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El centenario de Chavela Vargas o cómo morir en vida

Por Mónica Maristain

En tierra azteca se hizo grande y miserable a la vez. Primero fue su deambular por las calles, en esas madrugadas del Distrito Federal que recorrió cantando y bebiendo, cuando se iba haciendo una mujer y gastaba las suelas en busca de alimento y de ser escuchada. La leyenda cuenta que llevaba pistola a la cintura y se vestía de hombre.

Le gustaba comer una “carnita suave”, odiaba cocinar y entre todos los manjares de la naturaleza prefería la fruta. Pocas cosas la impresionaban. Ni siquiera el Zócalo metropolitano, una prueba de riesgo para cualquier intérprete y que sin embargo ella transitó con cierto desdén en su vuelta a la vida en 2000 y luego, ya recontraconsagrada en México, cuando presentó el libro Las verdades de Chavela.

“Bah, el Zócalo, a esta altura nada me impresiona, ya se acabó todo”, dijo despreocupadamente en uno de sus últimos encuentros con la prensa en 2010, cuando a sus lúcidos 91 años ya hablaba de la muerte y pedía que “nadie derramara lágrimas en mi tumba”.

Si el gran poeta turco Nazim Hikmet había acuñado aquello de “vivir porque esa es tu tarea, vivir como si nunca hubiésemos de morir”, la fantástica vida de Isabel Vargas Lozano, nacida en Costa Rica el 17 de abril de 1919, fue un eterno morir y resucitar, morir en vida y renacer cuando nadie se lo espera.

¿Cuántas veces murió Chavela Vargas?

La última, se dice, fue aquel domingo 5 de agosto cuando dejó de respirar a los 93 años, en Cuernavaca, la ciudad que amaba y donde aprendió a ser “La Chamana”, como le gustaba llamarse.

“Me voy a morir en martes así no los jodo a todos ustedes, que van a tener que andar de acá para allá para dar la noticia y van a andar diciendo, pinche vieja, cómo se murió en domingo”, le dijo a los periodistas en su casa de Tepoztlán, aquella soleada mañana de octubre de 2010.

“Al final de cuenta, soy muy buena, nunca me enojo con los periodistas, ustedes podrían ser mis nietos, cómo estará la cosa”, bromeó.

Y no cumplió, porque de todas sus muertes alcohólicas y amorosas, elegía la agonía del tiempo presente, haciéndole un guiño a su propio mito para decir, con su voz amarga como el agave: “Soy esta de ahorita, no me gusta que me escarben”.

Murió en domingo. Nadie, que se sepa, dijo de Chavela, “pinche vieja”

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La que murió muchas veces

La primera muerte de Chavela Vargas aconteció cuando ella era apenas una adolescente y dejó atrás la pequeña localidad de San Joaquín de Flores, en Costa Rica, para vivir durante más de siete décadas en México.

En tierra azteca se hizo grande y miserable a la vez. Primero fue su deambular por las calles, en esas madrugadas del Distrito Federal que recorrió cantando y bebiendo, cuando se iba haciendo una mujer y gastaba las suelas en busca de alimento y de ser escuchada. La leyenda cuenta que llevaba pistola a la cintura y se vestía de hombre.

Entró a la carrera profesional cuando ya tenía unos muy vividos treinta años. Lo hizo de la mano del compositor mexicano José Alfredo Jiménez, muerto en 1973 víctima del alcoholismo, una adicción que compartieron y que fue la marca trágica en la vida de ambos artistas.

“Una vez, hace 15 años, tomé el último trago. Me sentí morir y lo dejé para siempre”, dijo en 2010. Había muerto a causa del tequila y había resucitado otra vez.

“Una vez, hace 15 años, tomé el último trago. Me sentí morir y lo dejé para siempre”, dijo en 2010. Foto: Especial

“Fue la lucha más difícil que he librado”, dijo la Vargas a propósito de su afición a la bebida, un hábito que dejó a los 79 años, luego “de haberme tomado todo el alcohol del mundo”.

“En el Tenampa, una noche me dijo José Alfredo: – Chavela, hoy no vamos a tomar mucho, unas dos o tres copas, nomás. Pero no, nos tomamos todo e invitamos a los que andaban por la calle. Al final, terminamos en la cárcel, porque el presidente Adolfo López Mateos mandaba policías a cuidarme, para que no tomara. Una vez me escapé por la puerta de atrás de la cantina y no me encontraron”, se ufanaba.

“Agustín Lara siempre nos invitaba a su casa. Y cuando pasaban algunas horas le decía al chofer: – Lléveselos, ya no los soporto”, solía contar entre carcajadas

“Una noche estaba en España cantando y entró Pedro Almodóvar y le dije: – Tú tenías que perder y he perdido contigo”, contó haciendo referencia a lo que el director manchego calificó de “relación de mucha piel” que mantenían ambos artistas, quienes se tocaban y se besaban mucho cuando se veían. Y se veían seguido.

Fue el director de Mujeres al borde de un ataque de nervios el primero que mostró su dolor aquel lunes de agosto cuando el mundo artístico amaneció con la muerte física de Chavela Vargas. Lo hizo en una extensa carta que publicó en su página oficial.

Joaquín Sabina, el cantautor español que se inspiró en Chavela para escribir la impresionante “Por el bulevar de los sueños rotos”, fue otro de sus dolientes viudos en el afecto, una pena que expresó en una sentida nota publicada en El País.

Chavela, que se retiró en los 70 a la muerte de su amigo, para regresar triunfalmente en 1991 y vivir una segunda vuelta en su fructífera carrera profesional, grabó su primer disco en 1961 y desde entonces son más de ochenta los trabajos que ha dejado como herencia.

La larga vida de la que disfrutó y padeció, tuvo en su último tramo una serie de reconocimientos tanto en México como en el extranjero, sobre todo en España, donde Almodóvar y Sabina la difundieron con pasión.

Fue distinguida en España por la Universidad de Alcalá de Henares como Excelentísima e Ilustrísima Señora. En el 2000, el presidente José María Aznar le impuso la Gran Cruz de Isabel la Católica. Con su espíritu rebelde, en el 2007 rechazó un Grammy honorífico, máximo premio otorgado por la industria musical.

“Detesto la presunción de los artistas. El arte hay que expresarlo en el escenario. Yo soy buena ahí arriba y no me importa que al bajar digan de mí que soy una vieja antipática”.

“Juan Gabriel está muy histérico, un día te recibe con una gran sonrisa y otro día ni te habla. En uno de esos días que no me habló me dije: – Me voy a suicidar, pero no pude, qué se va a hacer”, ironizaba.

En México, había decidido que su heredera fuese Lila Downs. Le gustaba escuchar cantar a Alejandro Fernández. “Antes no lo quería nada, porque era muy presumido, pero qué voy a hacer, tiene una voz preciosa y me terminé de enamorar cuando le entregué una de las Lunas del Auditorio”, contó.

“A Don Chente (por Vicente Fernández) no lo veo mucho. Como que no nos caemos bien”, confesó.

Su conmovedora interpretación de canciones paradigmáticas como “La llorona” y “Macorina” le dieron gran trascendencia internacional e hicieron que su imagen de mujer madura, vestida con ponchos tejidos por los indígenas mexicanos, cobrara un sentido icónico que la puso al lado de otros símbolos importantes para la cultura nacional, como Diego Rivera y Frida Kahlo.

Chavela Vargas, la esencia de la canción y el sentimiento de un país que la adoptó como propia, fue amiga precisamente de Frida Kahlo (“una de las mujeres más hermosas que vi en mi vida”, manifestó en una ocasión), de Pablo Neruda y, fundamentalmente de su querido José Alfredo, compañero de borracheras y de canciones que regalaban a los enamorados en serenatas espontáneas.

Fue una niña poco querida por sus padres, quienes al divorciarse se la dieron a unos tíos, “con quienes viví cosas horrorosas”, según contó en su biografía, que tituló con una línea de la canción de Jiménez, “Un mundo raro”.

En Y si quieres saber de mi pasado, tal como se llamó el libro, la cantante se refirió a su homosexualidad, de lo enamorada que estuvo de Frida Kahlo y de lo mucho que sufrió para dejar la bebida.

Símbolo de la música latinoamericana, su estampa singular también visitó el cine, cuando apareció cantando en la película de Almodóvar “La flor de mis secretos”. El director manchego también incluyó una de sus canciones en Tacones lejanos y, en 1991, hizo lo propio el alemán Werner Herzog en la película Grito de piedra.

Como era de esperarse, Chavela también apareció brevemente en Frida, el filme que protagonizó la actriz mexicana Salma Hayek.

Fue invitada en 2003 a cantar en el Carnegie Hall de Nueva York y fue aplaudida en muchas otras partes del mundo.

Cuando se le hacía notar que no era un buen ejemplo para quienes quisieran dejar de beber, pues ella tomó alcohol durante muchos años y, sin embargo, vivió 93 años, la cantante respondía: “Por eso, fui un buen ejemplo”.

“Nací y evolucioné, de niña a mujer, de mujer a cantante, de cantante a borracha y lo demás no lo digo”: palabra de Chavela Vargas, la que murió en vida. Muchas veces

Foto: Sin etiquetas

Fuente: MaremotoM

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