Publicado el Oct 25, 2020 | Economía
Por Lic. Alejandro Marcó del Pont
Quiénes son esas personas? – Pertenecen a una secta religiosa y se llaman cuáqueros – contestó el improvisado guía. -¿Y en qué creen? -Creen en el seis por ciento de interés compuesto
Benjamín Franklin
Las elecciones de Estados Unidos le quitan el sueño al mundo por variados motivos. Quizás el más importante de los planteamientos y el más complejo, a su vez, sea prever qué facción de poder ganara la disputa y anticipar la dirección de las políticas por venir, tanto a nivel mundial como para cada uno de los países interesados.
Lo cierto es que, en principio, no importaría demasiado el nombre de quien alcance la presidencia, sino qué tan diferente son los intereses o modelos que representan y si estos pueden modificar la lógica política, social y económica mundial. Más bien, tendríamos que ver cuál es la disputa de fondo entre diferentes facciones del establishment y a qué intereses económicos representan sus afiliados.
Muchos entienden que la batalla de las elecciones de 2016 todavía no ha concluido, solo se ha desmantelado una de las tres facciones que peleaban la presidencia o la hegemonía. El grupo desbaratado fue el movimiento de trabajadores organizados en sindicatos y barrios urbanos pobres, que se reflejaba en el candidato demócrata Barry Sanders. Esta fracción del PD tuvo todas las condiciones para ganar las internas demócratas en 2016 y nuevamente en 2020, pero el aparato financiero-electoral, la cúpula de esa organización “operó” para que en las elecciones internas Sanders fuera derrotado, y con ella las expectativas de quienes se identifican con su programa.
Los que sobrevivieron son las dos vertientes del establishment en disputa que generan un enfrentamiento entre el clásico imperialismo de escala continental, los que se llama continentalismo, es decir, aquellos intereses y actores a escala continental que tienen asentado su poderío (económico, político, militar, ideológico-cultural) en el Estado-nación estadounidense y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, enfrentados a intereses y actores que han dado el salto hacia una escala global, en base a la consolidación de una nueva forma de capital dominante que ha emergido con la globalización neoliberal (denominada Red Financiera Global), impulsando una nueva institucionalidad y tendencial estatalidad global supranacional (Formento y Merino, 2011).
Wim Dierckxsens y Walter Formento describen a los continentalistas o neoliberales norteamericanas como los responsables de crear e imponer el tratado comercial en América del Norte y los continentalistas europeos —Alemania, Francia, etc.— la Unión Europea del Tratado de Lisboa (en 2009). Ellos tenían como proyecto Otro Siglo Americano manteniendo el imperialismo norteamericano junto con sus súbditos en Europa y Japón. Serían sus aliados empresas con menor capacidad de movimiento, como el complejo industrial y militar, la industria automotriz, la aviación, etc. Algunos bancos como Bank of América, JP Morgan-Chase, Goldman Sachs, y estarían representados por el partido Republicano.
Las fuerzas globalistas tienen como proyecto dominar, a través de un Estado global sin fronteras ni ciudadanos, por encima de las naciones, incluso por encima de Estado Unidos, a través de una red financiera mundial donde sobresalen tres nodos de cities financieras globales: la City de Wall Street/Nueva York, la City de Londres y la de City de Hong Kong. Estos tres nodos financieros globales, a su vez, integran a los demás países a través de los bancos centrales, reunidos en el banco de los bancos centrales en Basilea: Bank of International Settlement (BIS).
Estos buscan mano de obra barata y, sobre todo en el rubro de Tecnologías de la Información y Comunicación, que no tiene mayores límites de trasladarse en el espacio geográfico. Estamos hablando de empresas globales como Microsoft, Google, Facebook, Apple, Amazon, Netflix, etc., plataformas de comunicación como CNN, BBC, Deutsche Welle, Washington Post, New York Times, etc. y bancos como Citybank, HSBC, Lloyd, ING Bahrings, Santander CE y fondos financieros de inversión global como Blackrock, Templeton, State Street, FMR-Corp-Employe, etc, representados por el Partido Demócrata.
El hecho político a destacar en esta disputa fue el triunfo electoral de Trump en EE. UU. en 2016, que es también la derrota de Clinton y Obama (globalistas), del Estado profundo del poder del Partido Demócrata y del unipolarismo financiero global y el debilitamiento de la Reserva Federal (FED). Esta lógica entró en crisis y no es solo financiera global, como en EE. UU. (2008), ni exclusivamente económica global, como en la UE (2010), ni económica mundial, sino una crisis mundial integral: económica, política, militar, religiosa/cultural /ideológica y estratégica de poder.
Esta crisis mundial, y la pandemia en curso, pusieron en cuestión el diseño del orden mundial, obligando a pasar del unipolarismo estadounidense-angloamericano, instituido entre 1989-1991, hacia una creciente multipolaridad, donde el “centro de gravedad” del poder mundial se traslade desde Estados Unidos hacia los polos emergentes con centro en China, Asia-Pacífico y los BRICS (Dierckxsens y Formento, 2016). Ello da lugar, a su vez, a una posible desoccidentalización del mundo ante la reemergencia asiática, para volver a centrarse en Oriente cinco siglos después de constituida la modernidad occidental capitalista, con sus implicancias en términos civilizatorios (Arrighi, 2007; Dussel, 2004).
¿Cómo evoluciona esta disputa dentro de Estados Unidos? Por una parte, la idea general es que ambos sectores de la puja pudieran arribar a un acuerdo que permitiera tener ganadores a ambos lados de la ecuación, al menos para enfrentar de manera cohesionada el cambio del centro de gravedad a Oriente y Guerra del Big Data, e imponer un “muro tecnológico” así como el proceso de “desconexión” de China.
¿Dónde se podría dar el acuerdo? Gran parte de los analistas coinciden que solo un acuerdo entre las fuerzas del Estado profundo puede hacer “posible” realizar unas elecciones por correo y presencial. Según una encuesta de USA TODAY/Suffolk University, se estima que alrededor del 40 % de los votantes estadounidenses lo harán por correo este año. Casi la mitad de quienes planean votar por Biden. El 56% de los republicanos tiene la intención de hacerlo el día de las elecciones, en comparación con solo el 26% de los demócratas. Muchos de los votos por correo suelen llegar después del día electoral. Trump obtendrá así una gran ventaja la noche de las elecciones. Lo más probable es que declare su victoria electoral, aunque ello genere un gran caos.
Más allá del engaño de la noche de la elección, que puede ser real o no, Trump ya empezó la “ofensiva del big data” con China, para recuperar el control, acordando con las grandes empresas del deep state americano. La guerra por la supremacía del mercado mundial de las telecomunicaciones tuvo diferentes líderes. Las fuerzas financieras unipolares continentalistas 1991-2010, luego las globalistas 2010-2018. Microsoft ingresó a China en 1997, e inversiones propias del país asiático más japonesas y americanas hasta 2008 hicieron que China superara a EE. UU. en el Complejo Estratégico de Inteligencia Artificial.
¿Cómo está ejecutando el muro tecnológico con China el partido republicano? Mediante acuerdos con las grandes empresas que puede tener un efecto decisivo en las elecciones. A partir del 23 de marzo de 2020, el control globalista sobre la Reserva Federal ya no era absoluto, sino compartido con el Tesoro de EE. UU. y en cogobierno con Trump. La Fed estimulaba con expansión monetaria, crédito otorgado a bajas y decrecientes tasas de interés, para que las principales transnacionales del “Big Five” (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) lo “invirtieran” en adquisiciones y en la recompra de sus propias acciones.
Para tener una idea, Apple tardó 38 años en alcanzar su primer billón de dólares en capitalización de mercado, pero solo le tomó dos años para pasar de $ 1 billón a $ 2 billones. Según el Centro de Investigaciones de Política y Economía (CIEPE), del 23 de marzo al 22 de agosto del 2020, el capital accionario de las Big Five se incrementó en aproximadamente 4.7 billones de dólares, más que el PBI alemán, y alcanzó el 23% del PBI norteamericano.
Los préstamos a tasa cero a estas empresas son direccionados para poder recomprar sus acciones y aumentar su valor, lógica con múltiples objetivos. Uno, es que el valor libro de las empresas y el valor accionario sea totalmente ficticio y diferente, el valor accionario está completamente inflado por su autocompra. Pero, mientras su valor accionario aumenta, el de la competencia disminuye, lo que conduce al verdadero objetivo, comprar a los competidores ya sea en la cadena horizontal o verticalmente, de manera que se afiance el monopolio global.
En la acumulación de capital, entonces, hoy es dominante la centralización por “adquisiciones” improductivas, observado desde el nivel de la sociedad en su conjunto. Durante el 2020, por ejemplo, Apple, a partir de acceder a crédito por emisión sin respaldo, ha realizado diversas adquisiciones importantes. En marzo confirmaron la compra de Dark Sky, la popular app de climas que ya comenzó a integrarse con iOS 14. En mayo compraron NextVR, una empresa especializada en experiencias de entretenimiento de realidad virtual y realidad aumentada. Posteriormente compraron Inductiv, la startup especializada en inteligencia artificial, y su tecnología ayudará a mejorar las capacidades de Siri. Apple también ha comprado Fleetsmith, la plataforma que permite gestionar dispositivos de Apple como Mac, iPhone e iPad a través de una infraestructura en la nube.
Por un lado, se las ayuda con créditos, y por otro, un informe elaborado por un comité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos cree que estas empresas tienen demasiado poder y ese poder debe ser controlado. La forma de hacerlo es desmembrándolas para restaurar la competencia, aplicar de forma más estricta las leyes antimonopolio y establecer limitaciones para que estos gigantes tecnológicos compren nuevas empresas emergentes. Aquí, una clave es que quien negocie y no ataque o intente a desmembrarlas recibirá el apoyo de estas empresas.
No solo se implementa en muro tecnológico, sino la idea del retorno de las inversiones y el trabajo a los Estados Unidos, seguirá abriendo una extensa lucha con China. Si el candidato demócratas gana las elecciones, no espere que un Estados Unidos liderado por Biden se una a la Asociación Transpacífico en Asia, reinicie las conversaciones sobre un nuevo acuerdo con la Unión Europea o busque acuerdos comerciales en otros lugares en el corto plazo, si es que lo hace alguna vez.
Las prioridades de Biden ciertamente son correctas, más aun sus alianzas. El descontento comercial y la falta de trabajo permitieron a Trump ganar las elecciones 2016 en estados industriales críticos como Michigan, Wisconsin y Pensilvania. Una breve lista de las prioridades urgentes incluye arreglar una Organización Mundial del Comercio (OMC) quebrada, construir una alianza más fuerte para enfrentar a China económicamente y resolver las crecientes diferencias con Europa sobre impuestos y regulaciones de privacidad para las empresas digitales, y evitar una espiral de nuevos intercambios comerciales.
En todo caso, los planes de Biden probablemente empeorarían los conflictos comerciales, al menos a corto plazo. Eso se debe a que sus propuestas económicas incluyen un trato preferencial para los productos fabricados en EE. UU. Una larga lista de subsidios a las industrias nacionales y una prohibición a las empresas extranjeras de la contratación pública. Estos son exactamente los tipos de prácticas proteccionistas que los acuerdos comerciales anteriores han tratado de contener porque aíslan los mercados internos de la competencia extranjera, son ampliamente abusados por gobiernos y corporaciones y, a menudo, conducen a una espiral de represalias por parte de otros países.
Los demócratas y sus aliados plantean un esquema de “compre productos estadounidenses” de 400.000 millones de dólares centrado en la infraestructura de fabricación estadounidense y la tecnología de energía limpia. Eso eliminaría a muchos proveedores europeos y asiáticos altamente competitivos. También está ofreciendo una cascada de subsidios gubernamentales a la industria, rompiendo lo poco que queda de los compromisos internacionales bajo la OMC y varios acuerdos comerciales para restringir esos apoyos. El plan Biden pide que las corporaciones estadounidenses reciban apoyo federal para repatriar cadenas de suministro críticas en sectores como equipos médicos, semiconductores y tecnología de comunicaciones, un tema sobre el que hay poca claridad entre demócratas y republicanos.
No parecería, como hemos hecho notar en el artículo sobre Kamala Harris, que las ideas que defienden ambos partidos sea realmente diferente. ¿Se puede aprovechar la “oportunidad histórica” que representa esta crisis mundial y transición histórica y la desoccidentalización? ¿El siglo XXI ha dado lugar a proyectos estratégicos alternativos al globalismo y a reinstalar esa idea del “fin de ciclo” de los gobiernos nacional-populares? ¿Es posible plagarse a esquemas de poder alternativos, de carácter multipolar, expresados en la propuesta BRICS, comandada por el eje China-Rusia, y el humanismo ecuménico interreligioso comandado por el Vaticano del Papa Francisco?
Cada emprendimiento, los BRIC, el Mercosur, un Nuevo Banco de Desarrollo, un Fondo de Reservas de Contingencia, son instrumentos que aparecieron como alternativas a los organismos internacionales de crédito tradicionales FMI y BM, buscando así una mayor soberanía productiva y una nueva arquitectura financiera global. Cualquiera de ellos atenta directamente contra las dos facciones en puja en las elecciones americanas.
No hay un mejor candidato para el mundo, menos aún para Latinoamérica.
Fuente: El Tábano Economista