• April 27, 2024 at 6:37 PM
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Tercera Guerra Mundial, los BRICS y la salvación del planeta

Por Boaventura de Sousa Santos*

Me hago la misma pregunta que el gran intelectual comunista portugués, Bento Jesús Caraça, se hizo en 1932 y suscribo el mismo pronóstico. Tras afirmar que, a medida que se acercaba la Primera Guerra Mundial, “los intelectuales (con excepción de Romain Rolland en Francia y, añadiría yo, Karl Kraus en Austria), en lugar de arrojar todo el peso de su prestigio en la balanza para tratar de impedir que estallara la catástrofe y poner orden en un caos de locura, utilizaron ese mismo prestigio para avivar las llamas y aumentar el desorden. Donde debían elevarse, se degradaron; para cumplir una misión noble y humana, prefirieron la traición”.

Las preguntas son: ¿ha cambiado la situación en el presente? ¿Vemos signos claros y precisos de una intención de redimir un pasado oscuro? La respuesta de BJC es inequívoca: “La verdad es que ¡no! Hay sin duda grupos importantes de ‘hombres firmes’, de ‘hombres de buena voluntad’ que ponen lo mejor de su inteligencia y de su actividad en la lucha contra la guerra, pero desgraciadamente, la mayoría, la inmensa mayoría de los intelectuales se preparan para una nueva renuncia al espíritu. Si estalla una guerra, y nunca hemos estado tan cerca de ella, volveremos a ver surgir por todo el mundo miles de fáciles héroes de escritorio, escupiendo los mismos torrentes de mentiras que llevarán a otros al frente de la batalla… y les asegurarán estar cómodos en la retaguardia.”[1]

Diez años antes, Karl Kraus escribió en Los últimos días de la humanidad: “El humor no es más que la acusación que se lanza a sí mismo alguien que no se ha vuelto loco ante la idea de haber soportado presenciar las cosas de este tiempo en su sano juicio”.[2]   Y se desahogaba: “una confesión tan completa de culpa por pertenecer a esta humanidad será bienvenida en alguna parte, y siempre será útil”.

Como Caraça, Rolland y Kraus, no me satisface que se produzca una nueva guerra mundial, ya por tercera vez. Y sin duda la última, si se trata, como es probable, de una guerra nuclear. “¡No en mi nombre!” El papel del intelectual es unirse a los ciudadanos activos por la paz, a los partidos políticos y movimientos sociales que desean realmente la paz y denuncian a las fuerzas mundiales que promueven la guerra como medio de perpetuar su poder. Pero la experiencia nos demuestra que esta lucha, para ser eficaz, debe tener una dimensión organizativa. De eso voy a hablar en este texto.

Desde hace cien años, Europa está al borde de la guerra mientras se cura las heridas de la guerra anterior. Cada vez, los motivos son diferentes, pero han tenido en común el hecho de que, aunque nacieron aquí, llevan consigo el mundo y son, por tanto, globales. Así hemos vivido entre guerras. Quizá sea poco conocido que, en cuanto terminó la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas conservadoras, especialmente los católicos y los campesinos, se preguntaban voluntariamente cuándo empezaría la nueva guerra, ahora contra Rusia. La retórica de la incipiente Guerra Fría exaltó los ánimos, y sólo se enfriaron cuando Occidente contempló pasivamente cómo los soviéticos aplastaban el levantamiento húngaro de 1956. La paz iba a durar. La paz que duró fue la que hicieron posible la Guerra Fría y las numerosas guerras calientes regionales en África, Oriente Próximo y Asia. ¿Qué hay de nuevo ahora?

Si analizamos los debates internos en EEUU antes de su intervención en las dos primeras guerras mundiales, vemos que EEUU empezó declarándose neutral; la intervención posterior a favor de los aliados fue algo reticente y contraria a la ideología del aislacionismo que había sido tan popular hasta mediados del siglo XX. Por el contrario, la tercera guerra mundial en ciernes es un proyecto estadounidense. Europa sólo es un aliado menor. ¿Por qué? En las dos primeras guerras, el imperialismo estadounidense se encontraba en una fase ascendente y las guerras se utilizaron únicamente para consolidar esta posición dominante a escala mundial. EEUU salió fortalecido de cada guerra. Basta recordar que en 1948, el PIB estadounidense era casi la mitad del PIB mundial (en 2019 era el 24%). En estos momentos, EEUU está en declive y la guerra ha sido la opción tomada desde la época del presidente Clinton para frenar el declive, porque es en el complejo militar-industrial donde EEUU tiene la superioridad más inequívoca sobre las potencias rivales. Basta pensar en las más de 800 bases militares repartidas por todo el mundo.

De hecho, EEUU ha estado en guerra permanente desde su fundación, pero las guerras nunca son las mismas, y sólo tienen en común que tienen lugar lejos de sus fronteras. Hoy es una guerra de hegemonía; si hasta hace un tiempo la opción nuclear estaba radicalmente excluida, hoy se ha convertido en uno de los escenarios posibles. La gravedad de la situación se deriva del hecho de que el declive de Estados Unidos no sólo es evidente en la política y la economía mundiales. Ahora es descaradamente visible en casa. En el país más rico del mundo, más de tres millones de niños mueren de hambre cada año.[3] De los jóvenes delincuentes (de entre 10 y 17 años) internados en centros de detención, el 42% son negros, a pesar de que el porcentaje de jóvenes negros en la población juvenil estadounidense es del 15%.[4] En 2023 se produjeron 630 masacres (tiroteos masivos, en los que murieron más de 4 personas). En 2021 murieron casi 50.000 personas por armas de fuego, de las cuales más de la mitad fueron suicidios.[5] En 2023, había 653.100 personas sin hogar, un 12% más que en 2022.[6] Las elecciones de 2024 serán sin duda libres, pero no serán justas, dada la presencia de dinero negro (dark money) en la financiación de las campañas, y puede que ni siquiera sean pacíficas.[7]

Ante este declive multidimensional, Estados Unidos centra cada vez más energía en la guerra de hegemonía. La guerra de hegemonía es aquella cuyo objetivo es concentrar y mantener el poder en el Estado hegemónico en cuyos intereses se establece el orden internacional, un orden que es unipolar por naturaleza. La dualidad de criterios en el “orden basado en normas” (compárese Ucrania con Palestina) es la principal característica del orden hegemónico. Con el colapso de la Unión Soviética y el fin del Pacto de Varsovia (1991), la guerra de hegemonía parecía ganada para siempre. Pero como el desarrollo del capitalismo mundial es desigual y combinado, han surgido desafíos a la hegemonía estadounidense, en gran parte derivados del desarrollo de China. En 1949, la China comunista comenzó a prepararse para un siglo de fortalecimiento que devolvería a China la posición en la cúspide del sistema mundial que ocupó hasta 1830, aunque desde el siglo XVI en una cierta multipolaridad con la Europa imperial.

Como afirma Xulio Ríos en La metamorfosis del comunismo en China, Mao Zedong puso a China en pie, Deng Xiaoping la desarrolló y Xi Jinping personifica el impulso final para hacer de China un país poderoso con una posición central en el sistema mundial, que culminará en 2049.[8] Mientras Mao dejó de lado la cultura confuciana tradicional y Deng priorizó el desarrollismo por encima del marxismo, el Xiismo busca una síntesis de las tres ideologías fundadoras con la idea de un “socialismo con peculiaridades chinas en la nueva era”.

Dado que, durante la época de la globalización, China fue el socio que ayudó a disimular el declive económico de EEUU, las alarmas de la guerra hegemónica sólo empezaron a sonar en tiempos de Bill Clinton. Pronto los neoconservadores (un grupo ideológico que va desde Hilary Clinton hasta Victoria Nuland y su marido, para quienes no hay que negociar con los rivales de la hegemonía estadounidense; hay que destruirlos) tomaron el control de la política exterior estadounidense. Los rivales tienen eslabones débiles y ahí es donde hay que atacarlos. China tiene dos: su principal aliado, Rusia, y Taiwán. La guerra de Ucrania fue desde el principio una estrategia de cambio de régimen (no en Ucrania, sino en Rusia). El objetivo era desgastar a los líderes políticos rusos (especialmente a Putin), como se hizo en los años 80, hasta que llegó un doble de Gorbachov y convirtió a Rusia en amiga de EEUU, y por tanto enemiga de China, lo que llevaría inmediatamente a China a quedar confinada en Asia. Como está claro hoy, el objetivo fracasó, Rusia se hizo más fuerte y su presencia multisecular en Eurasia se expandió aún más.

El martirizado pueblo de Ucrania y los pueblos de Europa, manipulados por una guerra de propaganda sin precedentes, están pagando un alto precio por esta estrategia. Como Volodymyr Zelensky sabe poco de relaciones internacionales, no conocía la frase de Lord Palmerston con los ojos puestos en EEUU: “Las naciones no tienen amigos ni aliados permanentes; sólo tienen intereses permanentes”. Si no puede ser sustituido, Zelensky podría tener un accidente fatal en un futuro próximo. El otro eslabón débil de China es Taiwán, y es aquí donde la guerra de hegemonía podría librarse con mayor violencia. Será una nueva Ucrania, pero en la que Estados Unidos aprenderá de los errores cometidos en Europa.

Como los amos de la historia desprecian la impertinencia de esta, no previeron la resistencia anticolonial del pueblo palestino, en este caso protagonizado por Hamás. La guerra de Israel contra Palestina es cualitativamente diferente de la guerra de Rusia contra Ucrania por tres razones principales. Por un lado, la primera es una guerra colonial de exterminio, la segunda es una guerra de contención. Por otro lado, EEUU no es un aliado de Israel. EEUU es Israel, porque el lobby pro-israelí controla tanto la política interior como la exterior de EEUU. Por último, la guerra de Israel, lejos de ser una perversión del mundo occidental, es su espejo más cruel y fiable: una civilización que desde el siglo XVI ha creado y celebrado la humanidad mientras deshumanizaba a la mayor parte de ella. Al otro lado están los perdedores históricos del expansionismo europeo, el mundo islámico. La posibilidad de una escalada global de la guerra es cualitativamente mucho mayor en este caso. De ahí la inmediata desinversión en Ucrania. También en Oriente Medio, los neoconservadores tratarán de encontrar el eslabón débil de las alianzas chinas. Este eslabón es sin duda Irán. Probablemente será el próximo objetivo.

La resistencia contra la Tercera Guerra Mundial

La Historia es siempre contingente, por mucho que algunos factores parezcan determinarla. La tercera guerra no es inevitable. Las fuerzas de la resistencia y de la paz no están en Europa, el continente más violento del mundo. Es cierto que en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial surgió en Europa un poderoso movimiento pacifista, cuya mayor (y última) manifestación fueron las protestas contra la guerra de Irak en 2003. Este movimiento fue especialmente fuerte en Alemania, que, sin embargo, desde la guerra de Ucrania ha vuelto a sus peligrosos impulsos belicistas. La resistencia está en el Sur global.

En este texto, por Norte Global se entiende la Europa de los antiguos proyectos imperiales (sin Rusia), así como Japón y las antiguas colonias donde dominaban el racismo y el nacionalismo blanco (EE.UU., Canadá, Nueva Zelanda y Australia); el Sur Global, por su parte, son todas las demás antiguas colonias europeas y los países que, aunque no eran colonias europeas, estaban dominados por Europa (como China tras las Guerras del Opio).

Es posible que esta denominación sea transitoria y no dure mucho, ya que es subsidiaria de la fase más reciente de la globalización colonial-capitalista que, como sabemos, ha ido perdiendo terreno. El otro problema de esta denominación y de la dicotomía que conlleva es que homogeneiza las diferentes realidades sociohistóricas incluidas en cada uno de los polos de la dicotomía. Un análisis histórico no eurocéntrico mostrará la gran heterogeneidad tanto del Norte global como del Sur global. Basta con tener en cuenta que el Norte global incluye las potencias coloniales europeas y algunas de sus antiguas colonias. Por otra parte, dentro de Europa siempre ha habido asimetrías propias del colonialismo interno, de la Europa del Norte en relación con la Europa del Sur, de la Europa Central en relación con la Europa del Este, de las ciudades italianas y sus plantaciones en Chipre con mano de obra esclava eslava (eslavos que Hitler, siglos más tarde, llamaría Untermenschen, subhumanos), por no hablar de los Balcanes, cuya pertenencia a Europa se ha cuestionado repetidamente.

La misma (o mayor) diversidad puede observarse en lo que hoy es el Sur global. Las temporalidades, las lógicas de intervención e interacción y las economías políticas del extractivismo colonial en el Atlántico Norte, el Atlántico Sur, el Océano Índico y el Mar de China eran muy diferentes, por no mencionar el hecho de que incluían países que no estaban sometidos al colonialismo europeo. Hoy no tenemos la “inocencia” inaugural de principios del siglo XX en Europa, cuando todos los avances de la sociedad industrial y las comunicaciones se consideraban factores de homogeneidad. Por supuesto, la homogeneización y la convergencia se han producido y siguen produciéndose, pero, contradictoriamente, también han surgido diferencias, desencuentros, reinvenciones de pasados distintos y vocaciones éticas y políticas divergentes. Por tanto, las dicotomías deben utilizarse con la máxima cautela y su utilidad es siempre provisional y limitada.

Con todas estas salvedades, el Sur global cuenta hoy con un actor privilegiado, China, y con una densa red de cooperaciones regionales y temáticas, entre ellas los BRICS+[9]. ¿Es China comunista? ¿Es China imperialista? ¿En qué dirección llevará China al Sur global como actor privilegiado? Todas estas cuestiones son objeto de debate. China está gobernada por un Partido Comunista muy centralizado con unos noventa millones de militantes; en términos económicos, es hoy una economía mixta: una base capitalista –la gran mayoría de las empresas (61,2%) y del empleo (82,1%)[10] pertenecen al sector privado y se rigen por las reglas del mercado– con una parte excepcionalmente grande de empresas estatales y un papel excepcionalmente grande y activo del Estado en la dirección de la economía y en el control financiero. Esta estructura, combinada con las relaciones exteriores de China (contratos de beneficio mutuo), parece indicar un patrón de comportamiento que no coincide con el patrón imperialista (dominación y extracción mediante contratos desiguales, tutela militar o violencia). Independientemente de esta valoración, lo que hay que subrayar es que China opera en conjunción con muchos otros países con un desarrollo intermedio y una fuerte conciencia de su soberanía. La organización BRICS+ es hoy la forma organizativa más densa y operativa del Sur global.

Como no se trata de una nueva edición del Movimiento de Países No Alineados, que buscaba modelos de desarrollo que no fueran ni capitalistas occidentales ni socialistas soviéticos, debemos preguntarnos cuál es el principio rector del Sur Global y hasta qué punto puede ser un hecho de paz y de prevención de la tercera guerra mundial.

En mi opinión, el Sur Global aspira a una alternativa quizá más radical que la alternativa entre capitalismo y socialismo. Se trata de la posibilidad de un capitalismo sin colonialismo. La idea de León Trotsky de que el desarrollo global del capitalismo es desigual y combinado se basa precisamente en las variaciones de la combinación de capitalismo y colonialismo en las distintas regiones del mundo. He argumentado que desde el siglo XVI, la dominación moderna ha consistido en una tríada: capitalismo, colonialismo y patriarcado. También he argumentado que las tres formas de dominación actúan en permanente articulación y que ninguna de ellas es sostenible sin las otras. En otras palabras, no puedo imaginar una sociedad capitalista que no sea colonialista y patriarcal. El colonialismo histórico (ocupación territorial por un país extranjero) aún no ha terminado, como nos muestra el horror cotidiano del genocidio del pueblo de Gaza, y no debemos olvidar el colonialismo al que está sometido el pueblo saharaui. Pero hoy en día el colonialismo continúa bajo muchas otras formas, como el racismo, el saqueo de los recursos naturales, la tala de bosques y el envenenamiento de los ríos, el acaparamiento de tierras, el desplazamiento forzoso de poblaciones, el creciente número de refugiados medioambientales, el encarcelamiento masivo de personas negras en algunos países, los contratos desiguales, las fronteras con alambradas y fortalezas de hormigón, etc.

La razón de la permanencia del colonialismo y del patriarcado es que el capitalismo no puede sostenerse sin una fracción mayor o menor de mano de obra sobreexplotada o no remunerada, o simplemente desechable. El colonialismo y el patriarcado, al generar poblaciones racializadas o sexualizadas, son las dominaciones que hacen posible esta sobreexplotación y robo de mano de obra. Y es en el Sur global donde prevalecen con mayor intensidad.

El Sur global es hoy una vasta y compleja red de prácticas e ideologías que exigen el fin de la dualidad entre el capitalismo aparentemente civilizado de las metrópolis del Norte y el capitalismo bárbaro de las colonias y neocolonias. En otras palabras, un capitalismo sin colonialismo a escala mundial. Sospecho que si triunfan, lo que surgirá de su victoria no será el capitalismo tal y como lo conocemos, sino algo diferente que, por ahora, podemos llamar postcapitalismo. La versión bélica del imperialismo neoconservador estadounidense representa un esfuerzo desesperado por impedir ese éxito. Sin embargo, el poder económico que ahora ostenta el Sur global (la gran diferencia con el Movimiento de Países No Alineados) podría obligar a EEUU y a sus aliados del Norte global a negociar. Los BRICS+ representan ahora más del 30% del PIB mundial. La negociación es la única forma de evitar la Tercera Guerra Mundial. Ahí reside nuestra esperanza.

 ¿Salvará la negociación al mundo?

A principios de 2024, el mundo se enfrenta a cuatro problemas fundamentales: la guerra global, la desigualdad social, el colapso ecológico, el futuro de la ONU y la falta de alternativas creíbles. Veamos cómo los BRICS+ pueden contribuir a resolver estos problemas.

La paz. A lo largo de este texto he intentado demostrar que la única posibilidad de detener la inminente tercera guerra mundial reside en la capacidad de los BRICS+ para obligar al imperialismo estadounidense a negociar. Por supuesto, además de los BRICS+, existen otras organizaciones, como la Organización de Cooperación de Shanghai (Shanghai Cooperation Organisation), que pueden contribuir al mismo objetivo. Sin embargo, creo que los BRICS+ son la organización con mayor diversidad política y cultural y, por tanto, la mejor situada para movilizar a sus poblaciones contra la guerra. La dificultad estriba en que el continente donde estas condiciones se dan con mayor claridad, América Latina, es el continente más dependiente de EEUU y, por tanto, donde la fuerza desestabilizadora de las organizaciones públicas y privadas al servicio del imperialismo se ejercerá con mayor eficacia sobre los gobiernos medianamente transformadores.

Basta recordar lo que está ocurriendo en Argentina (por culpa propia y ajena) o la negativa del Presidente Gabriel Boric a cumplir con las demandas populares tan ejemplarmente expresadas en el movimiento que llevó a la primera Asamblea Constituyente de Chile (2020-2022).  Brasil está bajo constante observación imperial y el presidente Lula da Silva se enfrenta a un Congreso hostil formado, en palabras de Roberto Amaral, por hombres blancos en su mayoría ricos, cuando el 55% de la población se declara morena o negra, cuando el 51% de la población está formada por mujeres que ocupan sólo el 8% de los escaños en la Cámara de Diputados y cuando el 37% de la población pasa hambre. Puede que el petróleo de los países de Oriente Medio que pretenden unirse a los BRICS+ sea más eficaz para presionar las negociaciones, lo que será bueno para la paz, pero malo para todos los demás problemas.

Desigualdad social. Los BRICS+ incluyen a los países con mayor desigualdad social (de nuevo Brasil, con una de las mayores concentraciones de renta del mundo). Sostengo en este texto que la combinación de capitalismo y colonialismo es en parte responsable de las condiciones nacionales e internacionales que impiden una distribución más equilibrada de la riqueza tanto a nivel nacional como internacional. Las organizaciones internacionales son el fiel espejo de este dúo capitalismo-colonialismo, ya sea la ONU –y sus diversas entidades, desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) hasta la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, o la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados–, el Banco Mundial, el FMI o la OMC. En la medida en que los BRICS+ luchen con éxito por refundar estas organizaciones o sustituirlas por otras, es posible que se creen las condiciones para una distribución más equilibrada de la riqueza. Hasta dónde pueda llegar este equilibrio depende de cuál sea esta nueva formación postcapitalista. Como hasta ahora no ha habido capitalismo sin colonialismo, nadie puede garantizar que esto sea posible. Ni al revés.

Colapso ecológico. Este es sin duda el gran problema y desafío de nuestro tiempo, y también el único problema político verdaderamente nuevo. Podría incluso afirmarse que el terror que suscita la posibilidad de una guerra nuclear no tiene nada que ver con el que podría provocar un calentamiento global de 2°C por encima de los niveles preindustriales. La frustrante experiencia internacional de los últimos veinte años a la hora de evitar que esto ocurra augura lo peor. He abogado por un replanteamiento radical de los conceptos de progreso, desarrollo, naturaleza y derechos humanos para hacer frente a este desafío. Al igual que el gran ecologista Giuseppe di Marzo, sostengo que la liberación del ser humano no es posible sin la liberación de la madre tierra, a la que la cultura occidental llama erróneamente naturaleza[11].  Y como sólo se puede pensar en lo nuevo a partir de lo viejo, vengo proponiendo la idea de los derechos de la naturaleza como parte integrante de una futura declaración (verdaderamente) universal de los derechos humanos, puesto que la distinción entre vida humana y vida no humana ya no tiene ningún sentido a efectos de preservar la vida en el planeta Tierra.[12]

Lo hago en la retaguardia de la antigua filosofía de los pueblos indígenas y campesinos y de los movimientos ecologistas orientados en torno a la idea de una ecología integral. No hay justicia social sin justicia natural. Nuestro cuerpo es la miniatura más fiel de la Madre Tierra. Por eso no podemos pretender una vida sana en un planeta enfermo, como nos ha recordado recientemente el Papa Francisco.

En vista de ello, y a juzgar por las posiciones de algunos países BRICS+ en las conferencias medioambientales de la ONU, sospecho que los BRICS+ serán más parte del problema que de la solución. El único líder político de relevancia internacional que es profundamente consciente de los retos a los que nos enfrentamos en este ámbito es el presidente de Colombia, Gustavo Petro, un país que no pertenece a los BRICS+.

El futuro de la ONU. Al igual que su predecesora, la Sociedad de Naciones, fundada en 1920, la ONU nació al final de una guerra mundial con el objetivo de evitar que se produjera otra. Al igual que la Sociedad de Naciones, la ONU se creó para consolidar la victoria aliada. Sin embargo, mientras que en la época de la Sociedad de Naciones el aislacionismo aún dominaba el Congreso estadounidense, lo que hizo que EEUU no se adhiriera a la organización, en el caso de la ONU los EEUU fueron su promotor fundamental, el principal financiador, e incluso ofreció Nueva York como sede. Las huellas de la guerra estaban claramente presentes en la estructura institucional de ambas organizaciones (al igual que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, en el caso de la Sociedad de Naciones los miembros del Consejo Ejecutivo eran Inglaterra, Francia, Italia y Japón). La Sociedad de Naciones tuvo que ocuparse de la protección de las minorías ante los innumerables desplazamientos de población que se produjeron al término de la Primera Guerra Mundial, tanto en Europa Oriental como en los Balcanes. El fracaso de la Liga se acentuó a medida que se ponía de manifiesto su incapacidad para prevenir o resolver conflictos entre Estados, en particular la invasión de Manchuria por Japón en 1933 y la de Etiopía por Italia en 1935. Debilitada desde el principio por la ausencia de Estados Unidos, la Sociedad de Naciones se fue disminuyendo gradualmente con la marcha de Alemania en 1933 y de Japón e Italia en los años siguientes. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones se convirtió en una formalidad intrascendente.

En el caso de la ONU, su debilitamiento se remonta a mucho tiempo atrás y por razones similares a las que llevaron al fracaso de la Sociedad de Naciones, aunque los actores y los problemas sean ahora diferentes. ¿Sobrevivirá la ONU al primer genocidio de un pueblo (el palestino) retransmitido en directo por televisión a todo el mundo? Las huellas de la Segunda Guerra Mundial están muy presentes en la actual estructura institucional de la ONU y su inadecuación a las realidades actuales es cada vez más evidente. En el caso de la Liga, los países más fuertes respondieron a las frustraciones marchándose. En el caso de la ONU, los BRICS+ son un hecho nuevo y potencialmente influyente por las razones que he mencionado anteriormente.

Si se convierten en un actor colectivo coherente, los BRICS+ tienen poder e influencia suficientes para seguir una de estas dos estrategias: o bien crear instituciones multilaterales que vacíen de contenido la intervención de la ONU y fuercen la opción del multipolarismo, o bien promover una reforma muy profunda de la ONU que implique a toda la organización en su conjunto (Tratado Fundacional, Declaración Universal de los Derechos Humanos, etc.), a sus agencias regionales y temáticas, a su sede y a su financiación. Estados Unidos boicoteará por todos los medios cualquiera de estas soluciones. Que tengan éxito o no depende de muchos factores, sobre todo de la resolución de la guerra civil interna que actualmente domina de forma latente la vida política estadounidense.

Alternativas creíbles

Durante los últimos cien años, las luchas contra la desigualdad, la injusticia y la discriminación han sido de dos tipos principales: las luchas entre la izquierda y la derecha y las luchas por la liberación/autodeterminación de las colonias europeas. No siempre se distinguieron claramente, ya que a veces las luchas por la autodeterminación anticolonial también se etiquetaron como luchas entre izquierda y derecha, como en el caso de Argelia, por ejemplo.

En el caso de las democracias liberales, las luchas entre izquierda y derecha comenzaron siendo luchas entre proyectos de sociedad y de economía política (capitalismo frente a socialismo o comunismo); pero después de la Segunda Guerra Mundial se convirtieron en luchas entre diferentes concepciones del capitalismo (capitalismo liberal, capitalismo socialdemócrata según la teoría de la regulación y de la democracia (democracia liberal, democracia social, democracia representativa, democracia participativa, democracia popular). En los últimos diez años, con el resurgimiento político de la extrema derecha y el fascismo, la dicotomía entre izquierda y derecha ha pasado a designar la lucha entre democracia y dictadura o democracia “mutilada”. Las luchas anticoloniales comenzaron con la independencia política de las colonias y luego pasaron a incluir luchas antirracistas y antipatriarcales.  Hoy en día, especialmente tras el surgimiento de los BRICS+, parecen tener como objetivo una segunda independencia, la independencia económica o el capitalismo sin colonialismo, como he mencionado anteriormente.

En este momento vivimos un estado de bifurcación en la vida de las luchas sociales por una sociedad más justa y ninguno de los tipos de lucha que identifiqué anteriormente proporciona una orientación política adecuada. La bifurcación es entre mantener la distinción entre humanidad y naturaleza o una nueva epistemología y una nueva política que parta de la simbiosis entre humanidad y naturaleza. En el primer caso, ni las luchas entre izquierda y derecha, ni las luchas anticoloniales o antipatriarcales ofrecen alternativas creíbles. La razón fundamental es que dirigen luchas fragmentadas contra la dominación moderna, luchas a veces economicistas contra el capitalismo, a veces culturalistas e identitarias contra el racismo y el sexismo. El neoliberalismo, en sus múltiples dimensiones político-económicas, sociopsicológicas, culturales y religiosas, es una fábrica incesante de no-alternativas y de falsas alternativas. En el segundo caso, la simbiosis de la vida humana y no humana (el fin de la dicotomía entre humanidad y naturaleza) requiere una refundación tanto de las categorías de izquierda y derecha, como de las categorías de autodeterminación y liberación.

Conclusión

La respuesta a la pregunta de si negociar con el imperialismo estadounidense salvará al mundo es que no. En el mejor de los casos, podría aplazar su destrucción. Sin embargo, esa negociación es esencial para ganar tiempo, para permitir el surgimiento y la consolidación de fuerzas políticas orientadas en torno a la idea de una refundación epistémico-política que nos permita escuchar a la Madre Tierra y curar sus heridas, que son, al fin y al cabo, nuestras heridas.

*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.

Fuente: NODAL

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