• 25 de abril de 2024, 9:23
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Cuando la realidad importa

Por Eduardo de la Serna

Definir “la realidad” no es fácil. ¿Qué es lo real y qué no lo es? Para ser precisos es más fácil definir o hablar de qué cosas no son “realidad” que aquellas que sí lo son. El campo de las ciencias, por ejemplo permite ciertas certezas. Podemos afirmar que un perro no es un vegetal y será algo “real”. En ocasiones se la ha identificado (y a veces se la utiliza como sinónimo) con la verdad: “la única verdad es la realidad” y por momentos parece correcto hacerlo. Pero hay una serie de elementos que ponen en cuestión estos elementos. Hay datos que ayer eran tenidos como “reales" y hoy se niegan o – al menos – se dudan. Plutón ¿es o no un planeta? Hay veces, además, en que las interpretaciones ponen en crisis lo que se considera real, y el terreno político es el más fecundo en este aspecto (las diferentes interpretaciones frente a un hecho concreto son habituales, con frecuencia necesarias y a veces complementarias). Y – todavía más – hay circunstancias en las que la verdad/realidad no importa sino que cuenta lo que se elige o quiere creer; es lo que se ha llamado la “posverdad”.

Vayamos a algunos aspectos. El famoso dicho goebbeliano “miente, miente que algo queda” tan duranbarbescamente utilizado en el presente por la prensa hegemónica vuelve verdad absoluta un “dicho” (que no un “dato”) y “claramente mentiroso” cualquier intento de desacreditarlo. Un gobierno, como el presente, con una fenomenal capacidad de transformar un error, un delito o una mentira en todo lo contrario puede “aparecer” como víctima por las denuncias de los Panama o los Paradise Papers, puede aparecer como casi heroico en los crímenes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel y gran defensor de la justicia en la prisión política de Milagro Sala, mientras aparece a su vez como misericordioso en la “domiciliaria” de Etchecolatz y otros genocidas. Todo eso es visto por una inmensa mayoría como “realidad” que eligen creer posverdaderamente, obviamente con la complicidad activa y militante de una prensa hegemónica que pretende transformar su oligopolio en monopolio a fin de que no haya resquicio a la duda. ¿Quién podría dudar que algo es real/verdad si no hay manera de enterarse al menos de “la otra campana”? Que nadie pueda enterarse de algo ocurrido, o que sólo se escuche una única interpretación parece una suerte de paraíso macrista, deseado y al que se pretende llegar.

Pensar la realidad, pensar la verdad, poner en crisis relatos, dudar de datos adquiridos, proponer otra mirada no transforma necesariamente “la realidad”, pero puede – al menos – permitir “otra lectura”, o incluso “desenmascarar” lo que no es real pero es “vendido” (nunca mejor usado el verbo) como tal. Es verdad que hay quienes temen a la verdad, que no quieren mirar de frente a la realidad, tantas veces dolorosa (“no me digas”, “no quiero oírlo / saberlo”), pero ciertamente esos tales podrán aportar votos pero difícilmente serán constructores de historia. Difícilmente serán artesanos de una realidad diferente… diferente y posible.

¡En esas estamos!

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