierran sobre el jaqueado gobierno de Macron. Antes que la derrota francesa, la ira fue desatada por la derrota marroquí, la selección que reunió el fervor de esas villas.

En cambio, compañeros, ayer “los pueblos del mundo” que rescata nuestro himno respondieron al triunfo argentino. Ellos vieron, literalmente, el león derrotado a sus pies: la imagen de Emmanuel Macron, perdido y pequeño en ese escenario donde nada tenía que hacer, fue la más elocuente evidencia. Tuvo que sufrir al todopoderoso Lionel, al irreverente Dibu, al “pibe de oro” Enzo, a toda la Scaloneta que pasó delante de sus narices y explotó de incultura en el podio.

Lamento profundamente que nuestro pueblo estuviera representado sólo por el “Chiqui” Tapia. No entro en juicios de valor porque, quiérase o no, el “Chiqui” puso el pecho y se bancó un palco donde no todo le era favorable. Pero, amigo, ¿no tenemos en la Argentina algún ministro que responda por esta bochornosa ausencia? ¿El abogado Lammens acaso dejó el ministerio de Turismo y Deportes? En el 86, el indomable Conrado Storani, ministro de Salud de Raúl Alfonsín, fue el encargado de darle la copa al Diego. La foto del sonriente funcionario asistiendo al beso cósmico de la copa por el capitán argentino, fue icónica en todo el mundo…

Aquí, ayer, la Scaloneta estuvo huérfana de eso. Supongo que habrá sido por cábala. Sé que algunos altos dignatarios argentinos, furibundos hinchas de equipos medianos, son cabaleros. He visto despachos llenos de amuletos. Espero que haya sido por eso y no porque el pasaje a Qatar es caro y hay que pagarlo de su bolsillo, presumo… Porque muchos de los cuarenta mil hinchas que llenaron el estadio empeñaron hasta la madre para ir. Y no es que esté bien empeñar a la mamá, pero así somos. Como dice el maestro Scaloni, “nacimos para sufrir”. Pero también para imponernos al sufrimiento.

No importa, Scaloneta, estuviste repleta de calor popular. Seguro que te envolvió el amor de centenares de miles de argentinos que, sólo para demostrar que además de nacer, sabemos sufrir, cumplieron a rajatablas con la vigilia del triunfo. Tiene que haberte llegado, además del ulular de las tribunas del Lusail, cada grito de cada hogar, de cada plaza, de cada local donde la pantalla mágica concentraba una multitud. Mi casa, simplemente, fue una tribuna desbordada con argentinos y extranjeros que nunca dejaron de alentar. Eso, Scaloneta de mi cuore, tiene que haberte llegado.

Lamento, decía, que el cariño oficial se haya limitado al reconocimiento de algunos mensajes por twitter. Lamento. Era el momento de echarse sobre los hombros el peso del liderazgo. ¿Qué hubiera hecho el General? ¿Qué hizo Alfonsín? ¿Qué habría hecho aquel fanático de Racing que se llamó Néstor Kirchner? ¿Así son de sensibles ante lo que el inolvidable Cacho Fontana llamó “pasión de multitudes”? ¿En verdad piensan que el pasar desapercibido es la mejor forma de liderar?

En fin, esta nota será “cortita y al pie”, como decía Alfredo Di Stéfano, porque debo seguir con los festejos de mi pueblo, que espera a sus combatientes, a sus excelsos triunfadores que lo primero que han hecho luego de la consagración, es volar a vernos, a confundirse con nosotros.

Mientras tanto, puede que en algunos pasillos se debata el modo y el estilo apropiado para esta ocasión. Algunos, quizá, no lo sé, hasta se lo pregunten a algún diplomático “amigo” que se fotografió con una taza con la inscripción del “¡Andá pa’ya!” de Lionel. ¡Vaya a saber! Lo que deberían ver es que este pueblo fanático, ardiente, embanderado, está proclamando su voluntad independiente (“¡el que no salta es…!”) y busca sus naturales líderes.

El asunto es si esta explosión popular catalizada por la Scaloneta les permitirá a los habitantes de esos pasillos, comprender dónde está la solución del dilema eterno. El que dejaron planteado todos nuestros grandes próceres: El “serás lo que debas ser” sanmartiniano, o “la causa de los pueblos no admite la menor demora” de Artigas o la belgraniana “la América del Sur será el templo de la independencia y de la libertad”.

Porque, como dijo Juan Domingo Perón, “Para conducir a un pueblo la primera condición es que uno haya salido del pueblo, que sienta y piense como el pueblo.”

El punto crítico…

Fuente: Liliana López Foresi

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