• 19 de marzo de 2024, 8:44
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La Iglesia, la apostasía, el aborto.

Por Eduardo de la Serna



Conozco bastantes casos de personas que han decidido (o pensado seriamente) apostatar en estos días. Y, debo decirlo, las comprendo perfectamente.

 

Tengo claro que la Iglesia no es la jerarquía, sino el Pueblo de Dios (cosa que no siempre la jerarquía manifiesta tener claro, porque parece seguir actuando como papitos que le dicen sin dudar ni preguntar a sus hijos infantes qué deben decir, qué deben hacer [o no] y qué deben pensar). Tengo claro que la Iglesia no es objeto de fe: creo en Dios, no creo en la Iglesia, y porque creo en Dios dentro del pueblo de Dios, pueblo de fe, no me parece – para mí – necesario mezclar a Dios con la Iglesia. Tengo claro, también, que la Iglesia (como todos los ministerios) no existe “para sí” sino para el mundo. Y sobre esto quisiera decir algo brevemente.

 

Ya los grandes profetas tuvieron la tentación de mirarse a sí mismos en lugar de mirar a Dios y al pueblo. Jeremías dice “soy un muchacho” y Dios lo corrige: no digas eso, donde te envíe irás, lo que te mande dirás (Jer 1,4-10); Ezequiel tiene la tentación de no anunciar lo que Dios le manda ya que sabe (y Dios mismo se lo ha dicho y repetido) que no le harán caso y no le prestarán atención (si no les dices lo que te mando decir, te pediré cuentas; Ez 3,16-21). Ese es, y se repite insistentemente, el rol de los pastores. Los pastores no existen para sí, existen para el rebaño y para la familia (y por eso un buen pastor ha de estar dispuesto a arriesgar su vida ante el peligro, para no perder ovejas y no dejar a la familia sin ellas). Hay pastores de todo tipo, en la Biblia, pero la crítica a los malos es durísima:

 

  • Como ovejas son llevados al Seol, los pastorea la Muerte, van derechos a la tumba. Su imagen se desvanece, el Seol es su mansión. (Sal 49,15)
  • Así dice el Señor Yahvé: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? (Ez 34,2; ver vv.8 y 10)
  • apacienten el rebaño de Dios que les han confiado, [cuidando (episkopein) de él] no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por ambición de dinero, sino generosamente (1 Pe 5,2)
  • Los malvados desplazan mojones, roban rebaños y pastores. (Job 24,2)
  • Porque él es nuestro Dios, nosotros somos su pueblo, el rebaño de sus pastos. ¡Ojalá escuchen hoy su voz! (Sal 95,7)
  • Efraín (= Israel) se apacienta de viento, va detrás del viento del este todo el día, multiplica la mentira y la violencia. Hace alianza con Asiria, envía aceite a Egipto. (Os 12,1)
  • Éstos son una mancha cuando banquetean desvergonzadamente en sus ágapes y se apacientan a sí mismos; son nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos, arrancados de raíz; (Jud 1,12)

El bienestar del rebaño es la clave para reconocer un buen pastor.

 

Es interesante que en los tiempos finales del Nuevo Testamento se comienza a unir la imagen del pastor y la de la vigilancia (episkopein, de donde vendrá el término “epíscopo”, obispo). El texto de 1 Pedro citado más arriba es un ejemplo, Hechos 20,28 es otro:

 

“Cuídense ustedes y cuiden a todo el rebaño que el Espíritu Santo les encomendó como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él adquirió pagando con su sangre”.

 

Dios y el pueblo son lo que cuentan, no los pastores.

 

Pero cuando la miopía, o un mal análisis desde el temor o la incapacidad, el fundamentalismo o los propios límites hacen “mirar mal” (vigilar mal) es probable que “las ovejas se dispersen” (ver Mc 14,27; Jn 10,12). Si la Iglesia se ve a sí misma como “una”, no estaría de más saber que la “dispersión” suele ser un atentado contra su propio ser eclesial. Y hay veces que la falta de pastores, o de pastores buenos, provoca una dispersión que no es querida por Dios. No ver bien el mundo, los peligros, la realidad en suma, puede provocar una dispersión de un rebaño que no es de los obispos ni de la Iglesia, sino “de Dios”. Ante los diferentes momentos que enfrenta el Pueblo de Dios, ¿desde dónde hablan los pastores?: ¿escuchan a su pueblo para ver sus miradas, necesidades, dolores? ¿O escuchan lo que quieren escuchar? ¿Se escuchan?

 

Porque quienes queremos también ser pastores y mirar, escuchar y dar nutrientes a nuestras comunidades vemos que muchos se dispersan porque otros pastores no los han acompañado. Dios, “como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas” (Is 40,11) y muchas veces pareciera que otros pastores expulsan de sus rebaños (como si fueran dueños) a miembros dolidos, sufrientes, necesitados del abrazo. A veces, ver pastores miopes que no analizan ni escuchan atentamente (aunque deban escuchar unas, o cientas de voces disonantes), resulta sumamente duro. Y ver conocidos y amigas/os que han decidido romper con esos pastores, apostatar de esa Iglesia (que no es necesariamente ni rechazar a Dios, ni a Jesús y – a veces – ni siquiera las cosas de Dios, como pueden ser los sacramentos), lamentablemente es algo que entiendo. Tratar a los cristianos adultos como corderitos mansos, aptos para llevarlos y traerlos como nos parece, y como verdaderos menores de edad es no haber entendido la metáfora del pastor. Algunos corderos crecen, y les crecen también sus cuernos para defender lo que saben propio (1 Henoc 90,9-11).

 

 

Foto tomada de http://losabuelosdemihistoria.blogspot.com/2009/07/los-fortines-en-argentina-en-argentina.html

Fuente: Blog de Eduardo de la Serna

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