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El silencio del abandono. Sobre el Trakl de Hugo Mujica

Por Lucas Soares

Los poetas merodean el secreto del ser. Nunca alcanzan a decir plenamente el abismo, pero lo rodean, evocan y sugieren. Trakl, el poeta alemán expresionista, fue uno de los poetas de las proximidades del ser. Trakl fue oficial enfermero en el ejército austriaco en la Primera Guerra Mundial. En esa condición, participó de la sangrienta batalla de Godrek. La visión de decenas de hombres sufrientes y mutilados lo lanzó violentamente hacia el horror insoportable. Morirá poco después por su propia voluntad en un hospital psiquiátrico de Cracovia. La densidad simbólica y lírica de sus versos inspira un acto de co-creación en el poeta argentino Hugo Mujica en La pasión según Trakl (Trotta, 2009). Lucas Soares fue convocado para una de las presentaciones de esta otra en la ciudad de Buenos Aires. Soares es doctor en filosofía y poeta, autor de la obra Anaximadro y la tragedia. La proyección de su filosofía en la Antígona de Sófocles (Biblos, 2002), y de obras de poesía. Profesor de filosofía antigua en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En su ponencia de presentación, que sigue a continuación, analiza con fina mirada, y con entonación poética, el vínculo Trakl-Mujica a través de evocaciones enriquecedoras de Hölderlin, Wittgenstein, Nietzsche, Heidegger, los presocráticos o el poeta ruso Osip Mandelstam. La ponencia fue pronunciada en la presentación de La pasión según Trakl de Hugo Mujica en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, en la Ciudad de Buenos Aires. el 16 de diciembre de 2009.

                                                                                                    Esteban Ierardo


                                                                                          

 

  Un poema no necesita tener significado y como la

mayoría de las cosas de la naturaleza a menudo no

lo tiene.

Wallace Stevens

 

 En sus Investigaciones filosóficas Wittgenstein introduce el problema de cómo explicarle a alguien en qué consiste entender un poema o tema musical, dado que ello compromete una experiencia insustituible e intransferible: "Hablamos de entender una oración en el sentido en que ésta puede ser sustituida por otra que diga lo mismo; pero también en el sentido en que no puede ser sustituida por ninguna otra. (Como tampoco un tema musical se puede sustituir por otro). En el primer caso es el pensamiento de la proposición lo que es común a diversas proposiciones; en el segundo, se trata de algo que sólo esas palabras, en esa posición, pueden expresar. (Entender un poema.). ¿Pero cómo se puede explicar, en el segundo caso, la expresión, cómo se puede transmitir la comprensión? Pregúntate: ¿Cómo hacemos que alguien entienda un poema o un tema musical?". La experiencia de un determinado poema o pasaje musical implica para Wittgenstein algo tan singular e inexplicable como un sentimiento: "¿Cómo vamos a explicar un sentimiento? Es algo inexplicable, singular. A lo sumo una descripción podría apenas insinuarlo". La respuesta de Wittgenstein al intento de entender y explicar un poema o tema musical pasaría entonces por rechazar siempre cualquier explicación que se ofrezca, no tanto porque sea falsa sino por tratarse justamente de una explicación. De allí que, tal como apunta Mujica en su libro, no es casual que Wittgenstein, quien formó parte del universo trakliano a través de su amigo Ludwig von Ficker, haya señalado respecto de la poesía de Trakl: "No entiendo la poesía de Trakl, pero su tono me deslumbra. Es el tono de un hombre genial".

Siguiendo la premisa wittgensteiniana, todo el libro de Mujica puede leerse como una descripción o, mejor, una insinuación de la poesía de Trakl. No una explicación: "Este libro, sinceramente, ni explica ni sabe: cuenta", nos dice en el Prólogo. Creo en este sentido que Mujica coincidiría plenamente con Wittgenstein respecto de la imposibilidad de explicar un poema o poética en particular. Y con Heidegger, quien en la Introducción a Los himnos de Hölderlin, apunta en la misma dirección que Wittgenstein: "‘Discurrir’ ‘acerca’ de poesía es del todo perjudicial, pues –necesariamente- un poema dice lo que tiene que decir. El peligro consiste en que despedacemos en conceptos y tesis la obra poética, que revisemos en un poema solamente las opiniones filosóficas del poeta y que, con ello, edifiquemos el sistema filosófico de Hölderlin y, desde ahí, ‘expliquemos’ su poesía, según lo que se llama explicar". Desde la primera página se nota que el libro de Mujica está escrito por un poeta, pues en ningún momento busca explicar la poesía de Trakl sino acompañar, como una música de fondo, su hablar. Al igual que esos pálidos ángeles que habitan el universo de Trakl, Mujica se alza como testigo, partícipe y víctima de la hiriente belleza de su poesía, haciéndonos a través del libro testigos, partícipes y víctimas de su larga convivencia con la obra del poeta. Lo más importante a la hora de escribir un libro es a mi entender encontrar el sitio desde el cual hablar. Y en este libro Mujica encuentra un punto personal desde el cual hablar sobre Trakl, basado en un estilo oracular que no busca explicar ni ocultar nada sobre el decir de Trakl, sino solamente significar su hablar. Como buen poeta, Mujica sabe que cuando hablamos de poesía se trata tan sólo "de dejar resonar y de dejarse alcanzar por un sentido". Como si la única forma de hablar de poesía fuese a través de un decir poético que, sin pretender explicarlo, continúa poetizando a partir de ese decir. A punto tal que podría decirse que el libro no es sino un largo poema fragmentario sobre la vida y la poesía de Trakl.

Mujica va enhebrando la vida del poeta con fragmentos de su obra. Va armando el fresco de un hombre cuya breve vida es inseparable de su breve obra porque, como nos dice, "su sangre es su tinta". Un poeta al que no sólo le duele una mujer en todo el cuerpo (su hermana Gretl), sino que también le duele la poesía en todo el cuerpo. Así es como Mujica extrae de la poesía de Trakl su biografía esencial. Y al escribir sobre la biografía poética de Trakl nos habla a la vez de su propia biografía, la relativa a su larga convivencia con la lectura del poeta. Digamos que para Mujica la poesía de Trakl no es meramente la poesía de Trakl. Es la biografía de una penosa humanidad acorralada por la culpa, la cocaína y el alcohol, a la vez que una biografía poética del ruinoso fin del siglo XIX y principios del siglo XX, el umbral de tiempo que a Trakl le toco en suerte. Ese "ateo y maldito" siglo XX que el poeta ruso Osip Mandelstam, seis años después de la muerte de Trakl, condensó en un par de versos que pueden leerse como una prolongación del universo trakliano: Siglo mío, bestia mía, ¿quién sabrá / Hundir los ojos en tus pupilas / Y pegar con su sangre / Las vértebras de las dos épocas? (…) ¡Pobre y bello siglo mío! / Y con una sonrisa insensata / Miras hacia atrás, cruel y débil, / Como ágil, antaño, una bestia, / Las huellas de sus propios pasos. El libro de Mujica nos cuenta la vida y la obra de otro poeta en tiempos de penuria. De un hombre que si bien desde el primer al último día sufrió profundamente, supo encontrar la manera de transfigurar su dolor a través de esa posibilidad única que brinda la poesía: la de poner en palabras y otorgarle un sentido al dolor esencial que nos aprieta. El libro puede leerse así como un fresco poético sobre la vida y la obra de un poeta que escribe con un pie adentro y otro afuera del mundo.

El Trakl de Mujica es lo más cercano a un poeta trágico. Es decir: el tipo de poeta que crea en y desde "la nocturna casa del dolor". Que hace del dolor su revelación, su camino trágico. El dolor como eje de su existencia, raíz de todo conocimiento y forma del encanto. La sabiduría trágica que pone en juego la poética trakliana supone un animarse a ver y a indagar trágicamente el carácter terrible y enigmático de nuestra existencia. Y no sólo un animarse a verlo sino también, como quería Nietzsche en "La voluntad de poder como arte", un animarse a vivirlo y a querer vivirlo. Un poeta que literalmente se abisma en su poesía, escrita bajo el temor y el temblor de su tiempo interior y exterior. Temor y temblor que también experimenta quien se hunde en la lectura de Trakl y quien lee a Mujica hablando poéticamente sobre su obra. Pero asimismo el Trakl de Mujica es lo más parecido a un poeta presocrático (porque, digámoslo de una vez, los presocráticos son más poetas que filósofos). Aquellos pensadores que, como bien pensaba Nietzsche, son los que mejor encarnan en la historia de la filosofía la vital sabiduría trágica. La dimensión presocrática de la poesía de Trakl estriba en los tópicos que articulan su universo: la tensión o guerra heráclitea entre contrarios (bien y mal, ser y no ser, éros y thánatos, luz y sombra, Apolo y Dioniso, etc.). La vida y la obra poética de Trakl ilustran de alguna manera la parábola que recorre el universo trágico que Anaximandro de Mileto inmortalizó en su más celebre fragmento, mencionado por Mujica a la luz de la lectura trágica que de ese fragmento hizo Nietzsche en el siglo XIX: nacer como injusta separación de la unidad primordial, infinita e indeterminada; nacer como violenta individuación. Decía Anaximandro en su fragmento: "a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan la culpa unas a otras y la reparación de la injusticia, de acuerdo con el ordenamiento del tiempo". El universo que se desprende de este fragmento es el que vertebra la poética del Trakl de Mujica: generación, oposición, expiación mutua de la culpa y la injusticia, y ulterior pérdida o perecimiento de las partes en conflicto. No es casual que Mujica apunte al respecto: "En Trakl, en su vida y en su obra, se representó el combate trágico entre culpa y expiación". Pero esa parábola que describe el fragmento de Anaximandro es también la parábola que enmarca el tiempo histórico de Trakl, a cuya vida bien le cabe el título de aquel libro de Cioran: Del inconveniente de haber nacido. Porque para Trakl nacer es separación, individuación, exilio de la unidad primigenia: "Grande es la culpa del que ha nacido, dice en uno de sus versos. Pero a la vez, de la separación de la pura e indeterminada unidad que supone haber nacido, su poesía pasa a la -inversamente proporcional- bendición poética de los inmaculados no nacidos. Tal es la poesía huérfana de la totalidad que, según Mujica, nos legó Trakl. Una escritura que por el inconveniente de haber nacido deviene expiación incompleta y vislumbre expresionista de las guerras mundiales que atravesaron el siglo XX. Felicidad quebrada e inminencia de una revelación que nunca se produjo.

Como quería Heidegger parafraseando a Heráclito (porque todo la conferencia "El origen de la obra de arte" puede leerse como una nota al pie del fragmento de Heráclito sobre el Lógos como armonía invisible de tensiones opuestas), la obra de arte enciende un combate que no debe apagarse y que siempre se sustrae a todo intento de síntesis. Un combate entre tierra y mundo, es decir, entre ocultamiento y desocultamiento. Tal es el combate inherente a la verdad o, lo que es lo mismo, la manera en que la verdad acontece en ese lugar privilegiado que es para Heidegger la obra de arte. Es en ese sentido que en Trakl, como dice Mujica, el conflicto se torna creación. Su poesía se alza en el seno de ese combate perpetuo de tensiones opuestas del que tan bien nos supieron hablar Anaximandro, Heráclito, Nietzsche y Heidegger, filósofos poetas que a través de su pensar se hicieron cargo de los claroscuros existenciales que atraviesan sin distinción nuestras vidas. Que suscriben una experiencia oracular de la verdad. De una verdad que dice y calla a la vez

El Trakl de Mujica es un poeta que siempre está triste, aun cuando es feliz. Un poeta que traza en su obra un diagnóstico poético del ocaso de los ídolos-ideales erigidos por el pensamiento occidental. Pero diagnosticar -lo sabemos por Nietzsche, de quien Trakl fue un asiduo lector- no implica comulgar o regodearse en las aguas del nihilismo. Si se quiere, y para ponerlo en términos nietzscheanos, Trakl sería más bien partidario de un nihilismo activo. No reactivo. Es decir: un tipo de pensador que vislumbra y asume el advenimiento del nihilismo, extrayendo de esa asunción la fuerza necesaria para emprender la más valiente tarea de transvaloraración poética de los valores establecidos. De creación de nuevos sentidos para entender nuestro mundo interior y exterior. Porque, como señala Mujica, la belleza del dolor desmiente en Trakl "toda cínica complacencia con el nihilismo, todo pesimismo final". Detrás de sus reiteradas imágenes poéticas sobre un "mundo reducido / a ramera, feo, enfermo, podrido y apagado", refulge en el fondo de la poética de Trakl una dureza optimista u optimismo trágico. Porque a pesar de su lacerante belleza, o precisamente a causa de ella, la poesía de Trakl se torna tan vital como una tragedia griega, en la que la salvación llega por el lado del sufrimiento. O de la mano de ese peligro en cuyo seno, como quería Hölderlin, estriba la salvación. "La creación en la que el dolor se transfigura en sentido: da salvación", dice Mujica. Su Trakl es así un hombre que a causa del sufrimiento en que se abisma puede llegar a expresar lo que realmente siente: el silencio del abandono, el más profundo dolor de todos. Si en Trakl hay un Dios, éste sería un "pálido Dios" que siempre llega tarde. A la hora del crepúsculo. De allí que la pareja conceptual que articula la poesía trágica de Trakl pase para Mujica por el sufrimiento, la mostración y expiación de la culpa, y la salvación.

Se nota que Trakl es un lector de Dostoievski, para quien el sufrimiento, como nos recuerda Mujica "es la esencia de la vida y de la comprensión de esa vida". Toda la obra de Trakl puede leerse como una glosa poética a aquella frase letal planteada por Dostoievski en Los hermanos Karamazov: "si Dios ha muerto, todo está permitido". Allí reside toda la fuerza del universo trakliano: en la respuesta poética a la pregunta de qué hacer en un mundo vacío de dioses. Su poesía viene a decirnos que, mientras aún quede margen para poetizar acerca de este mundo vacío de dioses, no todo está perdido. Como un suicidado por la sociedad, el Trakl de Mujica tiene la virtud de hacernos escuchar, en tiempos de penuria y huidos ya los dioses, "el silencio del abandono". Ese silencio que todo lo invade a pesar del fragor que ensordece a diario nuestra existencia, haciéndonos creer que ese silencio no está. Como en aquel bello poema de Quasimodo, en la poesía de Trakl, después de ser atravesados por un rayo de sol, enseguida anochece. Porque el eje en torno al cual gira su poética es, según Mujica, puro anhelo y perdida de lo que nunca se tuvo. O mejor: asignación de sentidos para lo que nunca se tuvo. Por esta razón, decía Hölderlin, lo que realmente permanece lo instauran los poetas.

Dice Nietzsche al inicio de su Genealogía de la moral: "Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, - ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?". Así fue como Trakl quiso saber quién era mirándose en el espejo de su poesía, cuyo reflejo es el recorrido, infructuoso como todo decir poético, de ese incansable buscar sin encontrarse. Pues para el Trakl de Mujica encontrarse sería de alguna manera dejar de escribir. Pero ¿para qué buscarse para escribir o escribir para buscarse? ¿Para qué poetas en tiempos de penuria? La respuesta de Trakl, nuestro Hölderlin del siglo XX, sería: para hallar nuevos sentidos que nos permitan vivir mejor el vacío que nos oprime. Para prestar atención al ininterrumpido silencio del abandono que todo lo invade. Para que podamos seguir leyendo libros como éste de Hugo Mujica.


(*) Fuente: Lucas Soares, "El silencio del abandono. Sobre el Trakl de Hugo Mujica", ponencia pronunciada en presentación de La pasión según Trakl de Hugo Mujica en Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, Ciudad de Buenos Aires. el 16 de diciembre de 2009.


 

Fuente: Temakel

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