En el año introductorio del seminario, el régimen era algo estricto, quizás algo monacal. Después de la oración de la noche todo se apagaba hasta la mañana siguiente. Salíamos después del desayuno del domingo para volver, ese mismo día, para la oración final. La cuestión es que ese 12 de mayo, era 1974, un compañero me despierta diciendo: “¡mataron a Mugica!” ¡Un mazazo! Para peor, en la misa, antes del desayuno, el cura encargado soltó que “¡el que siembra vientos, recoge tempestades!” ¡Otro más! No hacía mucho había hablado con Carlos por teléfono; me interesaba escuchar su palabra, totalmente distinta a lo que nos decía la oficialidad, sobre la relación del cura y la política. Quedamos que un domingo lo vería en el Instituto de Cultura Religiosa Superior, donde celebraba misa vespertina, para charlar y de ahí volver al Seminario. ¡Nunca pude concretarlo!
Estuve toda esa tarde en San Francisco Solano (recuerdo que se cantó decenas de veces el Salmo: “yo pongo mi esperanza en ti, Señor, ¡y confío en tu palabra!”). Estuve mucho tiempo en la vereda de la Parroquia en triste silencio. Desconcertado. Dolorido. Luego tuve que volver al Seminario previo paso por la casa de mis padres. Al cuerpo de Carlos lo llevaron de allí a la villa 31, donde yo lo había conocido y algo colaboraba, para seguir el velatorio y finalmente, llevarlo de allí al Cementerio. Pero, aunque los seminaristas sí pudieron participar, a los del pre-seminario no nos autorizaron a ir. ¡Nuevo mazazo!
Hoy Carlos tendría 92 años (nació el 7 de octubre de 1930). Siempre he creído que decir, o insinuar “hoy Carlos diría / pensaría / estaría” es mera ficción. Todos tenemos en nuestra vida frenos, retrocesos, saltos, cambios, aceleraciones… nadie sigue un movimiento lineal en una misma dirección; lo que sí es razonable es mirar, escuchar, leer a Carlos ayer y luego mirar nuestro hoy y dejarnos iluminar por aquello.
La charla mía pendiente con él era, precisamente, sobre el cura y la política. Nos era presentada como un mundo de dos horizontes casi opuestos; lo “sacerdotal” era lo sacro, lo vertical, lo celestial, mientras la política era horizontal, era algo in-mundo. Por supuesto que, como persona de su tiempo, Carlos no conocería ni habría leído mucho de lo que hoy dicen los estudiosos de la Biblia, de la teología, de las ciencias sociales sobre ese tema, y para ver el hoy no podríamos ignorarlo… Por ejemplo, en su artículo “el sacerdote y la política” dice que
el sacerdote que siempre tiene el deber de anunciar a los hombres que sólo en Cristo está la liberación total del hombre, que culmina en su divinización, no puede eludir la dimensión política de su misión ya que el Reino de Dios, comienza aquí abajo.
Y esa es la única vez que aparece la categoría “reino” en todo el artículo. En su artículo “Jesús y la política”, el término “reino” se encuentra bastantes veces más (relee un libro clásico de Oscar Cullmann, “Jesús y los revolucionarios de su tiempo”) pero prácticamente en todas las ocasiones el reino se trata de algo “escatológico”, que vendrá en un futuro. La única excepción se encuentra en el párrafo final:
Este trabajo de Cullmann es un aporte importante para la reflexión de los cristianos, que hoy, tal vez con más seriedad que nunca, asumen el compromiso político y la lucha revolucionaria porque comprende que el Reino de Dios comienza ya en este mundo.
En “el rol del sacerdote” sólo se encuentra dos veces el término, pero en el sentido de “reino de los cielos” en sendas citas del Evangelio de Mateo (7,21; 13,44). Con esto señalo que Carlos, aunque no temía embarrarse en el terreno de la política, no teologizaba esa actitud con la, hoy indispensable, categoría Reino porque no era, todavía, un tema central en la teología (el libro clásico “Reino y Reinado de Dios”, de Rudolf Schnackenburg, de 1959, recién fue traducido al castellano [y en una traducción no demasiado buena] en 1965; y las consecuencias históricas del tema fueron comenzadas a extraer de un modo más tardío, especialmente por la Teología de la Liberación que Carlos conoce sólo en sus inicios de modo incipiente). Además, parece conveniente distinguir la cuestión social de la cuestión política. Teniendo un ministerio pastoral en la villa de Retiro, lo social no podía menos que interpelarlo, pero lo político, hasta 1972 era un tema obturado por la Dictadura. En realidad, lo político Carlos lo fue “mamando” desde su contacto amoroso con los pobres, y eso – en aquel tiempo – tenía un nombre: Juan Domingo Perón; decir “el pueblo es peronista” resultaba algo que difícilmente podía ser rebatido. Pero una actitud de “meterse en política” no tenía posibilidad alguna, ni concreción antes de la convocatoria a elecciones en 1972, para marzo de 1973. Fue precisamente en 1972 que Perón regresa por primera vez a la Argentina, y que en el grupo que acompaña este viaje están Carlos y su gran amigo Jorge Vernazza. Todo indica que dos cosas confluyeron en este proceso de conversión de Mugica al peronismo (luego de su visceral anti peronismo que celebró “el júbilo orgiástico de la oligarquía” cuando es derrocado en septiembre de 1955). En primer lugar, el amor del pueblo por el peronismo, la convicción de que “los días más felices” habían ocurrido en su gobierno, pero también, la convicción de que el peronismo era y sería el que mejor haría por los pobres de la patria. No se hablaba, entonces, de “opción preferencial por los pobres”, pero de eso se trataba.
Hoy, pensar en la invasión mediática de la “anti-política” me recuerda, precisamente, el esquema “mundo - in-mundo” que vivíamos entonces en el Seminario. Una suerte de fundamentalismo espiritualista que en nada se asemeja al Evangelio. La primera vez que escuché hablar de la cercanía del martirio contemporáneo, precisamente, la leí cuando Carlos comentaba las espantosas torturas del gobierno “stronista” de Paraguay al cura Monzón (“el rol del sacerdote”). Allí se vislumbraba que la militancia social, cuando entra en el terreno político, provoca una grieta propia del reino de Dios. La misma que provocó en vida la persona de Carlos, por cierto (porque “en muerte” quedaba bien reconocerlo, y – por supuesto – buscar despegar de su asesinato a los “amigos”). Se suele decir que el cura al entrar en política opta por “un partido” (= una parte) cuando debe ser cura “de todos”, olvidando que la garantía de la “universalidad” del ser cura viene dada por su ubicarse entre, por, con y para los pobres (sólo desde los pobres se garantiza la universalidad). Y, sería, además, ingenuo desconocer que los pobres lo son por “causa”, y los “causantes” eligen no quedar “de este lado de la grieta”, como el rico, que prefirió salir del camino de Jesús cuando le dijo que “comparta sus bienes con los pobres”. Son los que voluntariamente eligen no quedar del lado de los pobres, debemos reconocerlo. En lenguaje de ayer, “el anti-pueblo”. Hoy, pensar en el testimonio del martirio, y en este caso especialmente el de Carlos, y buscar militantemente lo que creemos firmemente que es lo que mejor beneficia a los pobres parece que debería ser una escucha de su memoria, un reconocerlo como “lugar teológico” y dejarnos enseñar. Claro que muchos no lo terminarán de entender… como no entendieron a Carlos ayer, aunque lo saluden muerto. Por ser, precisamente “lugar teológico” es que Carlos sigue hablando, sigue vivo… sigue molestando. ¡Hasta la victoria! ¡Siempre!
*Teólogo. Miembro del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.
Fuente: Blog 2 de Eduardo de la Serna